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Sentido y sensibilidad

Dávila cortó una oreja en la 15ª de abono que resumía por sí sola la elegancia y la oportunidad de una vuelta. Escribano volvió por sus fueros y sale reforzado. Los Miura sumaron su LXXV corrida en Sevilla.

26 abr 2015 / 22:39 h - Actualizado: 26 abr 2015 / 23:03 h.
"Feria de Abril 2015"
  • Dávila Miura. / Inma Flores
    Dávila Miura. / Inma Flores
  • Los tendidos en La Maestranza. / Inma Flores
    Los tendidos en La Maestranza. / Inma Flores
  • Dávila Miura. / Inma Flores
    Dávila Miura. / Inma Flores
  • Manuel Escribano. / Inma Flores
    Manuel Escribano. / Inma Flores
  • Iván Fandiño. / EFE
    Iván Fandiño. / EFE

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA

Ganado: Se lidiaron seis toros de Miura, muy en el tipo característico de la vacada. Dentro de las complicaciones globales que sacó el encierro -duro, correoso y de cuello ágil- destacó el quinto de la tarde, un animal que fue siempre a mejor. El primero fue blando pero peligroso y orientado. Se movió en malo el segundo. Resultó peligroso y duro de patas el tercero. El cuarto, sin dar facilidades, se movió mejor por el pitón izquierdo. El sexto fue muy correoso.

Matadores: Eduardo Dávila Miura, de verde hoja y oro, ovación y oreja; Manuel Escribano, de carmín y oro, ovación y oreja con petición de la segunda; Iván Fandiño, de mosto y oro, silencio tras aviso y silencio.

Incidencias: La plaza registró más de tres cuartos de entrada. Cayeron algunas gotas al inicio del festejo que no fueron a más. Buen nivel general de las cuadrillas en todos los tercios, tanto a pie como a caballo.


Dávila Miura había madrugado anunciando una reaparición que tenía sentido, oportunidad y un hermoso argumento. Era un encuentro íntimo con su historia pero, sobre todo, implicaba reivindicar la fidelidad de un hierro mítico a una plaza que lo vio presentarse hace más de siglo y medio aunque ahora se festejen esos 75 años de lidia ininterrumpida que han convertido el Domingo de Farolillos en el domingo de los Miura.

Y Eduardo no falló. Preparado a conciencia; responsabilizado del papel que jugaba dentro de un cartel que había agradado desde el momento de su presentación, salió dispuesto a darlo todo. Parecía raro dentro de ese vestido de torear que colgó hace ocho años sin saber que volvería a ponérselo una tarde de abril. Pero Sevilla mostró su sensibilidad sacándolo a saludar después de romperse el paseo. La ocasión lo merecía y de alguna manera los aplausos subrayaban la efemérides que le había animado a reaparecer.

Salió el primero. Una pintura de la casa con aire de galgo y herrado abajo que permitió a Dávila mostrarse lucido y solvente en la lidia. Berreón, blando, cortísimo de viajes y progresivamente orientado, llegó a tirarle un golpe de guadaña del que salió indemne. No quería nada por el derecho y en uno de pecho volvió a ponerle los pitones en la nuez. La espada asomó a la primera y cayó fea a la segunda. Había pasado la prueba con solvencia.

Aún le quedaba un cuarto, que le iba a permitir imponer su poder y su sobria profesionalidad. Tuvo un buen apoyo en Javier Ambel -con el capote- y Joselito Rus -con los palos- antes de tomar la muleta para emplearse en un largo trasteo dicho y hecho principalmente por la mano izquierda. Eduardo le pudo por naturales. No humillaba el animal pero sí se desplazaba por ese lado y el veterano diestro supo buscarle las vueltas en una faena con aire de otro tiempo que encontró su mejor acento artístico en los sensacionales pases de pecho con los que abrochó las series. El fulgurante espadazo final terminó de amarrar el trofeo que paseó en medio de una alegría compartida mientras escuchaba su pasodoble. Era el final feliz a un empeño tan bonito como plagado de dificultades.

Pero aún hubo más. La corrida de Miura ofreció muchas teclas que tocar y, sobre todo, mantuvo un nivel de peligro y exigencia en los toros que no se prestaron al toreo. Fue una miurada genuina pero también hubo un ejemplar para llegar a gustarse que fue entendido a la perfección por Manuel Escribano, que encontró de nuevo la simbiosis con la mítica vacada de Zahariche. Fue el más grande del envío y el diestro de Gerena lo recibió a portagayola -tan abierto como de costumbre- antes de lancearlo con sabor a la verónica. El toro apretó en los primeros pares de banderillas pero Escribano lo acabó reventando en ese quiebro al violín por dentro que puso a la parroquia en pie. Después de brindar a Dávila comprobó que la prueba tampoco iba a ser fácil. El toro le arrancó algunos hilos de la banda de bordado pero el matador comprobó que el animal respondía haciendo bien las cosas. Los viajes cortos iniciales se convirtieron en embestidas en una gran serie a izquierdas. Cambiado de lado, Manuel se relajó definitivamente y llegó a torear con cadencia cerrando con un largo cambio de mano seguido de un desplante que marcó la victoria del hombre. La faena estaba hecha. Era la medida justa y el matador se fue detrás de la espada dejando un estoconazo algo desprendido al que siguió una bella agonía. Le dieron una oreja; le pidieron las dos. Bien de verdad.

Escribano también había echado toda la carne en el asador con el primero de su lote. Hubo larga en el tercio, brillantez con el percal, pares en todos los terrenos y hasta en el estribo de las tablas. Con la muleta se lo pasó dos veces por la espalda pero la movilidad del animal se acabó convirtiendo en mero peligro. Ahí no pudo ser.

El tercer hombre -casi un convidado de piedra- fue Iván Fandiño, que se estrenaba delante de la mítica vacada y pasó la prueba con sorda suficiencia. El tercero de la tarde, que echaba el cuello como un látigo, le hizo sudar de lo lindo. Tampoco pudo encontrarse a gusto con el sexto, al que lució en el caballo antes de desanimarse al ver que no había forma de meterlo en la muleta. Y así acabó la Feria. Un año más -y ya van algunos- fue un gran placer.