El Cordobés estaba anunciado en la feria de Pozoblanco de 1984. Tenía que haber toreado una novillada sin picadores que acabó siendo suspendida por la tragedia del día anterior. En aquel tiempo aún se anunciaba Manolo y ya se hablaba en los corrillos taurinos de la verdadera identidad de su progenitor. Manuel Díaz estaba acartelado junto al Niño del Tentadero y El Vinagre para estoquear erales de Guadaíra. Aquella tarde asistía como espectador al festejo estrella de la feria de las Mercedes: “Había coincidido con Paquirri en varios tentaderos y siempre me trataba con un cariño especial. Me decía: Pelillos, que brujo eres, cuanto sabes. A él le gustaba mucho mi picardía. Él había sido un luchador que había venido de muy abajo y ver a un chaval luchador, que era capaz de decirle a un ganadero con arte y desparpajo que una vaca no era buena... Era tan especial que aquel día me brindó el que acabaría siendo el último toro que mataba en su vida porque me quiso hacer feliz. Para un chaval que empieza, que un figurón te brinde un toro... imagínate”.
“No entendía entonces aquello; no podía. Vine a Sevilla al entierro en el tren desde Córdoba y lloré mucho. Cuando lo metieron en la plaza de la Maestranza yo estaba en medio del tumulto y no pude llegar ni a tocarle el ataúd de la gente que había. Ahora me doy cuenta de la importancia que tiene un brindis y me doy cuenta del gesto que tuvo conmigo, queriéndome hacer destacar, reivindicando mi existencia. Yo era insignificante y me hizo sentir importante. A la salida de un par de banderillas me vio en el callejón y me dio un manotazo. ¿Qué haces aquí? Y yo, colorado y sin saber dónde meterme. Tierra trágame. Aquella historia terminó allí y lo pasé mal. Ahora me doy cuenta de todo lo que se perdió y de lo importante que fue en mi vida ese brindis...”