A la hora mágica del lubricán le estaban sacando a hombros camino del espejo oscuro del Guadalquivir. Era la sexta vez que Julián López lucraba los trofeos necesarios para traspasar ese dintel inquietante en el que ya ha igualado a Espartaco y ha superado a Curro Romero. Pero la Puerta del Príncipe de este dos de mayo merece ser puntualizada sin desmerecer ni un ápice la importancia de la gran actuación del maestro madrileño que, eso está claro, había llegado a Sevilla con la clara determinación de triunfar.

El Juli había brillado a altísimo nivel manejando el capote con el segundo de la tarde. Fue un toro abantito al que lanceó con desmayo y remató con su media más personal. Ese despliegue capotero se extendió a un quite en el que combinó dos tafalleras con una suerte de cordobinas rematadas por Chicuelo –si alguien sabe cómo se llaman que lo diga- antes de brindar su enemigo al mismísimo Manuel Benítez ‘El Cordobés’, que ocupaba una barrera del 4 con su charpa. Julián formó un auténtico alboroto en el inicio de faena, con muletazos por alto a pies juntos y los pies enterrados en la arena como un poste de telégrafos. Hubo un pase, mirando al tendido, que terminó de arrancar la música: el inmortal pasodoble ‘Manolete’.

Ese fulgurante inicio de faena no tendría la misma continuidad en una faena en la que hubo más argumento que decoración. Un apunte necesario: al precoz maestro madrileño se le ven demasiado los alambres de la técnica –esos muñecazos evidentes- cuando anda más crispado. Eso no quita el alto nivel al que anduvo, tratando de sacar partido de una embestida tardona y hasta cobardona que impidió el acople definitivo. Los ochos finales, trufados de las modernas luquecinas, podrían haber servido para amarrar una oreja algo justita pero la mayoría de los presentes la dio por amortizada cuando pinchó al salto antes de agarrar la estocada definitiva. La sorpresa llegó cuando el presidente Luque Teruel, que tenía ganas de agradar, le regaló un trofeo que no había pedido casi nadie. En ese momento le había abierto una hoja de la famosa puerta...

Y es que don Julián iba a echar el resto con el quinto de la tarde, al que volvió a lancear echándose el capote a los lazos de las zapatillas comprobando que el bicho –mansito- se abría en los embroques. En el caballo no pasó de bruto y bravucón aunque El Juli mantuvo el hilo argumental en un buen quite por verónicas. Soler arriesgó con los palos y el matador puso el barco a todo trapo para no dejar escapar el triunfo. Le costó relajarse en la obertura del trasteo pero una grandiosa serie diestra puso a todos de acuerdo. Siguió sobre ese lado, subiendo el tono de su labor mientras arrancaba el pasodoble de sus mejores obras en Sevilla: Suspiros de España. La plaza siguió rugiendo al natural, contemplando las bambas de la muleta medio enterradas en la arena. El secreto estuvo en combinar técnica y sentimiento a partes iguales. Pero el lío aún subió de tono en un sensacional cambio de mano mientras, olvidado del tiempo, se dejó abandonar por el izquierdo. El Juli había sacado todo lo bueno que escondía ese animal pero aún se explayó, definitivamente desmelenado, en un sabroso final de faena alegrado con un farol de aire añejo. La espada, ahora sí, cayó arriba y a la primera. Las dos orejas eran de cajón. Lo que no tenía explicación posible era la inaudita vuelta al ruedo póstuma concedida al toro de Garcigrande. El presidente, a esas alturas, estaba completamente bizcochón. El Juli, aclamado en la vuelta al ruedo, se llevó para su casa el sombrero que le había lanzado El Cordobés.

Pero no fue el único acontecimiento de un festejo en el que, a pesar del mejorable juego de la esperada corrida de Garcigrande, pasaron más cosas. La más importante corrió a cargo de Morante de la Puebla, que dejó ir a su aire al abanto que hizo primero antes de esculpir un auténtico monumento al lance a la verónica. No se puede torear más naturalmente encajado; con mayor sentido de la expresión y la armonía... El de La Puebla –que vestía uno de esos ternos que prodiga ahora inspirados en la Edad de Plata- cuajó un mazo de lances para la historia antes de seguir por ese palo, colocando al toro con dos capotazos a pies juntos que parecían sacados de una película de los años 20. La faena comenzó con ayudados pintados en sepia pero bajó el toro y el tono del trasteo. La embestida cansina y pajuna del ejemplar de Garcigrande no daba para más. Tampoco le iba a servir el rebrincado y flojo cuarto. Hubo apuntes con cara de póquer antes de marcharse a por la espada. Le quedan dos en primavera y una cuarta en otoño. A esperar.

El tercero en discordia era el extremeño Miguel Ángel Perera, colocado en uno de los carteles estrella por obra y gracia de su nueva etapa profesional, vinculada a dos hombres de esa empresa, la de Pagés, con la que nunca anduvo a partir un piñón. Hasta ahora. La verdad es que pasó demasiado tiempo con el tercero, al que planteó una faena de trazo firme y escasa expresión que nunca se escapó de un global tono frío. Tuvo muchas más opciones con el locuno sexto, al que enjaretó una faena de más a menos que brilló en el doble péndulo del inicio y los derechazos que domeñaron su embestida desordenada. El hilo se perdió –y el entusiasmo de la parroquia- cuando tomó la izquierda y la espada, además, se atascó. Coda final: no llenaron.

FICHA DEL FESTEJO

Ganado: Se lidiaron seis toros de Garcigrande, correctamente presentados. El mejor del desigual envío fue el quinto a pesar de resultar manso y bravucón en el primer tercio. El abanto primero tuvo nobleza declinante; manso y chochón el segundo; soso el tercero; rebrincadito por flojo el cuarto y brutote y algo informal el sexto.

Matadores: Morante de la Puebla, de verde inglés y oro, ovación y silencio

JuliánLópez ‘El Juli’, de pizarra y plata, oreja muy protestada y dos orejas. Abrió la Puerta del Príncipe.

Miguel Ángel Perera, de blanco y plata, palmas y ovación

Incidencias: La plaza no terminó de llenarse por completo en tarde veraniega. Dentro de las cuadrillas destacaron los nombres de Javier Ambel, Curro Javier y José María Soler.