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Observatorio taurino

Morante: la belleza de una idea contra una realidad tozuda

El fracaso de la encerrona del diestro de La Puebla –precipitado por la elección de los toros de Prieto de la Cal- ha ocupado las conversaciones de los aficionados en los últimos días

11 ago 2021 / 12:57 h - Actualizado: 11 ago 2021 / 13:00 h.
"Observatorio taurino"
  • Morante, al frente de las cuadrillas, en su fallido gesto del pasado sábado en El Puerto. Foto: Emilio Méndez
    Morante, al frente de las cuadrillas, en su fallido gesto del pasado sábado en El Puerto. Foto: Emilio Méndez

No pudo ser y además fue imposible

Todos los caminos del toreo conducían a la Plaza Real del Puerto de Santa María en la tarde del pasado sábado. Morante había cuidado hasta el más mínimo detalle ornamental de un empeño azaroso que estaba supeditado a un elemento fundamental: el toro. No hay que darle más vueltas; tampoco hacer leña del árbol caído o jugar a agorero cuando ya se han arrastrado las cinco reses de Prieto de la Cal y el sobrero de Parladé que convirtieron el gesto del diestro de La Puebla en un gran fiasco.

Pero -ésa es la verdad-, más allá de lo accesorio la apuesta estaba colocada en un único casillero, sometida a una suerte que pendía de un finísimo hilo. Y una auténtica suerte habría sido que la corrida escogida, encastada en la vieja sangre vazqueña del duque de Veragua, se hubiera sumado a la inmensa fiesta que rodeaba el presunto acontecimiento. No hubo tal, por más que todos deseáramos que la belleza de la idea –se trataba de poner el retrovisor en la mejor historia del toreo- pudiera materializarse. Fue toda una declaración de intenciones, una fábula maravillosa que se estrelló con la inapelable realidad de una ganadería anclada en la utopía de sus propietarios. No embistió ni uno, ni para hacer el toreo de hoy ni el de antaño. ¿Había una mínima posibilidad de que pudieran hacerlo? A partir de ahí todo se convirtió en un imposible.

En cualquier caso hay que alabar a Morante la capacidad de crear ilusión pero, sobre todo, de hacer preguntas que han vuelto a quedar sin contestación. ¿Hay otra fiesta posible? Cada uno puede tener sus propias respuestas. No será la primera ni la última vez que un acontecimiento taurino queda en agua de borrajas. No merece la pena buscar culpables pero tampoco poner excusas. Lo que hay es lo que fue. Pero Morante sigue siendo el mejor de esta campaña de transición.

Juan Ortega: cinco minutos de gloria

Por cierto, el serial portuense había comenzado con una novillada picada que, más allá de mostrar la ilusionante proyección de Tomás Rufo, también tocó fondo en la multiplicación de tiempos muertos que empiezan a hacer insufrible el espectáculo taurino. Toca tomar nota de lo que se ha desandado en ese aspecto. A la hiperregulación de los tiempos de la lidia –encorsetada a demoras absurdas- se suma la parsimonia de espadas, cuadrillas y ese retablo de pamplinas pos covid que convierten el prólogo de una corrida en un absurdo montaje de marchas, himnos y minutos de silencio desvirtuados. Ya hablaremos de ello más detenidamente...

Pero hay que ir al turrón: en El Puerto hay que subrayar la actuación de Juan Ortega en la sesión del viernes, sin olvidar la renovada solidez de Daniel Luque. Fueron cinco auténticos minutos en la corte celestial que reforzaron su papel de virtuoso. Ortega está encontrando cada vez más toro, regularizando un concepto que puede convertirlo en torero de toreros. Ojalá lo veamos. Ya escribimos en su día que estamos asistiendo a la revolución de los artistas, al pronunciamiento de los clásicos... Ésa es la auténtica contestación dentro de un escalafón lleno de vicios que acusa sus infinitos trienios. En esa misma línea hay que felicitarse por otro triunfo contante y sonante –el de Pablo Aguado- al que se le vio más enfibrado y enfadado en su comparecencia en El Puerto, mano a mano con un entregadísimo Manzanares. A Pablo le bastaría buscar en su propio interior para mostrar esa raza que le ha llevado a romper el guión en otras ocasiones. Qué pedazo de toreros...

Palabra de almonteños

Pero ha habido más tela que cortar en esta semana larga de toros que pivotó entre el colofón de las Colombinas –con el matizable indulto de un toro de Juan Pedro a manos de Perera- y el ciclo veraniego del Puerto de Santa María. Hay que resaltar como merece ese valioso manifiesto taurino cocinado en la junta de gobierno de la Hermandad Matriz del Rocío, presidida por Santiago Padilla. La corporación almonteña está celebrando estos días una valiosa exposición que pone de manifiesto la histórica relación de las gentes y los campos del toro con la devoción rociera.

El título de la muestra –‘Otorga lo imposible’ hace mención a un célebre exvoto regalado por Rafael El Gallo a raíz de una grave cogida en Algeciras. Pero la exposición, más allá de su indudable interés, ha servido de trampolín para proclamar la desacomplejada vinculación taurina del movimiento rociero en estos tiempos de pensamiento único, poco aptos para la lírica. La Blanca Paloma ha bendecido cortijos y dehesas y ha viajado en los coches de cuadrillas, convertidos en heraldos de una devoción que –en parte- sobrepasó los límites de la Baja Andalucía gracias a esos hombres que se visten de oro y plata al atardecer. Hay que agradecer, más que nunca, la desacomplejada proclamación de la Matriz y la nombrada exposición que se celebra hasta el día 15 de septiembre en el Museo de la Villa de Almonte. Este Observatorio Taurino, por cierto, se toma un breve receso. Volverá a elevarse en unos días, puntual, para elevar su batiscafo sobre el planeta de los toros. ¡Viva la Virgen del Rocío!