Elecciones Generales 2019 - 10N

Las estrategias de Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias han fortalecido a Vox

La nueva victoria del PSOE le sale carísimo a la España democrática. Triunfo pírrico el del candidato socialista porque se ha revelado clamoroso su error de jugar como aprendiz de brujo a no fraguar un pacto de investidura en tiempo y forma

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
11 nov 2019 / 10:21 h - Actualizado: 11 nov 2019 / 10:21 h.
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Pedro Sánchez tiene en su haber exhumar a Franco y en su debe dar alas a los nuevos ultras, españolistas y antiespañolistas, que son tan del gusto de Trump y Putin para debilitar los países principales de la Unión Europea. La nueva victoria del PSOE le sale carísimo a la España democrática. Triunfo pírrico el del candidato socialista porque se ha revelado clamoroso su error de jugar como aprendiz de brujo a no fraguar un pacto de investidura en tiempo y forma. Prefirió forzar una repetición de elecciones donde imaginaba que el pueblo, harto de parálisis en la gobernanza de los grandes problemas, aplicaría el 'modelo voto útil' en favor de él como líder para que manejara el poder ejecutivo sin necesidad de alianzas. Y dispondría del apoyo resignado de otros partidos, sometidos a vasallaje sin casi nada a cambio por miedo a ser acusados de bloquear el funcionamiento correcto del país. Qué error de cálculo, sabiendo además que la crisis de Cataluña marcaría la agenda política y el sentir de la ciudadanía desde que en octubre se anunciara la sentencia condenatoria del Tribunal Supremo sobre la sublevación de los líderes secesionistas.

La 'astucia' del sanedrín de Sánchez, propiciando con su ocurrencia una composición del Congreso y del Senado mucho más refractaria a los consensos que necesita España, no solo nos ha costado 136 millones de euros como imprevisto presupuesto para articular de nuevo todo el sistema electoral. Son incontables los costes de oportunidad que está perdiendo la sociedad española a lo largo de 2019. El año de gobierno al ralentí, gestión basada en los desfasados presupuestos de 2017, demoras en las nuevas necesidades de financiación de las autonomías y de los ayuntamientos. Y todas las prioridades en lista de espera ahora se topan con la extrema dificultad para articular una mayoría parlamentaria capaz de perdurar durante cuatro años y que cimente un periodo de estabilidad y modernización sin depender de las nefastas componendas con los nacionalistas vascos y catalanes que ahora son redomados antisistema.

En el fortalecimiento de los radicalismos más peligrosos también tienen su alícuota parte de responsabilidad PP, Ciudadanos y Podemos. Pablo Casado y su equipo han de analizar, y aprender, por qué millones de personas que antes se sentían identificadas con el PP ahora optan por significarse otorgándole a Vox el voto de cabreo en protesta por sentir que los partidos 'tradicionales' son parte del problema y no de la solución. Y especialmente han de entender por qué eso casi no ocurre en Galicia, la comunidad con mayor porcentaje de votantes conservadores 'de toda la vida', donde Vox no ha conseguido ni un solo escaño, mientras que, en cambio, las huestes de Abascal sí captan muchos más apoyos en otras comunidades donde el PP también gobierna: Murcia, Castilla y León, Andalucía, Madrid.

Para entender que este debilitamiento de la cohesión política nacional no es meramente una cuestión de simpatías o antipatías en la dicotomía derecha-izquierda, ha de analizarse el fracaso de Podemos y Ciudadanos. A partir de 2011, nacieron como la respuesta emergente e interclasista que auspiciaba una alternativa a la descomposición del bipartidismo corrupto. Podemos llegó a tener 71 diputados y ha caído a la mitad, 35. Ciudadanos alcanzó los 57 hace seis meses y se ha capitidisminuido a solo 10. En noviembre de 2019, Vox tiene más escaños en el Congreso que Podemos y Ciudadanos juntos. Porque las estrategias de Pablo Iglesias y de Albert Rivera han socavado el espíritu interclasista y transversal que vigorizaba tanto a uno como a otro movimiento sociopolítico. Podemos se ha escorado a posiciones cómplices con la desigualdad, la corrupción y el supremacismo que nada tienen que ver con el espíritu del 15-M en el conjunto de España. Y Ciudadanos ha tirado por la borda la bandera del centro reformista y regenerador, escorándose hacia la derecha. Y tomando decisiones disparatadas como no ejercer su excepcional victoria en las elecciones catalanas de 2017 para intentar una investidura de Inés Arrimadas, que, aunque fuera derrotada, hubiera supuesto un refuerzo moral para la Cataluña proespañola, haciendo más visible su existencia en las calles y su presencia en las instituciones. Para mayor abundamiento en el error, Rivera sacó a Arrimadas del Parlamento catalán con el fin de explotar a nivel nacional su popularidad. La sociedad catalana lo entendió al contrario: abandonar a quienes más les necesitaban. Consecuencia: en solo dos años, Ciudadanos, partido fundado en Cataluña como respuesta a la deriva secesionista forjada en el adoctrinamiento en los colegios, ha pasado de ser el primero en número de votos catalanes al octavo puesto. Por precipitarse en exceso para llegar al poder basándose en apriorismos, Rivera se ha precipitado a su final como cabeza de cartel.

Lo dijimos horas después del debate televisivo en el que debutaba Santiago Abascal para propagar los mensajes de Vox en horario de máxima audiencia. La actitud indolente de Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias, que apenas rebatieron el argumentario de Abascal, favorecía fortalecer el sesgo de su partido como alternativa a todos los demás juntos. Y en ciudades como Sevilla, basta ver los resultados del escrutinio para corroborar cómo en los distritos con barrios más pobres, como los distritos Cerro-Amate, Macarena Norte y Este-Alcosa-Torreblanca, prosigue desde hace un año el fuerte ascenso del voto a Vox. Sin duda, entre esos votantes hay muchos que en años anteriores han votado una o más de una vez al PSOE, al PP, a Podemos o a Ciudadanos.