Aquel lejano 1 de febrero de 1899 en el que salió por primera vez a la calle el Correo de Andalucía quedaban muy pocas semanas para el comienzo de una temporada trascendental para la historia del toreo. Estaba a punto de cerrarse una etapa marcada por la hegemonía férrea del diestro cordobés Rafael Guerra ‘Guerrita’, II Califa de la Tauromaquia y nudo fundamental de un concepto taurino basado en el dominio total sobre las reses que sólo tendría continuación más de una década después de su retirada, que se verifica en la fiestas del Pilar de Zaragoza de aquel año.

“No me voy, me echan”... Llegaría a exclamar el orgulloso califa cordobés acosado por los mismos públicos que le encumbraron. A punto de cerrarse el siglo XIX ya están cansados de su altanera hegemonía. Y es que Guerrita no tuvo ningún torero que le hiciera sombra. El valor suicida, absolutamente ayuno de destreza y capacidad, del arrojado diestro sevillano Manuel García ‘El Espartero’ sólo le había servido para caer despanzurrado en las astas del miura ‘Perdigón’. Y aunque el propio Guerrita, “después de mí ‘naide’; después de ‘naide’, Fuentes”, había consagrado a ese fino torero sevillano como sucesor, la verdad es que la fiesta entra en unos años de barbecho, de toros duros y toreros tan honestos como mediocres.

Pero la semilla ya estaba echada. El tronco torero encarnado por Guerrita acabaría injertando en la familia de los Gallos y reverdeciendo de una manera exultante en el joven Joselito que, como el futuro rey Arturo, sería capaz de sacar de la piedra la espada que Guerrita había dejado para quien se hiciera digno de ella. Pero aún tendrían que pasar algunos años. La huerta del Algarrobo de Gelves, una propiedad de la casa de Alba en la que ejercía como guarda y administrador el patriarca Fernando El Gallo, se iba a convertir en el laboratorio y campo de pruebas de una manera de concebir el toreo que sólo encontraría heredero en José, convertido en el nexo de unión de las escuelas decimonónicas nacidas al amparo de los mataderos de Sevilla y Cordoba. Fernando El Gallo, padre de Joselito, había sido un torero de enormes cualidades que había bebido de los grandes diestros decimonónicos, de una manera especial de Lagartijo, I Califa del Toreo y maestro de Guerrita, amigo suyo, al que pediría en su lecho de muerte que velara por su familia. Todas aquellas enseñanzas acabarían confluyendo en la placita de la huerta de Gelves y fluyendo al jovencísimo José Gómez Ortega, que se convierte en la enciclopedia del toreo decimonónico para poner las bases del toreo que aún estaba por llegar...

El año de la fundación de El Correo de Andalucía vivía la decadencia de toreros del antiguo régimen como Luis Mazzantini, que llegaría –degenerando- a gobernador civil. En 1899 ya pululaba como novillero Rafael Gómez Ortega, aún anunciado como Gallito, apodo que heredaría su hermano José. El hijo de Fernando ‘El Gallo’ se había presentado como novillero aquel mismo año en el ruedo madrileño. Aún le quedaban tres temporadas para la alternativa, que tomó en Sevilla el 28 de septiembre de 1902. Otro de los diestros que estaban a punto de eclosionar y aún permanecía en el escalafón menor era el cordobés Rafael González Machaquito, que pasaría a la historia con fama de gran estoqueador hasta el punto de que Mariano Benlliure, el gran escultor impresionista, inmortalizaría en bronce una de sus estocadas magistrales.

La Feria de Abril de 1899

Pero... ¿Qué pasó en el toreo en 1899? Podemos comenzar por la tarde del Domingo de Resurrección de aquel año, que cayó en un 2 de abril. Hubo alternativa: fue la de un torero mitificado por el tiempo y la tragedia, Antonio Montes, que tuvo como padrino a su tocayo Antonio Fuentes. La terna la completaba Emilio Torres ‘Bombita’ que aquel mismo año iba a recibir una gravísima cornada en Barcelona de la que salió milagrosamente con vida. Fuentes cedió a Montes la muerte de ‘Borracho’, un ejemplar berrendo en negro que lucía la divisa de Otaolaurruchi. El neófito, esa es la verdad, no pasó de cumplidor. Tampoco lograría dejar demasiado poso con el sexto... Pero la trascendencia de Antonio Montes, a pesar de sus desigualdades, hay que buscarla en su papel de precursor del toreo que pondría en práctica algunos años después el mismísimo Juan Belmonte que, con sus primeros compañeros de andanzas taurinas, habían convertido al infortunado diestro sevillano en un torero de culto. Montes falleció en México en 1907 a causa de una grave cornada y no podría verlo. La fatalidad, por cierto, le acompañaría hasta después de muerto con el incendio de su capilla ardiente que acabaría carbonizando sus restos...

