Cándido Méndez, secretario general de la UGT, reconoce no haber leído una sola línea de Santa Teresa de Jesús hasta que recibió la sorprendente invitación de los coordinadores de un congreso mundial, a celebrar en Ávila, dedicado a analizar la figura de la religiosa, fallecida tal día como hoy de 1582. El flechazo, reconoce Méndez, fue poco menos que fulminante. «Fue una gran defensora de la dignidad del trabajo, en una época en la que estaba considerado un acto deshonroso, sobre todo para las clases altas», explicó en dicho encuentro el líder sindical, quien no dudó en conectar a la mística abulense con la filosofía actual del papa Francisco.

No ha sido la única sorpresa suscitada con motivo de las celebraciones del quinto centenario de Teresa de Cepeda y Ahumada, que coincidió exactamente con el pasado 28 de marzo, pero que se extiende a la programación cultural de todo el año y que, más allá de los fastos más o menos efervescentes, está propiciando relecturas para todos los gustos.

Los escaparates de las librerías no tardaron en hacerse eco del fenómeno: así, Espido Freire proponía una especie de Teresa para principiantes en su libro Para vos nací. Un mes con Teresa de Jesús, donde la autora reivindica a la santa «como escritora de lengua española, que además estuvo 40 años vinculada a la Iglesia católica. Tenemos muy pocos referentes de autoras de esa época que llegaran a la grandeza literaria y espiritual que ella alcanzó»; la granadina Cristina Morales, por su parte, rindió homenaje a Teresa en su libro Malas palabras, donde la retrata como «una política» no exenta de ambiciones, y una persona «que de mojigata no tenía nada», afirmó. En Para siempre, Ramón García Domínguez recrea el diario de niñez de este personaje, en una aproximación infantil que también ensaya Concha López en el libro Mi amiga Santa Teresa de Jesús...

Juan Manuel de Prada, por su parte, se la llevó al terreno de la novela y la enfrentó a la princesa de Éboli en El castillo del diamante, la historia de un conflicto entre dos mujeres «excéntricas y mandonas» con la localidad alcarreña de Pastrana como telón de fondo. Su colega Fernando Delgado va más allá, y en otra novela, Sus ojos en mí (premio Azorín 2015) cuenta el enamoramiento platónico de la santa hacia el fraile Jerónimo Gracián, sin escatimar detalles eróticos y hasta con una subtrama gay de propina... En ella, Teresa de Ávila aparece como una mujer llamada a contener «el puterío de Levante, en todos los sentidos» –dice el autor–, en que se había convertido la vida conventual en el siglo XVI.

Los libros citados, de hecho, apuntan en una dirección que ya habían señalado otros autores: hacia el hecho de que Teresa no fuera tanto una mística ensimismada, como se ha querido mostrarla frecuentemente, sino como una mujer de acción. Una transgresora que extendió su influencia mucho más lejos que los muros de la orden que fundó.

Fundadora de las Carmelitas descalzas después de emprender una fuerte reforma de la Orden del Carmelo, paralela a la que alentó San Juan de la Cruz, es sabido que fue objeto de múltiples calumnias y de persecución por parte de la Inquisición. Inauguró 17 conventos antes de morir en Alba de Tormes en 1582, dejando además una obra literaria considerable, donde destacan su Camino de perfección, Las moradas y sobre todo su Libro de la vida, un volumen de memorias. Beatificada en 1614, santificada en 1622, en 1970 se convirtió (junto con Santa Catalina de Siena) en la primera mujer elevada por la Iglesia Católica a la condición de Doctora de la Iglesia, bajo el pontificado de Pablo VI. Y este año, la Universidad de Ávila la reconoció –un poco tarde, todo hay que decirlo– como Doctora Honoris Causa, distinción que ya tenía de la Universidad de Salamanca.

«Ha habido pocas mujeres de ese tiempo que se hayan hecho famosas por sí mismas, sin ser hijas de reyes o nobles. Ella simplemente se lo curró, en muy poco tiempo y estando enferma», dice el sevillano Jesús Cotta, autor de la antología Teresa mon amour, que publicó hace unos años el sello Mono Azul.

