La experiencia me dice que hay algo que no se puede lograr con la poesía cuando la necesidad primordial de quien se pone a escribir pasa por el reconocimiento inmediato, porque una cosa es escribir y otra esperar que por cada libro el mundo reconozca tu excelencia. La poesía huye de todo eso. Hubo un tiempo que aceptaba entrar en el juego y he llegado a escribir poemas dedicados porque me parecía una delicadeza y un juego. Ahora sé que no. Como decía Gil de Biedma, la vida va en serio. El narcisismo de quienes escribimos poesía es real aunque nadie quiere confesarlo. No puedo dejar de pensar en aquellos poetas de otros tiempos y no los imagino en esta vorágine de premios y castigos, de poses en recitales con voz impostada, de guiños, de segregación por sexo o por comunidad autónoma. Echo de menos la vida poética, la libertad de salir a la calle y mirarlo todo como si lo viese por primera vez, la generosidad de dar tu tiempo para escuchar a otros y planear con amigos lecturas sin más proyección que el placer de estar juntos.

Hay prisa, mucha prisa por publicar, nos hemos contagiado de un tiempo veloz para colmar una carencia que arrastramos desde nuestra infancia. No es nada nuevo lo que digo, sabemos que el discurso capitalista juega sobre la falta estructural, el deseo no se puede colmar y ofrece objetos para calmar esa falta. Los franceses le llamaban a esa falta el mal de vivre, y estos tiempos de velocidades sorprendentes, están provocando que la lentitud y el silencio, bienes no consumibles masivamente, sean todavía lugares soñados para algunas personas.

Se ha publicado en Buenos Aires un libro colectivo titulado «Hierba sobre un mundo castigado» (Hilos editora) , coordinado por las poetas María Mascheroni y Teresa Arijón. Se trata de un texto colectivo compuesto de poemas, y en ciertos casos, poemas completos, de 56 poetas argentinos. El nombre de los autores se reserva para el final. Dice Mascheroni: «Éramos poetas que veníamos de una tradición donde la visibilidad no era un valor, donde se prefería no publicar de inmediato un libro terminado, dejarlo madurar... Una época en la que se quería una vida ‘poética’, un poco de bohemia... esa palabra tan pasada de moda, tan desjerarquizada. Modos estos que también originaron la poca preocupación o el escaso interés por publicar de inmediato lo que se iba escribiendo».

Me imagino un libro de esas características en este país, donde el nombre sea lo menos importante, porque el nombre lo llevamos como un imperativo categórico que por nada del mundo queremos hacer desaparecer; quizás por eso se convocan tantos premios financiados por el erario público, o en el mejor de los casos por fundaciones privadas. Me imagino algunos postulantes llamando por teléfono a los jurados, desesperados por abrirse paso entre sus adversarios, llegando a imponer su nombre a base de promesas o réditos. Abrirse paso entre los premios no apaga la sed de reconocimiento, el colmo del narcisismo se halla entre aquellos que en vida ya tienen su nombre en una calle de su localidad de nacimiento, y pasean por su población como si estuviesen ya muertos. Éste era un honor que se hacía en el pasado para recordar al poeta que había nacido en un lugar, y por lo tanto el mismo ayuntamiento reconocía los logros que el escritor o escritora había aportado a la humanidad una vez concluida su vida y obra. Otra cuestión más razonable es la entrega de las llaves de la ciudad o las distinciones como Doctor Honoris Causa, que se hacen en vida como distinción honorífica a una obra o una trayectoria. ¿Qué pensarán las personas que cada día pasan por la calle del paisano a quien se encuentran comprando en la frutería?El fetichismo no es solo patrimonio español ni es un fenómeno de los últimos siglos. Ya las civilizaciones prehistóricas tenían sus monumentos, hay bellísimos ejemplos de esculturas a lo largo del tiempo y en todos los países. Siempre me llamaron la atención las ecuestres y las dedicadas a los poetas, de ello escribo en mis diarios de «Montevideo: La lejanía». Ya los romanos comenzaron con las ecuestres, y hay verdaderas obras de arte del Quattrocento italiano. Sin duda me gustan más las dedicadas a poetas u escritores que las de los militares. Volviendo al tema. El mito de Narciso lo escribió Ovidio en el año 43 a.C. en su libro «La Metamorfosis». Se basa en la fantasía de un joven llamado Narciso que se enamora de su imagen reflejada en el agua, provocando grandes pasiones entre hombres y mujeres, mortales y dioses, a los cuales no respondía por su incapacidad de amar y reconocer al otro. Si pensamos atentamente, la incapacidad de reconocer al otro es una enfermedad que se extiende en esta sociedad narcisista, ya sea entre creadores, ya sea entre poblaciones que se sienten diferentes y mejores que otras.