La programación taurina de la Exposición Universal de 1992 no comenzó con buen pie. Ni mucho menos... Pero hay que retrasar el calendario hasta el 4 de octubre de 1991, fecha en la que se programó una corrida extraordinaria que pretendía ser preludio y homenaje de la inminente muestra. En el cartel figuraban las tres máximas figuras de aquel momento -Ortega Cano, Espartaco y César Rincón- para estoquear una corrida de Torrealta. Pero las cosas se empeñaron en torcerse. Una cogida inoportuna apeó a Ortega de la terna. Su hueco lo ocupó el incombustible Curro Romero. Pero el baile de corrales y el inicial rechazo del encierro reseñado, que finalmente fue remendado con un ejemplar de Fermín Bohórquez, fueron la excusa esgrimida por Rincón y Espartaco para caerse del cartel y enseñar la trastienda podrida que precedió al festejo. La suspensión se decidió a las tres de la tarde y la mayor parte de los espectadores, en un mundo sin móviles ni redes sociales, se enteró al llegar a la plaza. La corrida estaba promovida por la propia Sociedad Estatal para la Exposición Universal y se iba a televisar para América Latina, Europa y España. El escándalo aún resuena...
Pero llegó el año de todos los fastos y la empresa Pagés, con don Diodoro a la cabeza, se lió la manta a la cabeza programando una temporada desmesurada en las cifras en la que nada salió como se había planeado. Se llegaron a programar 29 corridas de toros; doce novilladas picadas y un espectáculo de rejones a los que hay que sumar el habitual ciclo veraniego de noveles. Pero los resultados, ay, no fueron los esperados. Ortega, Rincón y Aparicio fueron los encargados de abrir fuego en la tarde del Domingo de Resurrección. La inauguración de la propia Expo había desplazado a Curro Romero de su fecha habitual al lunes 20 de abril junto a Ojeda y Espartaco. A partir de ahí, sin solución de continuidad, se celebraron otras diez corridas de toros por las que desfilaron, con tibios resultados, matadores como Mendes, Ponce, Manzanares, Emilio Muñoz, Cepeda, Litri, Campuzano, Ruiz Miguel...
El 1 de mayo se había celebrado una novillada matinal en la que Chiquilín cortó dos orejas que iban a caer en el olvido. Por la tarde se aunciaba uno de los festejos estrella del ciclo, restransmitido por Televisión Española en directo. Los toros de Atanasio Fernández tenían que ser estoqueados por Manzanares, El Capea y Ortega Cano. El primero, de nombre Cubatisto, alcanzó al banderillero Manolo Montoliú atravesándole el pecho de un costado a otro. Le partió el corazón y murió en el acto. Se lidió un toro más mascando lo irremediable pero el arriado del estandarte de la Maestranza delató la tragedia. Había muerto un torero; pero no sería el único que caería en ese año infausto.
El día 2 de mayo se habían programado dos corridas en sesión matinal y vespertina. Ambas quedaron suspendidas. Pero la función debía continuar y la plaza, sobrecogida aún, volvió a abrir sus puertas en la mañana del domingo de farolillos para acoger la corrida coral de rejones. Por la tarde hay que anotar que Pepe Luis Vázquez, que se había apuntado a la de Miura, se dejó un toro vivo. La habitual corrida del llamado Lunes de Resaca dio carpetazo a aquella Feria triste pero la plaza mantuvo su febril actividad. Sólo tres días después de finalizar el ciclo abrileño se volvía a anunciar una nueva corrida de toros en la que Joselito cortó una oreja gracias al estoconazo antológico que recetó a un torrestrella descarado de pitones. El domingo siguiente volvieron los carteles de campanillas: Curro, Litri y Aparicio se aunciaron con un encierro de Juan Pedro sin dejar nada para el recuerdo. El jueves siguiente se lidió una del Conde de la Maza y el domingo, día 17 de mayo, fue el turno de los antiguos y decadentes pablorromeros, remendados con sendos ejemplares de Núñez y Diego Garrido para ser estoqueados por una terna de banderilleros. Las corridas se reanudaron el 11 de junio. Los diestros castellanos Capea, Roberto Domínguez y Luguillano despacharon un desmesurado encierro de Los Bayones en un festejo desolador organizado para el pabellón de Castilla y León. Pero Canorea iba a echar el resto acartelando a Curro, Muñoz y Aparicio para la tarde del Corpus. El festejo fue patrocinado por el Ayuntamiento, la comisaría de la Ciudad y la propia Maestranza sin que la plaza alcanzara el lleno esperado.
La Asociación de la Prensa también organizó su corrida una semana después juntando a Parada, Jesulín y Pareja Obregón para estoquear un encierro de la Viuda de Diego Garrido. Fue el de Ubrique, que cortó una oreja, el más destacado del festejo que le sirvió para tomar impulso después del largo bache que vivió a raíz de la cornada de Zaragoza. Pero el verano taurino aún iba a anotar una corrida homenaje a Francia y la estéril encerrona de Martín Pareja Obregón -que se hizo un traje estrafalario- en la víspera del día de la Virgen.
Entre la Feria y los festejos de promoción hubo lugar para las habituales novilladas picadas, desdoblabas entre los jueves y los domingos de las dos últimas semanas de junio y extendidas al mes de agosto. Se pueden recordar los nombres de Manuel Díaz El Cordobés, Cuqui, Umbreteño, Pauloba, Chamaco, Manolo Sánchez, Santi Acevedo, Valderrama, Manuel Amador... De las becerradas de julio hay que recordar las dos orejas que cortó Vilches.
Pero la muerte se había quedado sentada en los tendidos. El 13 de septiembre, con la Expo de vuelta, se anunciaba una nueva novillada dominguera que acartelaba a tres nombres olvidados: El Vinagre, Juan de Félix y Leocadio Domínguez. En los chiqueros se había encerrado una novillada del Conde de la Maza. El tercero, llamado Avioncito, arrolló al subalterno camero Ramón Soto Vargas a la salida de un par de banderillas. Se levantó por su pie; parecía una voltereta más pero el pitón había alcanzado el corazón. En la enfermería se luchó por su vida mientras continuaba aquel festejo intrascendente. A las once se supo el fatal desenlace. Había vuelto a morir otro torero...
Quedaba San Miguel, con la triple comparecencia de Romero, la alternativa de Sánchez Mejías y el doblete del rey Juan Carlos en el palco del Príncipe. Finito cortó una oreja y Jesulín -que confirmó su resurrección taurina- otra. Pero aún quedaba la corrida de la Cruz Roja. El monarca volvió a presidir el festejo acompañado del príncipe. Era el noveno que cumplía el Faraón de Camas -que no tuvo su año- acompañado esta vez de Ponce y Aparicio el mismo día que se clausuraba la muestra de la Isla de la Cartuja. Habría un décimo, vestido de corto: fue en el festival organizado para homenajear al infortunado Soto Vargas. Terminaba así un año para olvidar.