A poco menos de dos meses para que desembarque en salas la adaptación con personajes reales de uno de los buques insignia de la casa, la cargante El rey león, la todopoderosa Disney continúa explotando el repertorio de su catálogo animado en un ejercicio de atrevimiento empresarial que no conoce precedentes. Tras El libro de la selva (2016), La bella y la bestia (2017) y la aún en exhibición Dumbo (2019) le ha llegado el turno al Aladdin de 1992, la exitosa traslación al celuloide del famoso personaje del clásico libro de cuentos árabe Las mil y una noches.

En una sociedad cuasi medieval, los gerifaltes, esa gente que gobierna gracias al don divino, siguen a los suyo, acaparando riquezas y conspirando por el poder. Las gentes del pueblo siguen pasando hambre y entre la necesidad y la penuria buscan un momento para la diversión. Forma parte de un relato ideológico que asigna a cada cual su derecho a la felicidad y/o a conformarse con su desgracia. Y aquí entra Aladdin, un animoso y apuesto ladronzuelo que como no podía ser de otra manera termina por enamorarse de Jazmine, la hija del sultán. Mona ella, mono él y su mascota Abu. El conflicto se produce cuando el malvado visir Jafar, sediento de poder, quiera gobernar y trunque las idílicas aspiraciones de tan tierna pareja.

Es innegable la inversión realizada por la poderosa productora para ofrecer una película vistosa, colorista e incluso traviesa en alguna de sus partes. Y de tal empeño encontramos un desborde de excesos: estética estridente, abuso de efectos o desigualdad cromática. Un planteamiento artístico desaforado del que sólo se salva alguna canción y la coreografía que la acompaña. Poco o nada queda de la mesura de la animada. Está claro que las decisiones creativas van dirigidas en esa línea de primar la forma sobre el fondo. La falta de ingenio como ya es norma de la casa, viene referida a la falta de valentía para modernizar y actualizar los contenidos. En pleno siglo XXI no es suficiente narrar el relato clásico remarcando y enfatizando las esencias y los valores que lo sustentaban en sus orígenes, sobre todo, si tenemos en cuenta que a vista de hoy se han quedado obsoletos. Hoy ofenden, hieren y han perdido legitimidad. Volver sobre ellos exige hacer un esfuerzo por renovarlos y modernizarlos en profundidad. Pero por lo que vemos no interesa, es mejor apostar por cambios estéticos, los que ofrecen los avances tecnológicos, molestan menos y la masa deslumbrada parece que se entretiene más. Por eso molesta sobremanera la forzada reivindicación feminista del personaje de Jazmine, imposible en su caso, al no ir en consonancia con la propia naturaleza del universo mostrado.

Aladdin *

Estados Unidos 2018128 min.

Dirección Guy Ritchie Intérpretes Mena Massoud, Naomi Scott, Will Smith, Chico Kenzari, Billy Magnussen.

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