Acaba de triunfar en el Sónar, pero hace tiempo que está en boca de todos. Para sus fans es la esperanza blanca del flamenco, la nueva Mesías llamada a renovar el cante jondo sin traicionar a los maestros, la voz que conecta este arte con los nuevos públicos como antes lo hicieran Camarón o Morente. Para sus detractores, en cambio, es una voz del montón, un producto de laboratorio o un timo. Rosalía Vila nació en San Esteban de Sasroviras (Barcelona) en 1993, tiene dos discos. En septiembre la espera la Bienal de Sevilla.
«Me gusta su nuevo vídeo clip, pero no tiene nada que ver con el flamenco», dice de ella la periodista y escritora Estela Zatania. «Es un timo si se pretende venderlo como tal. Lo que pesa es el resultado final. Y poco flamenco sale de la boca de Rosalía, aunque su producto no carece de interés». «Cuando yo era joven, eran Las Grecas, son músicas paralelas al flamenco que también nos pueden gustar».Alberto García Reyes, de ABC, no niega los méritos de la artista, pero cuestiona su carácter revulsivo. «Quienes creen que Rosalía es una revolución del flamenco lo único que hacen es exhibir su ignorancia. Canta bien pero tiene mucho camino por delante, y lo que canta son cantes de hace más de un siglo. El caso más significativo es Ponme la mano aquí Catalina mía, que quien lo cantaba bien era Vallejo», dice.
«Lo que me parece un timo es su guitarrista, Refree», añade el crítico. «Es un insulto a los guitarristas que se pasan años encerrados en su cuarto para sacar una falseta medio decente. Ese señor no sabe tocar la guitarra. Tiene todo su derecho a ganarse la vida haciendo lo que hace, pero no puede ser revolucionario, porque una revolución no puede consistir en no saber».
Fermín Lobatón, crítico de El País, cree que «de vez en cuando en la industria discográfica se dan fenómenos como este de Rosalía. Un producto mestizo que, quizás porque no es netamente flamenco, interesa mucho más allá de los límites del género. Se veía venir. El caso es que el cante de la chica es verdadero, con un repertorio que revisa estilos de La Mejorana, Caracol, El Mellizo o Chacón, entre otros, pero que se presenta con un inusual tratamiento. Le acompaña, además, un metal muy atractivo: una dulzura como infantil y un toque ensoñador, casi sensual sin, probablemente, pretenderlo. Como artista joven, en formación, me la descubrieron dos grandes guitarristas, José Luis Montón y Alfredo Lagos, que habían contado con ella. No sé si es paradójico que para el gran público la haya descubierto un guitarrista no flamenco».
Sara Arguijo, de Diario de Sevilla, tiene sus dudas acerca del fenómeno: «A nivel musical, puedo decir poco de ella porque aún no la he escuchado en directo como para valorar ese magnetismo que le atribuyen. Lo que le he visto en vídeos no me interesa especialmente, pero porque su voz me suena inexperta y su propuesta me resulta poco original. Creo que Rosalía no hace otra cosa que seguir la tendencia de muchas cantantes actuales, lo que ocurre es que lo hace en un género –el flamenco– al que desde mi punto de vista le viene bien todo menos la languidez».
«Sin embargo», matiza Arguijo, «me parece muy interesante lo que ha sucedido en torno a ella porque pone de manifiesto aspectos curiosos y alarmantes. Por un lado, el radicalismo y la falta de empatía que existe entre gran parte de la afición hacia toda aquella propuesta que pueda gustar a espectadores ajenos a este arte. Por otro, el desconocimiento absoluto que existe sobre flamenco en el público y en los medios de comunicación».
«Creo que es necesario relativizar y tomar distancia. Rosalía no es una hereje, ni se está aprovechando de nada más que de un concepto artístico que puede gustar o no. Pero seguramente tampoco se le puedan atribuir los muchos logros con que se le ha condecorado en cuestión de días, fruto más de la inercia que de un análisis profundo sobre sus cualidades», agrega la periodista. «Todo porque, y esto sí me molesta, parece que la cultura –y aún más el flamenco– necesita siempre una percha para ocupar las portadas».
«Rosalía ha sabido entender a la perfección el mercado y ha usado las cartas necesarias para vender su producto. