Ya lo indica el titular: en la corrida de los hermanos García Jiménez, abierta en dos de los hierros de la casa Matilla, hubo tres toros que ofrecieron posibilidades para amarrar un gran triunfo en la plaza de la Maestranza. No está más reseñarlos antes de entrar en honduras: fue un primero codicioso, que humilló siempre y que tuvo un puntito justo de carbón. Con el aplomado tercero, era el único cuatreño que desembarcó en los corrales del Baratillo procedente de los campos de Salamanca. En el podio también hay que incluir el segundo, un cinqueño -manso sin paliativos- que resultó más que potable en la muleta.
Redondeamos el cuadro de honor con un cuarto próximo a cumplir seis años que cantó en sus magníficas hechuras –cuello largo, manos cortas y pitones arremangados- la excelente clase y humillación que ofreció en la muleta. El presidente Luque Teruel, por cierto, acertó al aguantar la presión del público que demandaba su devolución por su flojedad de manos. Y ya que andamos con la reseña ganadera no está de más recordar que el envío de los Matilla se completó con un cuarto que acabó defendiéndose de puro flojo y un sexto manso y genioso que iba a permitir a Ureña escenificar un premiado esfuerzo que le viene como agua de mayo en una temporada opaca.
Reseñados los toros es el turno de los espadas, de lo que pudieron hacer y lo que dejaron sin redondear en un extraño festejo que abrió la puerta a la recta final de esta atípica Feria de San Miguel que ya se antoja un punto larga. Se cortaron tres orejas, sí. Y las tres merecen matización en función de las reses a las que fueron cortadas. Pues vamos por partes... La primera se la llevó El Juli del primero de la tarde –ya hemos hablado de su condición- por una faena que tuvo mejor comienzo que desarrollo.
El madrileño se empeña en imponer esos muletazos de trazo bajo y curvo sin administrar las condiciones de su enemigo que pedía empujarle hacia adelante, ayudar a su embestida. A la faena le faltó esa dimensión diferencial por más que trufara buenos muletazos por ambos pitones sin acertar a apurar la embestida de su enemigo. El estoconazo, cobrado desde su peculiar saltito, amarró el trofeo. Quedó la sensación de que el otro se quedó colgando. El cuarto no tenía mala condición pero fue imposible armar faena mientras el bicho perdía las manos y acababa defendiéndose de puro flojo. Tocaba irse a por la espada...
La segunda oreja de la tarde la cortó Manzanares pero es que podría haberse llevado otra del segundo, un toro que huyó de todo y de todos en los primeros tercios pero que escondía muy buena condición para la muleta. El alicantino lo supo ver desde los primeros muletazos al natural pero hay una pega en su actual versión que impide que las faenas sean realmente compactas: las tandas de pases rara vez pasan de dos más el remate. Así es imposible pasar esa raya que separa lo excepcional de lo correcto por más que cuaje muletazos aislados de excelente trazo. El toro cantó su condición de manso en el último tramo de esa labor elegante y compuesta a la que le faltó ese punto de más. Eso sí, su infalible espada se atascó esta vez escamoteando la oreja que sí le cortó al quinto.
Ya hemos dicho que fue un animal de excelentes hechuras que se libró por poco de volver a los corrales. Sus manos cortas eran también de mantequilla pero la clase de su embestida larga, enclasada y humillada se acopló a la perfección a la elegante labor de Manzanares que volvió a redundar en el mismo pecado: las tandas son tan cortas que el hilo de la faena se adelgaza hasta el mínimo. Si el toro, por cierto, hubiera tenido un pelín de más fuerza habría sido un tejón de premio gordo. El Manzana, en cualquier caso, sabía que podía llevarse la ‘pelúa’ y la amarró con un estoconazo de los suyos, dándole todas las ventajas de su querencia al animal en terrenos de chiqueros. Es la segunda que corta en la feria. Aún le queda una tercera tarde.
Y el tercer trofeo, por fin, lo cortó Ureña contra todo pronóstico y ante el peor toro del encierro al que podría haber matado sin dar demasiadas explicaciones. El murciano, ésa es la verdad, había pasado como una sombra con el aplomado tercero, picado de cine por Óscar Bernal, que se llevó una de las ovaciones de la tarde. Pero Paco iba a echar toda la carne en el asador con ese sexto que después de regatear en los capotes y quererse quitar los palos llegó a la muleta derrochando genio y mal estilo hasta el punto de irse directo al pecho de su matador en dos o tres ocasiones. No importó: Ureña se acabó echando la tarde a la espalda en una labor no siempre limpia –era imposible- pero siempre entregada en la que llegó a relajarse a su modo al natural. La gente entró rápidamente en ese esfuerzo y jaleó todo lo bueno, también lo menos bueno. La espada cayó pronto pero no necesariamente bien. La oreja se la había ganado a sangre y fuego.
FICHA DEL FESTEJO
Ganado: Se lidiaron seis toros de Hermanos García Jiménez y Olga Jiménez –segundo- bien presentados. Destacaron por su juego el codicioso primero, el manso pero potable segundo y el enclasado y blando quinto. El tercero se aplomó; el cuarto se defendió por flojo; al sexto le sobraron genio y malas intenciones.
Matadores: Julián López ‘El Juli’, de violeta y oro, oreja y silencio.
José María Manzanares, de corinto y oro, ovación y oreja.
Paco Ureña, de rosa y oro, silencio y oreja.
Incidencias: la plaza, que aparentaba tres cuartos en condiciones normales, cubrió menos del 50% del aforo. Dentro de las cuadrillas destacaron el picador Óscar Bernal y el banderillero Antonio Chacón.