Pablo Aguado: un año después

El 10 de mayo de 2019 se produjo la impresionante simbiosis entre un gran toro de Jandilla y el joven matador sevillano. Fue el último cataclismo en la plaza de la Maestranza

09 may 2020 / 13:26 h - Actualizado: 09 may 2020 / 13:32 h.
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  • Pablo Aguado saliendo de la Puerta del Principe. / Toromedia-Arjona
    Pablo Aguado saliendo de la Puerta del Principe. / Toromedia-Arjona

5 minutos, poco más de veinte muletazos y una estocada cambiaron el mapa reciente del toreo. Fue el 10 de mayo de 2019, Viernes de Farolillos en la Feria de Sevilla. Este domigno hace justo un año. En las taquillas se había colgado el cartel de ‘no hay billetes’ al reclamo de la ganadería de Jandilla y los nombres indiscutibles de Morante de la Puebla, Andrés Roca Rey y, ojo, un joven matador sevillano que redondeaba el cartel de mejor ‘química’ entre los aficionados. Efectivamente: el aura creciente de Pablo Aguado, colocado en una única tarde en la Feria, era la guinda de aquel festejo que ya estaba ungido antes de su celebración. Pero nadie podía atisbar en los corrillos previos que aquella fecha iba a quedar grabada a fuego en los anales de la propia plaza.

Ha pasado un año, sí; y la revelación aguadista permanece viva a pesar de esta indeseada sequía taurina, uno de los innumerables efectos colaterales del año de la pandemia. En 2020 están cambiando demasiadas cosas. No hace falta hablar de esa tremenda tragedia humana y sanitaria que ha llevado aparejada otros pequeños naufragios íntimos y sentimentales como la pulverización de la Feria de Abril. Su ciclo taurino se quedó congelado en las dos dimensiones de los lujosos carteles que llegaron a presentarse e imprimirse. La comidilla anterior a la puesta de largo de las combinaciones de toros y toreros fueron los dimes y diretes en torno a la inclusión del propio Aguado en la corrida del Domingo de Resurrección. Todo el mundo quería verlo vis a vis con Roca Rey... Después se confirmó su posterior encaje en cuatro tardes de la temporada sevillana. Pero no quedaba demasiado tiempo antes de que todo saltara por los aires aquel nefasto 13 de marzo. Todo ha quedado convertido en papel mojado mientras el aficionado –consciente de las verdaderas prioridades- sigue contemplando el calendario con escepticismo. Hay que asumir una certeza: habrá que esperar un año entero para asomarnos de nuevo a una plaza de toros.

Pablo Aguado: un año después
Pablo Aguado / Toromedia-Arjona

Los antecedentes

Pero el toreo, que nace y muerte en el mismo instante, también es un ejercicio de memoria. Los que sólo entienden de estadística se detuvieron en las cuatro orejas o la Puerta del Príncipe ganadas aquella espléndida tarde de mayo. Pero el triunfo de Pablo Aguado y su eco estaban envueltos de un clamor distinto que no está sujeto a ningún tipo cómputos. Aquella noche ya sabíamos que algo estaba cambiando... Hay que advertir que el pronunciamiento sólo estuvo precedido de un breve puñado de corridas. Pablo Aguado era el hombre, contaba en las quinielas del aficionado, pero las miserias del negocio le habían tenido parado hasta ese momento. Había tomado la alternativa en la feria de San Miguel de 2017 y en la campaña de 2018 sólo se había vestido de luces en seis ocasiones. Antes de hacer el paseíllo de ese 10 de mayo de 2019 había cumplido otras cuatro tardes...

