Los ases de 2022 (I)

Roca: la coronación de un rey

La temporada 2020 ha servido para ungir al matador peruano como número uno indiscutible –en la taquilla y en el ruedo- de la torería actual

28 oct 2022 / 12:28 h - Actualizado: 28 oct 2022 / 12:32 h.
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Decía Antonio Ordóñez que para ser una verdadera figura del toreo hay dos o tres ocasiones en el año en las que hay que dejarse matar. No, no se trata de arrojarse al abismo o atropellar la razón pero sí de arrojar la moneda sabiendo lo que está en juego, ese ser o no ser que define una vida entera en apenas un cuarto de hora. Hay nombres de toros y fechas concretas que marcaron para siempre las respectivas carreras de sus matadores: Paquirri y el ‘Buenasuerte’ de Torrestrella en Madrid; Capea y ‘Cumbreño’ de Manolo González, también en Las Ventas; Espartaco y el ‘Facultades’, otro toro de los González que le consagró en Sevilla. Más recientemente, sin salir de los Madriles, habría que recordar a El Juli y ‘Cantapájaros’ o a Manzanares y ‘Dalia’, ambos de Victoriano del Río, la misma ganadería –‘Jabaleño’ se llamaba el sobrero que puso en el filo de la navaja a Andrés- que iba a rubricar el definitivo pronunciamiento del astro limeño en la plaza de Bilbao.

Aquella tarde agosteña resume por sí sola la importancia de todo el año, de la carrera global de Roca Rey, un torero con vocación de mando en plaza que ha podido liberarse, por fin, de todos los escollos para alcanzar una cumbre que tenía cercada desde hace tiempo por más que los elementos, ya lo dijo Felipe II, se hubieran puesto en contra. 2021 fue una temporada incompleta para todos y la de 2020 apenas existió. Pero las dificultades habían comenzado antes: Andrés había vivido la campaña de 2019 pendiente de la compleja recuperación de la lesión que se produjo en San Isidro después de ser volteado por otro sobrero del Conde de Mayalde.

Aquel percance le acabaría obligando a cortar en San Fermín después de haber anunciado su inminente reinado en una campaña para enmarcar, la de 2018, en la que ya mostró su primacía en las taquillas. Había conseguido liberarse de ese aire de ‘carne de cañón’ que acompañó sus primeras temporadas de matador de toros, incluyendo la de 2017. Antes, en 2016, había estrenado su primera campaña en el escalafón mayor después de tomar la alternativa el año anterior en Nimes. Lo hizo abonando su papel de figura nata al abrir la puerta grande de Madrid. Pero aquel año no se libró de otro complejo percance que también le obligó a parar –y hasta a marcharse a Estados Unidos en busca de cura- cuando la máquina marchaba a todo trapo.

Resumiendo: en 2022 ha tenido el campo libre y la suerte de cara para superar los percances –que también los ha habido- para acabar la temporada en octubre. Pero la tarde de Bilbao –la suerte también se alió para que pudiera reaparecer en Ronda- sigue marcando a compás el centro de su conquista. Ese triunfo inapelable fue más allá de su propia historia taurina y tuvo la virtud de devolver al anillo bilbaíno su declinante cualidad de escenario trascendental del toreo, perdida en una maraña social, taurina y económica que merecería otro análisis. La presencia del peruano en las cenicientas arenas del Bocho ya tenía carácter de acontecimiento, subrayado por la presencia de ese público que tanto se echa de menos en el remozado coso de Vista Alegre, víctima del desapego de la sociedad vasca a la fiesta de los toros –la sombra del nacionalismo es demasiado larga- que ya ha condenado el coso de Vitoria y mantiene en un difícil tenguerengue el moderno anillo donostiarra.

Una campaña apabullante

Son asuntos complejos que se escapan de este resumen que pivota en torno al pronunciamiento del paladín limeño. Más allá de las orejas que cortó en Bilbao hay que marcar una constante, común a las grandes figuras de todas las épocas: es esa excepcionalidad que trascendió del propio ámbito taurino para hacer saltar el impresionante despliegue vivido en el ruedo fuera de las órbitas de la plaza, del propio planeta de los toros. El triunfo de Roca Rey fue un verdadero acontecimiento popular que derribó todas las barreras y zancadillas que recortan la verdadera dimensión mediática del hecho taurino.

No hay vuelta de hoja: cuando ocurre algo que se sale de la norma y que rompe todos los esquemas no tarda en prender como una mecha. Pero conviene echar una ojeada apresurada al cómputo global de una temporada que comenzó el 6 de marzo en Olivenza y concluyó el 12 de octubre abriendo la puerta grande de Madrid. La cosa empezó a calentarse de verdad en Arlés, saliendo a hombros con una corrida de La Quinta. En Sevilla, por primavera, faltó poco para abrir esa Puerta del Príncipe que se le resiste. La cosa se embalaba: Valladolid, Jerez, Sanlúcar, Córdoba... y en medio otra gran faena en Madrid, sin refrendo con la espada. Las plazas de Nimes o Granada también fueron testigos de ese paseo militar que se mantuvo en otros escenarios de relevancia como Alicante, Algeciras, León, Castellón, Valencia, Ávila...

El verano taurino iba a vivir otras cumbres en Huelva, Huesca o Pontevedra y, especialmente, en la ‘Picassiana’ de Málaga. La cita de Bilbao ya se recortaba en el horizonte pero antes se detuvo en Almería donde amarró otro gran triunfo sin librarse de una tremenda voltereta. El 25 de agosto tenía esa cita con las arenas cenicientas de Vista Alegre. Hay un antes y un después de ese día, también la recuperación de las durísimas contusiones que le obligaron a una breve parada antes de reaparecer en Ronda, donde volvió a abrir la puerta grande en unión del mejor Juan Ortega. Se abría así la traca final de una campaña que le llevó por las primeras ferias del circuito antes de cerrar en Madrid en una fecha que, no hace tanto, esquivaban las figuras. Más allá de los matices que se le puedan poner a esa última puerta grande sirve de firma a un año excepcional que le ha elevado a la jefatura del toreo.