Un BMW blanco rompía la noche y se encaramaba en la negrura de Sierra Morena después de abandonar la nacional IV, buscando el cruce de Villanueva de Córdoba desde Ándujar. La sierra se abre allí a un tremendo valle. Pero aquel viaje aún permanecía enhebrado a la madrugada espesa. Eran ya muchas horas de volante en un largo periplo que se había iniciado en Logroño con la anochecida. La de la capital riojana, el día 25 de septiembre de 1984, había sido la penúltima corrida de una campaña a la que sólo quedaba una cita, en una tarde amable y de escaso compromiso. El famoso torero tenía que coger el avión dos días después para viajar a Venezuela, con Isabel. Pasaban las cinco de la mañana cuando Antonio Rivera frenó en la puerta del hotel Los Godos: “Despierta Paco, ya hemos llegado a Pozoblanco".

Pozoblanco es el centro social y comercial del Valle de los Pedroches; entonces era aún una pequeña ciudad emergente, capital económica de esta tierra cercada de sierras que celebraba sus fiestas en honor de la Virgen de las Mercedes. En los enormes carteles pegados a las paredes, con letras grandes, el nombre de Paquirri eclipsaba los de Yiyo y El Soro, que alternaban con él esa tarde. En el viejo hotel Los Godos ya se vivía el trajín de un día de toros. El sol blanco del primer otoño había espantado la madrugada, despertando a los hombres de plata que habían llegado en el volvo ranchera –siguiendo la misma ruta– casi de amanecida. Había llegado la hora de ir a la plaza a enlotar los toros de Sayalero y Bandrés.

“Por la mañana fuimos al sorteo y de vuelta al hotel le comentamos a Paco los toros que le habían tocado. ‘Avispado’ era el más chico, el más bonito de toda la corrida. Después de almorzar nos pusimos a jugar a las cartas. Le gustaba quitarnos el dinero a todos y no paraba hasta que nos desplumaba. Siempre tenía que ser el ganador, era como un niño chico cuando ganaba. Tenía una caja llena de pesetillas y duros para apostar en aquellas partidas inofensivas”, recordaba el banderillero sevillano Rafael Torres en una entrevista mantenida con el autor de estas líneas a finales del verano de 2009. Torres toreaba aquella temporada a las órdenes de Paquirri junto a José Pichardo, Gregorio Cruz Vélez y los picadores Rafael Muñoz y José Luis Sánchez.

Mientras tanto, ya había doblado el mediodía en Córdoba y el periodista Pepe Toscano andaba haciendo tiempo en su casa de El Brillante. Aún estaba esperando a Antonio Salmoral, el corresponsal de TVE, para marchar a Pozoblanco por la ruta de Los Villares. Había intentado varias veces ponerse en contacto con él sin éxito en un mundo sin móviles ni redes sociales. Con el tiempo encima, se disponía ya a salir de viaje. A punto de ponerse en la calle, Salmoral apareció con prisas. Traía la flamante cámara de video que le habían entregado por mediación de Matías Prats: “A las cuatro y diez no había llegado y me subí al coche. En ese momento llegó junto a un hijo suyo que estaba haciendo el servicio militar. Si hubiera salido algunos minutos antes, Salmoral no habría ido a Pozoblanco”, rememoraba Toscano, que convenció al bueno de Salmoral a pesar de sus reparos para acompañarle en ese viaje y estrenar la nueva cámara a pesar de que Televisión Española había desestimado filmar el festejo. Sólo la insistencia de Pepe Toscano terminó de convencer al camarógrafo para ir a al encuentro de una tarde que también cambiaría su vida.

A esa misma hora, en el hotel Los Godos de Pozoblanco, los jugadores se retiraban de una partida inocente: Pichardo, Cruz Vélez y el matador. Rafael Torres ya se había marchado a descansar y Ramón Alvarado, tío y mozo de espadas del torero, andaba preparando el vestido azul cobalto y oro que iba a usar aquella tarde, el mismo que había estrenado en la Feria de Abril de ese mismo año. Paquirri recibió la visita del ganadero Juan Luis Bandrés. Entre bromas, hizo amago de llevarse el dinero que habían liquidado al torero por aquella tarde: era un millón y medio de 1984. En un ambiente mucho más relajado que el que acostumbrado, terminó de vestirse de torero. Había llegado el momento de marchar a la plaza...

