Riverita, en la cara oculta de la luna

Los inicios taurinos de José Rivera fueron paralelos a los de su hermano Paquirri que alcanzaría el estrellato antes de su trágica muerte el 26 de septiembre de 1984

22 ene 2021 / 12:19 h - Actualizado: 22 ene 2021 / 12:21 h.
"Toros"
  • Riverita y Paquirri en una de sus primeras novilladas a mediados de los 60.
    Riverita y Paquirri en una de sus primeras novilladas a mediados de los 60.

La muerte de José Rivera ‘Riverita’ era esperada. Y ha vuelto a poner de actualidad ese archifamoso apellido, enredado en la reciente polémica surgida en torno al reparto de la herencia de su hermano Paquirri y las andanzas de sus sobrinos: los matadores de toros Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez y el ‘dj’ Kiko Rivera Pantoja, que ha roto cualquier relación con su madre, la tonadillera Isabel Pantoja en medio de un culebrón que cada día alumbra un nuevo capítulo televisivo.

Riverita, en cualquier caso, era el menos mediático de los hermanos Rivera Pérez. Punto y aparte, era hombre bohemio y genial, muy querido por sus familiares y allegados, que siempre rehuyó adentrarse en ese fragor mediático que ha acompañado a su familia, especialmente desde la tremenda muerte de Paquirri aquel 26 de septiembre de 1984 después de la brutal cornada del toro ‘Avispado’ de Sayalero y Bandrés. Las imágenes de Pozoblanco dieron la vuelta al mundo. El luto por su muerte y las posteriores polémicas por la partición de su legado alimentaron esa fuerza mediática que, 36 años después, sigue acompañando las andanzas de la saga.

José Rivera también se dejaría llevar por esa ola, brevísimamente, al aceptar la oferta del promotor José Luis Martín Berrocal. Se trataba de retomar su carrera taurina después de la muerte de su hermano menor alimentando el morbo de su trágica muerte. No dejaba de ser una maniobra comercial y oportunista que tuvo escaso recorrido. Riverita comprendió que aquel era un viaje a ninguna parte y desistió pronto del empeño, volviendo a Barbate, sumergiéndose en su propio mundo, en sus escritos y su bohemia, en ese carácter genial y el afecto de los suyos. Eso sí: nunca dejó de estar vinculado al mundo del toro.

La forja

Riverita, en cualquier caso, tiene el encanto y la riqueza del perdedor. Era un año mayor que Paquirri y, cómo él, alimentó su vocación escuchando las historias y enseñanzas de Antonio Rivera, su padre, un novillero fracasado que guardaba como oro en paño las fotografías de su debut en la plaza de Las Ventas. El infatigable Antonio Rivera los fogueó en los tentaderos y las ganaderías de la Ruta del Toro, donde fueron ganando ambiente antes de dar el salto a las plazas del entorno del Campo de Gibraltar mientras su fama comenzaba a trascender de Barbate, donde su padre trabajaba como conserje del matadero y hacía trapicheos con reses de carne. Pero José y Paco eran dos toreros –y dos personalidades- absolutamente distintas...

Si Paquirri era el tesón, el amor propio y la indeclinable voluntad de ser, su hermano Riverita destacaba por sus formas artísticas y esas genialidades que no dejaban de ser la fachada de una personalidad bohemia y desprendida pero también falta de la necesaria ambición en un proyecto de torero. El acento artístico de José había enamorado inicialmente a los aficionados aunque acabaría decantándose por la solidez profesional y el afán de superación de Paquirri, que no tardaría en tomar aura de figura en ciernes.

El periodista y escritor Antonio D. Olano refiere en su libro ‘Dinastías’ una conocida anécdota que da fe de las distintas situaciones taurinas de los hermanos. Toreando en Sanlúcar de Barrameda, Antonio Rivera se las ingenió para que los novillos de mejor nota los torease José. Su hermano Paquirri, que había quedado por debajo de su hermano, advirtió la jugada después del festejo y rompió a llorar. Su padre lo cogió a solas y le hizo ver que tenía más confianza en él: “Tú puedes resolver todos los problemas que te plantee el toro mejor que él y lo sabes; Pepe es el que necesita que se le preparen los novillos para que pueda lucirse”, fue la respuesta del progenitor que ya adivinaba el destino de sus vástagos.

Con esos condicionantes, la carrera del menor despegó con fuerza propia desde sus tiempos de novillero. Riverita, de alguna forma, quedó estancado y tampoco logró el despegue necesario a raíz de su encerrona en solitario en la plaza de la Maestranza, el 10 de agosto de 1967, saldada con una solitaria oreja. Trataba de ganar ambiente para su inminente alternativa, que tomó el 1 de septiembre de aquel año en la plaza de toros del Puerto de Santa María de manos de Miguelín. Su carrera como matador tampoco iba a tomar vuelo mientras su hermano Paquirri caminaba hacia la cima. El año de su alternativa sólo toreó dos corridas más; dos fueron en el 68; tres en el 69... En 1971 lograría confirmar su alternativa en Madrid de manos de Jerezano. Corta una oreja pero el ritmo declinante de sus actuaciones le llevaría a retirarse a mediados de aquella década.

Su hermano rescató su nombre anunciándole como sobresaliente de la trascendental encerrona que protagonizó en la Beneficencia madrileña de 1980. Cuatro años después llegaba la tragedia de Pozoblanco abriendo una espita inagotable de interés mediático al que Riverita, más allá de la fallida exclusiva de Martín Berrocal, ha sido ajeno a lo largo de los años. Pero José volvería a torear. Lo hizo, puntualmente en un festival organizado en Zahara de los Atunes el 12 de abril de 2003, arropado por sus sobrinos toreros: Francisco Rivera Ordóñez, José Antonio Canales Rivera, hijo de su hermana Teresa, y Cayetano Rivera Ordóñez que aquel día debutó en público después de su tardía de decisión de dedicarse al toreo. En 2019 volvieron a juntarse para rendir homenaje a Riverita en un nuevo festival en el que se presentó, haciendo fama de sí mismo, vestido de chaqué y tocado con una chistera.

Pero el cáncer no tardaría en comenzar a comerle por dentro. Los hermanos Rivera Ordóñez volvieron a visitar a su tío a finales del pasado mes de noviembre acompañados de Kiko Rivera Pantoja –deseoso de recuperar la relación con su familia paterna- mientras crecía la onda expansiva del enfrentamiento con su madre por el reparto de la famosa herencia. Los tres hijos de Paquirri, que ya conocían el estado irreversible de su tío José, salieron aquel día de la casita de Barbate con un capote de brega de gran significado familiar y un paquete de viejas fotografías.