La temporada había comenzado en Fallas. Ese contrato, de alguna manera, había servido para confirmar a Antonio y Fran Vázquez en la dirección de su carrera después de algunos titubeos de trastienda que no llegaron a trascender. El joven matador se llevó un trofeo en el ciclo valenciano que también fue noticia por la gravísima lesión de rodilla de Enrique Ponce. El toreo es así: ese percance iba a abrirle la puerta de la sustitución del valenciano en Morón de la Frontera a finales de marzo. Era una corrida preparada para la reaparición puntual de Jesulín de Ubrique pero todo el mundo salió hablando del sustituto. El joven matador sevillano indultó al toro ‘Toledano’, un gran ejemplar de El Torero que le permitió enseñar sus mejores registros. El boca a boca hizo el resto. Lo mejor, una vez más, estaba por llegar...

Pablo Aguado: un año después
Pablo Aguado toreando con el capote. / Toromedia-Arjona

El acontecimiento y sus consecuencias

Aún pasaría por un pueblo de Francia antes de recalar de nuevo en la plaza de Las Ventas, la tarde del Domingo de Resurrección, junto a Juan Ortega y David Galván. La combinación había caído de pie entre los aficionados aunque el juego de los toros de El Torero no estuvo a la altura de las circunstancias. Y llegó el 10 de mayo, anunciado en Sevilla. Hizo el paseíllo entre Morante y Roca Rey. Era el cartel estelar de la Feria, el que se había impuesto en la taquilla y las preferencias del aficionado.

Ya contamos en su día el milagro. Pablo había entrado en la plaza con aura de torero futurible. Salió convertido en figura después de marcar a fuego el resto de la temporada hispalense. Hubo un indiscutible antes y después de ese Viernes de Farolillos. Roca Rey, que tiró de todo su repertorio en la misma plaza que le había aclamado unos días antes hasta el punto de pedirle el rabo de un toro de Cuvillo, salió tentándose la ropa. No querría verle más. Ni en pintura.

Pablo Aguado: un año después
Pablo Aguado toreando con la muleta. / Toromedia-Arjona

Pero los milagros no son cotidianos. Los afortunados que abarrotaban los tendidos y gradas de la plaza de la Maestranza en esa tarde podrán contar a los suyos que estuvieron presentes en el día y la hora en los que el toreo se reveló como verdadero arte mayor. Pablo Aguado, que sorteó un gran lote de Jandilla, depuró el trazo, la expresión y hasta el halo de los lances y muletazos para cincelar una obra tan emocionante como inolvidable que ha crecido con el tiempo y está instalada en nuestros mejores recuerdos de aficionado. Cortó cuatro orejas; le abrieron la Puerta del Príncipe... todo eso es lo de menos. Al cuarto o quinto pase ya sabíamos que estábamos asistiendo a una auténtica revelación: la del toreo interpretado como tratado de armonía. Para qué darle más vueltas: Aguado había acabado con el cuadro, reventando las costuras de la Feria y del propio toreo sin apearse del palo más clásico. Dos toros y poco más de veinte muletazos bastaron para convertirle en figura.

Pablo Aguado: un año después
Pablo Aguado dando la vuelta al ruedo / Toromedia-Arjona

Hay que insistir en el dato: la dimensión de aquel recital de Pablo Aguado trasciende de las orejas, de la puerta que abrió, de los titulares que ocupó, de las crónicas que se escribieron... Con sus dos faenas y su valioso toreo de capote levantó un monumento a la sencillez y la naturalidad como verdaderos pilares del toreo más clásico, del toreo eterno. Sabiéndolo o no, su obra tuvo un barniz restaurador: del arte concebido en su más pura desnudez, desprovisto de cualquier hojarasca; del sentido de la medida... Para qué vamos a negarlo: necesitábamos un torero así en estos tiempos en los que mandan otras tauromaquias –ojo, igual de válidas- en las que priman otros valores complementarios. Veinte pases y poco más de cuatro minutos sirvieron al joven matador para convertirse en clásico después de poner a hervir a 10.500 almas en vivo y a no sé cuantas más por televisión. El toreo entero había sufrido un cataclismo. Lo clásico era vanguardia. Ya ha pasado un año.