Pepe Luis Vázquez: elogio de la naturalidad

Juan Ortega y Pablo Aguado inauguraron en la Fundación Cajasol el programa del centenario del recordado maestro de San Bernardo

24 feb 2022 / 10:39 h - Actualizado: 24 feb 2022 / 10:41 h.
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  • Los toreros sevillanos estuvieron moderados por el periodista Álvaro Acevedo.
    Los toreros sevillanos estuvieron moderados por el periodista Álvaro Acevedo.

La conmemoración del centenario de Pepe Luis Vázquez ya ha echado a andar. El programa de actos ya fue presentado el pasado día 21 de diciembre, el mismo día que el recordado Sócrates de San Bernardo hubiera cumplido cien años. No hay que darle demasiadas vueltas: su memoria permanece viva y se acrecienta en el retrovisor de la mejor historia del toreo. Esa herencia taurina, ese hilo invisible, es el que han sabido recoger algunos de los toreros de la última hornada sevillana para abonar una imperceptible revolución de moldes clásicos.

Hablamos, cómo no, de Pablo Aguado y Juan Ortega que –con Morante en la jefatura- se han convertido en los máximos representantes de un concepto que bebe de veneros muy antiguos y ha sabido actualizarse a través de épocas muy distintas del toreo. Ambos se sentaron en el auditorio de la Fundación Cajasol junto al periodista Álvaro Acevedo –comisario de los actos programados dentro del centenario- para desentrañar las claves de la tauromaquia del maestro. Fue una sesión original, apoyada en las mejores fotografías de los lances y muletazos de un matador que, como dijo José María de Cossío supo “infundir profundidad a la gracia; hacer densa la espuma...”

Acevedo definió al recordado diestro de San Bernardo como “un torero medular en la historia de la fiesta”. Ortega y Aguado –monta tanto- rindieron su admiración a la memoria y el legado del maestro desde el primer envite. Lógicamente nunca pudieron verle torear pero, tal y como señaló el moderador, sí son testigos de “esa herencia que se va transmitiendo de forma imperceptible; de ese hilo sevillano que vincula a un torero nacido hace cien años con los toreros de ahora”. Ortega terció en el asunto invocando al gran Pepe Alameda, seguramente el más fino tratadista de las fuentes del toreo. “Hay toreros que marcan un modelo a seguir y el maestro Pepe Luis, dentro de la línea de toreo sevillano, de los que han basado su toreo en la naturalidad, ha sido el más profundo...” El joven matador marcó dos referentes dispares en la tauromaquia del maestro, escuchados de otro Pepe Luis, Vargas, su mentor y definitivo descubridor. “Él me contó que sus dos toreros habían sido Belmonte y Chicuelo; fue capaz de tomar de ambos y marcar una línea a seguir...”

Virtudes taurinas

Ya se habían marcado algunas virtudes: naturalidad, profundidad, gracia... Pero Pablo Aguado añadió una clave más, necesaria para entender la personalidad taurina de Pepe Luis: la cabeza. “Puede pasar desapercibida pero esa intuición que tenía delante del toro es admirable”, explicó Aguado antes de que comenzara una proyección que se inició las imágenes de aquella definitiva prueba de fuego, siendo aún solo un niño, con dos becerrones de Miura y Guadalest que enseñaron las auténticas posibilidades de aquel niño rubio del barrio de San Bernardo. Su formación taurina está estrechamente vinculada al matadero, que él ya conoció mudado al edificio regionalista del Cerro del Águila. “Primero se midió con los becerros de media casta y luego lo llevó al salón, toreando al aire con sus amigos del barrio”, señaló Acevedo. “Es que tuvo la suerte de medirse con un ganado de media casta que entonces era mucho más parecido en sus embestidas al que se lidiaba en la plazas; el hecho de no torear de salón podría ser clave para explicar por qué llegó a ser él”, apreció Pablo Aguado.

Mientras tanto, la proyección proseguía vertebrando una completa tauromaquia del gran torero sevillano. Sorprendió la vigencia de algunas de las imágenes del toreo de capote. “Si les pones color son absolutamente actuales”, exclamó Ortega. Pero Aguado fue más allá al admirar esas formas señalando que “para torear con naturalidad hay que tener mucho valor”. Volvíamos a esa ecuación necesaria, sostenida en el valor. Los toreros analizaron los lances y muletazos, diseccionaron la técnica en chicuelinas, medias, naturales, kikiriquís, pases de pecho, también se marcó el recuerdo de faenas míticas como la del toro de Aranjuez, la de Valladolid, Madrid... Pero ambos matadores se sintieron especialmente sorprendidos por una fotografía que retrataba al maestro cogiendo la muleta prácticamente con dos dedos. “Cuando estás delante de un toro el cuerpo lo que te pide es tensión pero coge la muleta así, es la máxima expresión de ese sentido de la naturalidad”, explicó Ortega.

Pero la inmersión en el lenguaje taurino de Pepe Luis Vázquez abarcó otros campos. Aguado volvió a otras facetas menos evidentes, pero absolutamente definitorias de la personalidad del maestro. Habló del “conocimiento”, de esa intuición –posiblemente adquirida en sus andanzas del matadero- que le servía para “extraer el contenido exacto de cada animal”. Aguado sorprendió a los presentes al precisar que “para torear bien hay que tener miedo” asegurando que ese temor previo ayuda a centrarse en la plaza. “El toreo como arte tiene la misión de dejar huella más allá de la competencia; debe ir por encima de todo eso para que quede en el recuerdo”. Pero hubo más, como ese cantado sentido de la medida que Ortega unió a la necesaria dosis de intensidad y expresión para acabar con el cuadro en quince muletazos. Nos quedamos con eso.