El archivo impagable de Luis Rufino Charlo sirve –una vez más- para refrescar el cartel de la Feria de Abril de aquel año. Fueron tres únicas corridas de toros celebradas las tardes de los días 18, 19 y 20 de abril. Los toros anunciados pertenecían a las ganaderías de doña Celsa Fontfrede –la viuda de Concha y Sierra que acabaría emparejada con El Espartero, que le dio un hijo-, Eduardo Miura y el marqués de Villamarta. Los tres hierros siguen lidiando hoy en día, 120 años después, aunque sólo el de Miura permanece en manos de la misma familia que fundó la legendaria vacada. Para echar abajo aquellos funos fueron contratados en las tres tardes las mayores figuras del momento: hablamos del gran Guerrita, Antonio Fuentes y Emilio el Bomba, acompañados de Antonio Montes en la del día 20, que fue de ocho toros. Como curiosidad hay que advertir que las corridas comenzaban a las cuatro de la tarde en un tiempo en el que aún no se entendía el cambio de husos horarios. La plaza se abría al público a las dos y un palco completo de diez asientos –la localidad más apreciada por la sociedad de la época- se vendía al precio de 100 pesetas. Una barrera valía 10 pesetas y una entrada de Sol, 2,25.

El ocaso de Reverte

1899 también marcó el ocaso de la vida taurina de Antonio Reverte, aquel mítico diestro, famoso y admirado que nació hace 150 años en la localidad ribereña de Alcalá del Río. “La novia de Reverte tiene un pañuelo, con cuatro picadores, Reverte en medio” cantaban las mozas. Con la perspectiva de hoy podemos decir que fue el primer torero mediático. Pero la vida taurina de Reverte, de alguna manera, concluyó el 3 de septiembre de 1899 en la plaza francesa de Bayona. El diestro ilipense se anunciaba, una vez más, con el todopoderoso Guerra para despachar una corrida de Eduardo Ybarra. Reverte fue herido por el segundo cuando se desplantaba tras la estocada. La cornada, gravísima, puso en peligro su vida primero, la pierna después... la insistencia de unos médicos españoles impidió que le amputaran el miembro herido. Pero ya nada fue igual... La convalecencia del percance le mantuvo alejado de los ruedos año y medio. Reverte volvió a los toros pero ya no fue el mismo. Tampoco le quedaba muy poco tiempo. En 1902 se verifica su última temporada formal, incluyendo una incursión americana. En 1903, lo que no logró el toro de Ibarra lo haría un tumor de hígado.

La confirmación de Bombita

La temporada ya tocaba a su fin cuando se anunció la feria de San Miguel. El repaso a los carteles y las reseñas, tanto tiempo después, llama la atención por el anunció de la confirmación de alternativa de Ricardo Torres ‘Bombita’, aquel matador que, entre otros merecimientos, pasaría a la historia como fundador del Montepío de Toreros. Bombita, que marca aquellos años de bronce en unión de Machaquito, se convertiría en el objetivo a batir por Joselito, que no le había perdonado la sombra que siempre le hizo a su hermano Rafael.

Pero no conviene adelantar esos acontecimientos. El diestro de Tomares se había doctorado en Madrid el 24 de septiembre de 1899 de manos de Pepe Algabeño. Sustituyó a Emilio, el mayor de los ‘Bombas’ convaleciente de la tremenda cornada de Barcelona. Y sólo cinco días después se anunciaba la presentación de Ricardo como matador en Sevilla en forma de confirmación de alternativa. Hay que precisar que aún no se había fijado definitivamente el ruedo de la corte como escenario exclusivo de la ceremonia. En esta ocasión, como no, el padrino iba a ser Guerrita. Pocos días después, el 15 de octubre de 1899, el califa cordobés decía adiós a la profesión sin haberlo anunciado. Estaba concluyendo toda una época en el toreo. Comenzaba otra, que El Correo de Andalucía ha contado punto por punto desde entonces.