La corrida se derramaba por el sumidero cuando los clarines anunciaron la salida del sexto. Las agujas del reloj apuntaban a las nueve de la noche y ya habían salido dos sobreros; otros dos toros de nota se habían ido con las orejas puestas y el festejo pesaba como una losa. El propio Roca Rey había salido demasiado atenazado para lidiar al tercero de la tarde, un reserva algo brutito al que dejó prácticamente sin picar antes de enjaretarle una faena tan entregada como crispada en la que sobró tensión y faltó relajo. La espada, que hizo guardia en el primer viaje, tampoco ayudó. Eran las ganas por dictar su definitivo pronunciamiento, que tuvo que esperar a ese sexto que cantó cositas buenas en la lidia. En el quite, precedido de una extraña pausa mientras el toro permanecía encerrado en el burladero del cuatro, primó más la declaración de intenciones que la brillantez. Pero el peruano, dueño de la escena, estaba lanzado.

La faena comenzó de rodillas, enroscándose al bicho en cuatro o cinco muletazos trepidantes que hicieron olvidar el tostón anterior. Y de ahí, después de otra pausa inesperada, a los medios: el trasteo rompió de más a mucho más. Primero sobre la mano derecha mientras el toro de Cuvillo se abría con importancia en los embroques cantando todo lo bueno que iba a pasar. El animal tenía clase, bondad, prontitud, recorrido... Y Andrés Roca Rey supo exprimir esas cualidades reventándolo por naturales. ¿Quién dice que el peruano no tiene calidad? Los muletazos surgieron como ríos, arrebujándose por completo de toro, llevándolo siempre muy hacia adentro. Hubo ración justa de efectos especiales, un farol que refrescó la tensión y hasta un monumental pase de pecho. Pero no sabíamos que lo mejor aún estaba por llegar...

Roca se echó la muleta a la mano derecha y dibujó un trincherazo de granito. Cuando se puso a torear sobre ese lado, la plaza empezó a rugir con una sola voz. Roca hizo un hilo continuo de la embestida en dos series trepidantes, intensas, cantadas, gozadas, sufridas... Hubo una arrucina de la que casi sale trompicado mientras la plaza estallaba de locura. ¡Bendita locura! El rey del Perú montó la espada apurando los terrenos. El espadazo fue a toma y daca y el toro salió rodando del embroque. La plaza se nevó al instante. Cayó una oreja, la segunda... ¡rabo! ¡rabo! Se lo tenían que haber dado. Se había ganado con creces esa Puerta del Príncipe que no debería entender de aritmética. Roca ya es el rey del toreo.

Antes no había pasado casi nada. Pero nada de nada. Sebastián Castella, cabeza de cartel y convidado de piedra, tuvo que abreviar con el inválido que salió en primer lugar. Tampoco iba a tener el santo de cara con el cuarto, otro ‘cuvillo’ noble y blando al que toreó con cierta templanza y compostura antes de que el público, mosqueado por los derroteros que estaba tomando la corrida, le obligara a marcharse a por la espada. Le queda la Miura. Ya veremos si puede desquitarse.

Pero, ojo, en la corrida hubo un lote completo que podría haber servido para que Manzanares acompañara en triunfo a Roca Rey. Hablamos de otros tiempos en los que el alicantino no fallaba en la plaza de la Maestanza. El ‘Manzana’, esa es la verdad, pudo tener su tarde más espesa en la plaza de la Maestranza. Con el segundo, un animal con cierto ritmo y un punto tardo, cuajó muletazos aislados en una labor falta de alma, convencimiento interior y continuidad. El Manzanares de hoy torea citando en uve, forzando la figura y dibujando el muletazo como si fuera un trabajo en vez de un acto de creación. No hubo acople, hilo ni argumento en una labor en la que ni siquiera arrancó la música aunque la espada, montada en la suerte de recibir, volvió a ser infalible. Esa versión desdibujada del alicantino se confirmó con el quinto, una animal boyante que descubrió su gran pitón izquierdo en los naturales sin alma que le enjaretó Josemari. Aquello no fluía por ningún lado y parecía forzado. Hablando en plata: se dejó ir un gran toro al que, eso sí, volvió a matar como el As de espadas que no ha dejado de ser. Mal asunto.

Ganado: Se lidiaron seis toros de Núñez del Cuvillo, incluyendo los sobreros que saltaron en tercero y quinto lugar. Bien aunque desigualmente presentados. El mejor fue el sexto por bravo, repetidor y enclasado. También brindaron muchas y buenas posibilidades los lidiados en segundo y quinto lugar. La corrida se empañó por la invalides del primero y el cuarto. El tercero, que se quedó sin picar, desarrolló un punto de violencia.

Matadores: Sebastián Castella, de tabaco y oro, silencio en ambos.

José María Manzanares, de rioja y oro, ovación tras dos avisos y ovación.

Andrés Roca Rey, de sangre de toro y oro, ovación y dos orejas con petición de rabo.

Incidencias: la plaza se llenó hasta la bandera en tarde calurosa. Dentro de las cuadrillas destacaron Chacón, Suso, Duarte, Viotti y el picador Paco María.