La corrida estaba rodeada de un ambiente de auténtico lujo, cuidada en todos los detalles y, especialmente, en el maravilloso aspecto de esa Plaza Real que ya puede presumir de 140 primaveras. El cartel escogido para la ocasión, para qué vamos a darle más vueltas, era el de mayor alcurnia de esta era taurina pos-covid. El empeño no ha sido fácil y los asuntos de la trastienda taurina han traído de cabeza a un empresario, José María Garzón, que tiene muy claro el camino futuro del negocio por más que, tantas veces, haya que estrellarse con los molinos de viento...

Han pasado, en fin, 140 años desde que El Gordito estoqueó aquel primer toro de Anastasio Martín que dio inicio a la historia taurina de esta plaza. Y este jueves se no se firmaba un capítulo más. No faltó una alocución previa, la Marcha Real, la biblia en pasta... Había una receptividad especial al más mínimo de los gestos, electricidad en el ambiente... El minuto de silencio por las víctimas de la pandemia se vio estremecido por el toque de oración y un ¡viva el Rey! que tuvo eco rotundo en el tendido. Se respiraba un extraño delirio compartido. Pero aún tenía que salir el toro...

El primero fue un chorreado bonito y bien hecho al que Ponce lanceó con gusto y quitó con alguna dificultad, molestado por el fuerte levante. El toro llegó a la muleta anunciando cierta clase que el valenciano aprovechó en una faena compuesta, muy abrigado entre las rayas, que tuvo mejor trazo al natural y en dos sedosos cambios de mano. Había que llevarlo siempre muy tocado para evitar los frenazos que pusieron en más de un apuro al torero que remató su labor de un pinchazo y una estocada de la que salió peligrosamente prendido.

Con el cuarto, un jabonero sucio que embistió con cierto carbón, construyó una labor que sólo fue compacta y ligada en su inicio, toreando con la planta relajada. Pero Ponce se hizo acompañar con el 'Concierto de Aranjuez' del maestro Rodrigo. En ese punto el trasteo perdió el hilo mientras la música lo llenaba todo sin que el toreo fundamental terminara de fluir. Las poncinas arreglaron el bajón argumental mientras Enrique, ya en silencio, recetaba nuevos pases por bajo antes de agarrar una estocada corta y trasera que fue suficiente. Le cortó la oreja...

Morante, vestido de sí mismo, pegó tres o cuatro lapas en las que hubo más jaleo que hondura. El bicho comenzó a defenderse después del primer puyazo, esperó en banderillas y alcanzó el último tercio haciendo cosas feas en los capotes. El de La Puebla probó por aquí y por allí, se encajó en las rayas, y comprobó que el aire no le iba a dar tregua. A pesar de todo surgieron chispazos y, sobre todo, la actitud de querer torear bien a un animal de embestida descompuesta que acometía siempre a la defensiva y acabó rajado. Los ayudados finales tuvieron sabor de otro tiempo y la estocada, de libro, fue fulminante. Cayó la primera oreja. La salida del quinto fue saludada con palmas por bulerías pero el toro, protestado por algunos, no quiso unirse a la fiesta. Costó sacarlo más allá del tercio mientras el diestro cigarrero se terminaba de desengañar de esa embestida sosa, declinante y distraída. El animal se acabó echando y el cigarrero se marchó por la espada. No había más que hacer.

Pablo Aguado era la guinda del cartel. En la víspera se había hablado de su negativa a dejar televisar la corrida en medio de declaraciones y hasta comunicados del empresario y el propio Morante. Lo dejamos ahí a falta de más datos. El caso es que salió arreadito para lancear al tercero, al que quitó por chicuelinas aladas y una excelente media que recordó imágenes añejas de Manolo González. Iván García puso la plaza de pie con los palos y Aguado, después brindar al personal, se puso a torear...

Fueron muletazos dictados de uno en uno, plenos de cadencia y construidos sobre esa arquitectura natural que reconcilia con el tronco más clásico del toreo. Pudo faltar algo de hilván y redondez pero la faena tuvo ese toque diferencial que ha convertido al sevillano en un torero esperado. Un pinchazo y una estocada validaron la segunda oreja de la tarde. El sexto, con la noche echada, fue otro cantar. Engañó en el caballo de puro bravucón y cantó la gallina a la primera de cambio. La fiesta, ahora sí, se había acabado.

Ganado: Se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados. Noble y un punto remiso el primero; deslucido y a la defensiva el segundo; más que manejable el tercero; muy noble el cuarto; blando y pésimo el quinto y manso y remiso el sextoñ

Matadores: Enrique Ponce, de espuma de mar y oro, ovación y oreja.

Morante de la Puebla, de pistacho y azabache, oreja y silencio.

Pablo Aguado, de nazareno y oro, oreja y silencio

Incidencias: se colgó el cartel de 'no hay billetes', aproximadamente la mitad de las localidades totales de la Plaza Real en virtud de la normativa de la Junta de Andalucía. Sopló un fuerte viento de Levante.