El diesel de Pepe Toscano ya había remontado la Sierra de Córdoba en busca del puerto del Calatraveño por las endiabladas carreteras de hace 35 años. La radio estaba averiada y la tertulia sustituyó a las ondas. “En el viaje fuimos comentando las precariedades de la colaboración de Antonio con Televisión Española y al llegar a Pozoblanco comprobamos el ambientazo que se vivía en el pueblo. No pudimos meter el coche en la plaza como en otras ocasiones. Entramos allí y él se fue a un lado del burladero y yo a otro”.

El volvo de la cuadrilla de Paquirri también había alcanzado la plaza. Entre risas y bromas se hablaba de la partida. El torero andaba eufórico y extrañamente comunicativo. Presumía de haberles limpiado 40 duros. En los alrededores del coso ya no cabía un alfiler. Paquirri cruzó a duras penas el gentío que aguardaba a los toreros y en la puerta de cuadrillas se encontró con El Yiyo, una figura emergente que comentó con el maestro las bondades de los toros de Sayalero y Bandrés. Con el run-run del público, apenas se oye el pasodoble. Ha llegado el momento de liarse el capote de paseo y dar el paso adelante: ¡Suerte, señores!

Paquirri fue el encargado de despachar el primer toro. Sobrado y seguro, alternó con El Soro en banderillas. Entrebarreras había un muchacho rubio que entonces se anunciaba como Manolo y que andaba queriendo ser torero. Se dice que es hijo de El Cordobés. Paquirri brindó al chico y Pepe Toscano, que se encontraba a su lado, escuchó sus palabras: “Pelillos, te brindo este toro porque me caes muy bien y tienes mucha gracia”. El maestro cortó una oreja casi sin despeinarse y la corrida empezó a lanzarse. Yiyo y Soro empataron a dos orejas. El valenciano ofreció los palos a Paquirri que, después de salir apurado de un par y correr hacia las tablas sonrió a Toscano. La plaza de Pozoblanco ya era una fiesta y en los chiqueros aguardaba el cuarto de la tarde, “el más bonito”. Se llama ‘Avispado’, era negro y algo veleto.

La lida de ‘Avispado’

Paquirri recibió al toro en los tendidos de Sol. Rafael Torres andaba al quite: “le perdió un poco el respeto a ‘Avispado’. Lo toreó pegando lances mirando al tendido. El toro era sensacional aunque en la brega le hizo dos cosas raras y en la segunda le echó mano. Se estaba aguantando al toro en el burladero de la tercera suerte y Paco lo llamó desde los medios para llevarlo al caballo. El toro lo vio y se fue a por él. El caballo se estaba colocando y el toro hizo como un amago de irse para el picador. Paquirri lo llamó y en ese momento el animal se le venció por el pitón izquierdo. ¡Ay¡ Paco rectificó ligeramente pero se quedó tal cual. El toro se volvió, abriéndose, y él le perdió pocos pasos. El toro se le volvió a colar y no le dio tiempo de nada; le pegó medio lance pero el animal le arrolló y le metió el pitón hasta la cepa”.

Pepe Toscano no daba crédito a lo que está viendo: “cuando vi la cornada pensé que le había hecho presa, que le había hilvanado el pitón entre la taleguilla y la carne pero dio una vuelta de campana y cuando lo despidió salió un chorro de sangre enorme. Salí corriendo para la enfermería. Los que llevaban a Paquirri equivocaron el camino hacia la puerta de toriles y tuvieron que rectificar. Yo fui el tercero que entró allí. Los doctores Eliseo Morán y Ruiz González ya estaban preparados para intervenir. El cristal de la puerta estaba roto porque no encontraban la llave y tuvieron que darle una patada para abrir”.

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