Morante, Joselito, el hierro de Pérez de la Concha y los toros de Martínez
La vocación ganadera del diestro de La Puebla esconde una motivación sentimental y un nuevo guiño a esa herencia gallista que se ha convertido en el motor de su propia tauromaquia
Álvaro R. del Moral
La noticia es más o menos sabida: Morante de la Puebla se ha hecho con el antiquísimo hierro de Pérez de la Concha gracias a los buenos oficios de Fermín Bohórquez, que pujó por él en la subasta de los derechos –caducados para la anterior propiedad- en la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia. Es la primera fachada de una aventura ganadera que el diestro cigarrero encastará principalmente con un lote de reses de Alcurrucén, propiedad de los hermanos Lozano y de procedencia Núñez; las mismas que se dispone a estoquear por partida doble en Sevilla y Madrid en la temporada que vendrá. La crianza de la nueva vacada tendrá su centro en Malvaloca, una finca de los campos de Utrera, enclavada en el mismo corazón de la tierra donde se gestó la moderna bravura desde mediados del siglo XVIII.
La compra del hierro bicentenario de Pérez de la Concha obedecía a una razón sentimental. En el ruedo de su vieja placita –ahora arrumbada y cubierta de maleza- dio sus primeros muletazos aquel niño que jugaba al toro en las calles de La Puebla del Río. La ganadería, donde primaba la procedencia Santa Coloma, pastaba en la célebre finca de la Vuelta del Cojo, en esas tierras marismeñas –más allá de la Venta del Cruce- en las que el toro fue rey. No queda ya casi nada de aquello, más allá de un montón de ruinas, las viejas historias de los vaqueros y mayorales y el moderno océano de espigas de arroz que cambió para siempre aquellos predios.
Pero esta historia tiene otros vértices que, en manos del diestro cigarrero, unen el antiquísimo hierro de los Pérez de la Concha con otra divisa añosa, la colmenareña de Vicente Martínez, otra ganadería mitificada por el tiempo, la literatura –los maravillosos ‘Cuentos del viejo mayoral de Luis Fernández Salcedo- y la revisión de la herencia gallista que envenena los sueños del diestro de La Puebla del Río. Y es que Morante ha hecho otro guiño sentimental a esa renovada faceta de ganadero adquiriendo otra puntita de reses de los Hermanos Quintas que, precisamente, proceden de aquella antigua vacada de la sierra madrileña –la de Vicente Martínez- que revolucionó un toro andaluz y Joselito hizo predilecta.
El toro ‘Diano’
La de Vicente Martínez era una de las vacadas más emblemáticas del campo bravo de Colmenar Viejo. Formada esencialmente con los llamados ‘toros de la tierra’ -una derivación de la antigua casta jijona-, había entrado en una indisimulada decadencia en los años finales del siglo XIX. En el cambio de centuria llevaba las riendas de la vacada colmenareña Luis Gutiérrez, yerno del último Martínez ganadero, y se propuso obtener un semental de Ibarra, la fundamental ganadería sevillana que estaba a punto de convertirse en un definitivo nudo de comunicaciones de la propia genealogía del campo bravo. Eduardo Ibarra iba a deshacerse del ganado en 1904 dividiéndola en dos mitades: una de ellas acabaría en manos del conde de Santa Coloma y la otra, en las de Fernando Parladé que en sucesivas ventas daría origen a cuatro de los linajes de bravura más relevantes para entender la actual geografía del toro: Pedrajas, Tamarón-Domecq, Rincón-Núñez y Gamero Cívico.
Pero don Eduardo también accedió a vender un toro a los herederos de Vicente Martínez que 30 años antes, en 1875, ya habían cambiado para siempre su ganado con otro semental sevillano de inconfundible pelo berrendo en negro que siglo y medio después sigue presente en los derivados contemporáneos de la vacada colmenareña. Se llamada ‘Español’ y estaba marcado con el hierro de... ¡Joaquín Pérez de la Concha! que había heredado la vacada de su tío, Joaquín de la Concha y Sierra, que la había fundado en 1823; hace dos siglos exactos.
Mucho más célebre, inmortalizado por otro libro de Fernández Salcedo, iba a ser el toro que salió de las dehesas de los Ibarra, en las que ya había estado con las vacas. Se llamaba ‘Diano’. Desembarcó el 17 de mayo de 1904 en la estación de Villalba y fue llevado hasta la finca ‘El Soto de Arriba’. Había nacido en 1901, estaba marcado con el número 33 y era negro zaíno, fino de cabos y de bonitas hechuras. “Un ejemplar superior en tienta y en el campo, cuya abuela había sido buena, dando un macho superior, uno bueno y tres hembras para toros y con una madre que dio un macho superior y una hembra para toros”, rezaban las notas que Eduardo Ibarra le había enviado a Luis Gutiérrez. La cruza, discutida por algunos de los ganaderos de aquel tiempo, fue un éxito y colocó a las reses de la divisa morada de los Martínez a la vanguardia ganadera. No tardaría, como veremos, en hacerse predilecta de Joselito El Gallo. ‘Diano’ Dejó casi seiscientos descendientes entre toros y vacas y murió de viejo en enero de 1920 en el predio colmenareño de Soto de Chozas. Apenas cuatro meses antes del propio Joselito...
Siete toros de Martínez
El de Vicente Martínez fue el hierro escogido por José para encerrarse en solitario el 3 de julio de 1914 en Madrid, consagrándose como mandamás del toreo de su tiempo. Pero a la corrida no le faltó su trastienda. El propio matador, que había decidido prescindir de divisas andaluzas para evitar cualquier maledicencia, viajó a Colmenar Viejo para escoger la corrida que habría de lidiarse en el viejo coso de la carretera de Aragón, en el mismo sitio donde muchos años después se levantaría el Palacio de los Deportes. Hubo tiras y aflojas entre el torero y el ganadero –Julián Fernández, sobrino de Luis Gutiérrez que ya había fallecido- que insistía en escoger él mismo las reses que debían saltar en aquella trascendental corrida veraniega. Sabía lo que se jugaba..
José, que conocía bien las reatas de la ganadería en su afán de saber todo lo que se cocía en el campo bravo, quería apostar por el cruce de ‘Diano’ y puso como primera condición que los seis toros fueran negros. Se negaba a reseñar dos ejemplares berrendos que los criadores insistían vehementemente en incluir a la vez que el torero se emperraba en meter otro, llamado ‘Mulato’, por el que Julián Fernández no daba un duro. En los tiras y aflojas fueron reseñados los dos toros berrendos y el tal ‘Mulato’, apuesta personal de Joselito, acabaría en los corrales de Madrid como reserva. Dos de los toros eran hijos de Diano...
Gallito dio un completo recital con capote, banderillas, muleta y espada e incluso esbozó con cierta nitidez el hilo del toreo en redondo que marcaría el lenguaje taurino del futuro tal y como apreciaría el atinado analista taurino Pepe Alameda algunos años después. Estuvo cumbre con los toros berrendos a los que les había hecho ascos, incluyendo el inolvidable tercio de banderillas compartido con su legendario banderillero Blanquet. Pero tenía entre ceja y ceja lidiar aquel toro de reserva, el ‘Mulato’ que iba a redondear la mítica corrida de los siete toros de Martínez. Fue el peor de los siete... Pero no importó: Joselito se había coronado como rey de los matadores en dos horas justas que cambiaron la historia del toreo. Ya había comenzado la Edad de Oro...
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