Morante: una apuesta por el toro

El diestro de La Puebla ha visitado la finca El Carrascal para contemplar la corrida de Torrestrella que tiene previsto estoquear el 31 de julio en la primera de Colombinas

Fotos de Arjona-Toromedia

Fotos de Arjona-Toromedia / Álvaro R. del Moral

Álvaro R. del Moral

Morante siempre navega en su propia orilla. El diestro de La Puebla ya es, por derecho propio, el torero más relevante de esta extraña y segunda temporada de la era covid en la que lidera el escalafón –más allá de los méritos estadísticos- por su decidido compromiso con el toro, el toreo y el público en una demostración de responsabilidad que sorprende en un torero de su corte y con un cuarto de siglo a las espaldas como matador de toros. El torero está anunciado el próximo día 31 de julio en el primer festejo de la feria de Colombinas. Encabeza un cartel de sabor hispalense que completan Daniel Luque y Juan Ortega. Los toros a lidiar, y ahí viene la gran novedad, son de Torrestrella.

El diestro cigarrero quiso contemplar de cerca el encierro que va a sortear y no dudó en marcharse a hasta la finca El Carrascal donde fue recibido por Álvaro Domecq Romero, que estuvo acompañado por sus sobrinos Luis y Antonio Domecq y algunos hijos de estos, además del veteranísimo mayoral de la ganadería, Juan Cid. Más allá de la belleza del encuentro entre el torero y el criador, el gesto de Morante escondía otras claves, una mirada al retrovisor de la mejor esencia del toreo y una renovación del compromiso con los ritos del campo bravo. Las cámaras de Arjona estaban preparadas para testificar el momento: el ganadero y el matador salieron al campo impecablemente vestidos de corto, montados a caballo, portando garrochas para apartar las reses. Con guayabera blanca, Alvarito; gris para Morante, que se tocaba con un cañero de alta copa que hace guiños a otras épocas que le apasionan.

Pero hay que ir más allá de la belleza y la oportunidad de la puesta en escena. La divisa gaditana -uno de los emblemas indiscutibles de la llamada Ruta del Toro- pasta hoy en la finca El Carrascal, en Benalup de Sidonia. La mudanza es reciente. La histórica vacada formada por el recordado ganadero y rejoneador Álvaro Domecq y Díez tuvo que abandonar la dehesa de Los Alburejos, bajo la atalaya almohade de Torrestrella que da nombre a la propia ganadería, por vicisitudes económicas y familiares que no dejan de ser una arista de una tozuda realidad: sus imponentes toros habían ido desapareciendo paulatinamente de ferias y carteles de lujo en los que, no hace tanto, eran el remate imprescindible.

La clase alta del escalafón taurino ha ido optando en los últimos lustros por limitar las ganaderías que estoquean a un puñado reducidísimo de hierros. Se han postergado vacadas y corridas estupendas que se quedan en el campo esperando encontrar el amparo de festejos de segundo nivel –llegando a lidiar por debajo de los costes de producción- o la rentable lidia callejera, tabla de salvación de no pocos hierros. Torrestrella entra en ese estrato. Y de muestra un botón: en los últimos años ha sido habitual su presencia en el llamado cartel ‘mediático’ de la Feria de Sevilla, lejos de las jornadas más lujosas del ciclo abrileño. Eso no le ha impedido ganar un buen número de premios que servían para repetir el mismo interrogante: ¿Por qué no la matan las figuras?

¿Gesto o reivindicación?

En esa tesitura, Morante aceptó el guante lanzado por José Luis Pereda para estoquear la corrida de Torrestrella en la inminente feria de Colombinas. El propio torero valoraba su decisión en una entrevista concedida a El Mundo que servía de declaración de intenciones de sus nuevas estrategias. “Propongo una de Torrestrella y nadie quiere matarla”, se dolía el diestro cigarrero en dichas páginas firmadas por Zabala de la Serna declarándose “aburrido de ‘juampedros’ y ‘garcigrandes’”. El gesto de Morante, si lo es, va más allá. Hay que enmarcarlo en la predominancia de un toro cada vez más completo, más duradero, seguramente más bravo... que también es el más previsible de la historia. La fiesta ha perdido un punto de azar, de temor a lo desconocido, de moneda echada al aire cuando se abría el portón de chiqueros.

Se trata, en definitiva, de una vuelta a ciertos orígenes que se quedaron por el camino mientras caminábamos hacia una tauromaquia de pensamiento único. No, no se trata de una rendición a la demagogia. Los planes de Morante –entre col y col, alguna lechuga- revelan que algo puede cambiar sin dejar de asumir no pocos riesgos. El diestro de La Puebla ya ha estoqueado una corrida de La Quinta en Arlés; le esperan los ‘torrestrellas’ de Huelva y ya ha anunciado que pretende apuntarse a los añejos ‘galaches’ en Salamanca. Mucho más llamativa –y azarosa- es su apuesta por la corrida de Prieto de la Cal, una reliquia de la vieja casta de Veragua, en El Puerto de Santa María. También hay una concesión al encaste Murube en Lucena en medio, eso sí, de ganaderías más habituales como las de Juan Pedro Domecq, Núñez del Cuvillo, Garcigrande, Matilla... El postre, que no pudo ser aperitivo en abril, serán los ‘miuras’ que cerrarán el abono sevillano. Son gestos que añaden sal a este año de reconstrucción. Tiempo habrá de hacer balance.

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