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Actualizado: 26 ago 2018 / 19:35 h.
  • Manolete atiende el micrófono que le ofrece Matías Prats después de dar muerte a uno de sus toros en la plaza de toros de San Sebastián. / Foto: Archivo A.R.M.
    Manolete atiende el micrófono que le ofrece Matías Prats después de dar muerte a uno de sus toros en la plaza de toros de San Sebastián. / Foto: Archivo A.R.M.

sevilla{San Sebastián, 16 de agosto de 1947 en el añorado coso de El Chofre. Manolete había hecho el paseíllo junto a Juanito Belmonte y Luis Miguel Dominguín para estoquear un encierro de Villamarta. Era la corrida número diecisiete de una temporada que había comenzado tarde –el 22 de junio en Barcelona– y se había visto frenada el día del Carmen por la grave cogida sufrida en la corrida de Beneficencia de Madrid. Manolete había llegado a la bahía de la Concha –contratado a dos tardes– cansado y con ganas de culminar aquel año cuesta arriba. Aparentaba muchos más de los 30 años que anunciaba su cédula de identidad...

El Monstruo cordobés se vistió con un deslumbrante terno celeste y oro en el hotel María Cristina. Había salido al ruedo envuelto en el preciosista capote de paseo bordado con la imagen de la Virgen de los Dolores, la misma a la que rezó en su capilla de la plaza de Capuchinos la última vez que pasó por Córdoba, el 14 de julio del 47, después de torear en La Línea de la Concepción y antes de aquel compromiso madrileño en el que derramó su sangre. Pero la función debía continuar. En San Sebastián, cuaja al primero pero se atranca con el segundo. A esas alturas, la presión del público y el peso de la púrpura comenzaban a hacerse insoportables para el torero. Despachado el quinto, las protestas se mezclan con las palmas. El rostro de Manolete delata su pesadumbre.

En un burladero del callejón, micrófono en mano, un conocido y emergente locutor retransmite la corrida por los micrófonos de Radio Nacional de España. Se llama Matías Prats, que requiere a Manolete para dar sus impresiones sobre la lidia. «Me piden más de lo que puedo dar. Sólo he de decir que tengo muchas ganas de que llegue el mes de octubre», sentencia el Monstruo.

En la capital donostiarra, precisamente, se encontró por última vez con su madre, que veraneaba en la orilla cantábrica, lejos del calor africano de Córdoba. Allí le dio el último beso y las últimas palabras de aliento. No volvería a verlo vivo.

En la agenda del torero aún figuraban los compromisos de Toledo, Gijón y Santander antes de la cita de Linares, el 28 de agosto, junto a Gitanillo de Triana y Dominguín para estoquear una corrida de Miura que tenía que haberse lidiado en Murcia. El célebre Buyck azul conducía a aquel matador de rostro cansado hasta su propia Samarkanda... el resto es historia: la lidia de Islero; la seca cornada al entrar a matar; la operación del doctor Garrido, las esperanzas recobradas y el traslado apresurado al hospital de los marqueses de Linares, las conversaciones desconocidas de Camará y Álvaro Domecq; la llegada de Lupe Sino, a la que no permitieron ver al torero vivo; el último cigarrillo... y aquel Buick azul volando por la nacional en busca del doctor Jiménez Guinea. El galeno, recogido por Gitanillo de Triana, traía consigo el destino de Manolete, impregnado en el funesto plasma noruego que, trasfundido al torero, sentenció su vida. «No veo, don Luis...». Había muerto. ~