«Teresa desafió su época sin proponérselo. Todo lo que hacía y decía era novedoso, es decir, sospechoso. Ella misma era una provocación constante», prosigue Cotta, quien recuerda que la de Ávila luchó contra los privilegios de clase («Prefiero la virtud al linaje», aseveraba) y por la liberación espiritual de la mujer, pero también se opuso a la idea de los clérigos de que las monjas se limitaran a rezar el Padrenuestro. «Decía a sus compañeras: No os faltarán libros. Que hoy las mujeres sean más lectoras que los varones se debe en parte a ella», dice el escritor. «También fue una gran defensora de Dios como fuente de alegría para sus fieles. Veía a una mujer dándose martirio, y le decía cosas como que un santo triste es un triste santo».

Cuestión es, según Cotta, es el admirable esfuerzo de Teresa «por explicar sus experiencias místicas, algo dificilísimo para un escritor. Se devanó los sesos intentándolo», afirma. Y sin embargo, cree que su calidad literaria reside más en el fondo que en la forma. «No pulía sus textos, decía que escribía para que el espíritu menee la pluma. Pero eso es también uno de sus encantos: cuando la leemos, parece que la estamos oyendo, que nos está hablando», apunta.

Otro sevillano, Antonio Puente Mayor, publicaba este año la novela El testamento de Santa Teresa. Después de documentarse minuciosamente, su opinión no deja lugar a dudas: «Fue una líder feminista adelantada a su tiempo. hizo cosas que ninguna mujer, religiosa o no, se atrevía a hacer entonces, enfrentándose a los poderes establecidos. Se metió en todos los fregados en que podía meterse: religiosos, políticos, hasta sociales. Acudió a las damas de alta sociedad en busca de apoyo, pero aquello fue también un arma de doble filo. Mira lo que le ocurrió en Sevilla con la famosa denuncia de María del Corro, la beata que la denunció a la Inquisición», subraya.

Además, mientras escribía su novela, Puente Mayor recuerda que hizo curiosos descubrimientos «de su época de juventud, por ejemplo que fue extremadamente coqueta. Hay anécdotas que señalan que se peinaba imitando a la emperatriz Isabel, tan de moda ahora gracias a la serie de televisión. En su Libro de la vida cuenta que hasta se maquillaba. Se habla también de un romance con un primo suyo, que supuestamente la atormentaría de mayor, aunque yo no lo creo del todo... Quienes la conocieron después decían que era una mujer atractiva, tanto por su físico como por su forma de ser, alegre, aficionada incluso a cantar y a tocar instrumentos», concluye.

No obstante, la cruda realidad es que los fans incondicionales de Teresa no son un ejército. Los poetas actuales, por ejemplo, han continuado la tradición mística por vías algo diferentes a las de nuestro personaje. Ana Alvea, hispalense, reconoce estar más atenta «a propuestas contemporáneas, como la de José Ángel Valente y sus seguidores –los llamados poetas del silencio, Sánchez Robayna, Ada Salas, Olvido García Valdés...– que a los místicos clásicos como Santa Teresa o San Juan. Aunque los he leído, siento más influencia de la mística oriental, sobre todo china y japonesa. Nuestro misticismo es más zen», comenta.

Más tajante se muestra Lola, responsable de la librería sevillana Relatoras, quien asegura que el quinto centenario de la santa no se ha hecho notar entre su clientela habitual. Más bien ha pasado completamente desapercibido. «Aquí al menos no la hemos vendido, no preguntan por ella ni mucho ni poco», reconoce. «Sé que las feministas la leen y comentan sus obras a menudo, pero tengo la impresión de que es más en un plano online. Sus libros en cambio no son solicitados».

Sea como fuere, el 500 cumpleaños de la santa ha puesto de manifiesto que todavía queda mucho de su vida y obra por desentrañar, y muchos son también los lectores que pueden acercarse a su obra bajo la luz de los nuevos tiempos. En el peor de los casos, les aguarda un rato de grata lectura. En el mejor, quién sabe si algún que otro momento de éxtasis...

TAMBIÉN EN EL CINE Y EL TEATRO

La de Teresa no es solo una figura literaria; también ha dado juego, y mucho, en el cine y el teatro. La primera versión para audiovisual (Escenas de la vida de Santa Teresa) data de 1925, y desde entonces se han metido en su piel estrellas del celuloide como Amalia Bautista, Concha Velasco –una serie dirigida por Josefina Molina, con guion de Carmen Martín Gaite y Víctor García de la Concha–, Isabel Ordaz y la sevillana Paz Vega, protagonista de Teresa, el cuerpo de Cristo, de Ray Loriga. La última en asumir este difícil papel ha sido Marta Etura, ganadora del Goya a la Mejor actriz de reparto por Celda 211, que ha tenido que ejercitarse incluso en la danza para defender el espectáculo Teresa, ora al alma.