Es noticia muy reciente: la familia Recasens Sánchez-Mejías ha donado a la hermandad de la Macarena el hábito nazareno que perteneció a Joselito El Gallo. La donación de la preciada prenda oficia un papel determinante. Es el del pistoletazo de salida del centenario de la muerte de José Gómez Ortega, Gallito en los carteles de aquella Edad de Oro que cambió para siempre los fines del toreo. Joselito murió el 16 de mayo en Talavera de la Reina llevándose consigo el pulso de toda una época irrepetible en la que el coloso de Gelves ejerció una influencia que va mucho más allá de lo taurino. Este periódico ya evocó su desconocido papel determinante https://elcorreoweb.es/toros/gallito-pabon-y-el-rocio-centenario-de-un-festival-BB4560838 en la coronación canónica de la Virgen del Rocío pero fue en la imagen y la Hermandad de la Macarena donde el gran diestro sevillano volcó toda su empuje y devoción. La desbordante imaginación de Juan Manuel Rodríguez Ojeda –forjador del nuevo concepto de cofradía- habría tenido un recorrido mucho más corto sin el apoyo decidido de Gallito, que estuvo detrás de la mayoría de los grandes proyectos que surgieron de la desbordante imaginación del genial diseñador. No hay que olvidar que tres de las claves más genuinas de la impronta estética de la Virgen de la Esperanza son debidas a la memoria o la acción de José: son las cinco las mariquillas de cristal verde compradas en París; la fastuosa corona de Reyes y la pluma de oro ofrendada por Juan Francisco Muñoz y Pabón después de cargar todas las tintas en las páginas de El Correo de Andalucía defendiendo los funerales catedralicios del torero y pegando, a la vez, un soberano repaso a las fuerzas vivas, la nobleza y la poderosa burguesía agraria de la época, que no le perdonaron tantas cosas.

El torero llevaba tirando de cartera para la hermandad de su vida desde sus primeras andanzas taurinas. Uno de sus primeros regalos a la Virgen de la Esperanza fue el imperdible con la onza de oro, ofrendado cuando entró en la Junta de Gobierno en el oficio de fiscal, ‘apoderado’ por Rodríguez Ojeda. Si el genial bordador era el artífice y la mente que no paraba de idear enseres y proyectos, Joselito era la fuente de financiación para hacerlos posibles. Sin abandonar la simbiosis con su amigo Juan Manuel sufragaría los candelabros de cola de Seco Imberg que desaparecieron en los sucesos del 36 para el palio rojo -piedra angular de la obra del diseñador- que se había estrenado en 1908. Siendo aún novillero, el 14 de agosto de 1912, actuó desinteresadamente en un festival celebrado en la plaza de la Maestranza para recabar fondos para financiar la fastuosa corona de oro de la joyería Reyes que también había ideado Rodríguez Ojeda. De las 12.500 pesetas que costó la joya, 3.000 salieron de aquel festejo toreado por Joselito. La presea se impuso a la Virgen en la llamada ‘coronación popular’, el Viernes de Dolores de 1913 con la Virgen vestida con otra pieza iniciática: el manto de malla o camaronero. José volvería a rascarse el bolsillo tres años después para sufragar las nuevas corazas de la Centuria que había ideado Juan Manuel. Para ello, no dudó en volver a torear a beneficio de la hermandad, ésta vez en la efímera plaza Monumental, en junio de 1916 y en octubre de 1919. Buceando en la historia de la hermandad encontramos otro dato que refuerza la operatividad de ese binomio. Cuando Rodríguez Ojeda cesó como consiliario dejó ese puesto a su amigo Joselito. Cuentan que una Madrugada, vestido de nazareno delante de la Virgen, preguntó a Rodríguez Ojeda cuanto valía un varal de oro. “Muchísimo, José” le respondió el genial diseñador. “Pues si Dios quiere, el año que viene lo va a tener”. Pero Joselito tenía una cita ineludible en Talavera de la Reina...

Los primeros frescos de este otoño demorado también han ido dejando un rastro de desapariciones de nombres ligados al toro de una forma u otra. El primero fue el controvertido crítico taurino Juan Palma, que ya superaba las nueve décadas. Después ha llegado la muerte del periodista Emilio Parejo –muchos años entre Diario 16 y Canal Sur- y, finalmente, la del conocido hostelero Buenaventura Pérez, dueño y alma del taurinísimo bar Ventura del Arenal, que custodiaba algunos recuerdos de su efímero pasado como alguacilillo de la plaza de la Maestranza. Pero hay dos fallecimientos que han provocado un estremecimiento distinto. El primero es el de un compañero, Valentín García, cronista de su propia enfermedad y autor de un ‘hagstag’, #yomecuro, que se ha convertido en un estandarte para la esperanza. Hay otra Esperanza, con mayúsculas, que ya abriga con su ancho manto a Livia Caro. Era la hija del poeta Joaquín Caro Romero, glorioso pregonero de la Semana Santa que también escribió crónicas taurinas inolvidables en las páginas de ABC. El escritor era sólo un joven plumilla cuando cubrió la coronación de la Macarena, amadrinada por una jovencita delegada por las Hermanas de la Cruz que acabaría convirtiéndose en su mujer y la madre de Livia. La vida le envió demasiadas pruebas: una minusvalía que no logró quebrar confianzas; un horrible accidente que no doblegó su Fe; y un tumor imparable que se la ha llevado cerca de esa Virgen guapa de San Gil a la que cantó su padre; la misma que cubrieron de gasas negras a la muerte de Gallito. La historia de Livia nunca pasó desapercibida. Juan José Padilla le regaló una tarde especial, inolvidable, que ahora rebota en la memoria, enhebrada al escalofrío de lo irremediable. Fue en la Feria de Abril de 2015. El diestro jerezano la invitó junto a sus padres a compartir esos momentos íntimos y emocionantes en los que el hombre, revestido de luces, se convierte en torero antes de acudir a la plaza. Livia –recordaba el periodista Carlos Navarro Antolín- regaló al jerezano unas reliquias de la madre María de la Purísima, sucesora de la madre Angelita. Ya descansa en paz.