“Tienes la voz más bonita del mundo”. Así animaba a Lole Montoya, en un momento de su actuación, un espectador sentado en el patio de butacas del sevillano Teatro Lope de Vega, donde ella nos presentó el pasado martes 6 su nuevo trabajo, Vivencias. A esas alturas del recital Lole había demostrado con creces que su voz, esa voz de agudos imposibles y graves cadenciosos, repletos de melismas y florituras, esa voz que hunde sus raíces en el compás del flamenco hasta cuadrar como nadie los versos, sigue siendo tan fresca y poderosa como cuando, allá por mediados de los setenta, revolucionó el panorama musical español.

En aquella época no estaba sola. Juan Manuel Flores le prestaba sus versos y Manuel Molina su guitarra y sus composiciones musicales. Entre los tres forjaron el mítico dúo ‘Lole y Manuel’, cuyos temas se han quedado grabados para siempre en el imaginario colectivo de toda una generación de españoles. Con este concierto Lole dio buena cuenta de su hermosura.

Para ello dividió el recital en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, junto al quinteto de cuerda ‘Nuevo Día’, recuperó del repertorio del dúo a Falla, con El Amor Brujo; a García Lorca, con El Balcón, y a Miguel Hernández con El silbo del dale. De pie en el escenario, rodeada de los músicos, Lole parecía una diva de la lírica. Pero las inflexiones de su voz, su quejío y sus manos marcando el compás destilaban flamencura, rozando la excelencia.

Todo ello calentó el ambiente para lo que vendría después, cuando se quedó en el escenario a solas con el toque, floreado y contenido a un tiempo de Manuel de la Luz y la delicadeza del cajón de Diego Amador Jr. Fue entonces cuando la artista trianera nos hizo vibrar con una soberbia interpretación de aquellos temas de ‘Lole y Manuel’ que se adelantaron a su tiempo, aunténtico torrente de sensaciones y emociones trascendentales. Temas como ‘Dime’, ‘La mariposilla’ y ‘Todo es de color’, cuyo estribillo nos conminó a cantar con ella, y ‘El Romero en Flor’, que cantó acompañada por dos palmeras de lujo: su prima, Carmelita Montoya y su hija, Alba Molina. Al final los espectadores hiponotizados no se atrevía a moverse de sus asientos, como si con ello no tuvieran que despedirse. Pero el final había llegado. La artista llamó a la orquesta al escenario y el público se puso al unísono de pie para dedicarles un aplauso a compás tan emotivo como sostenido.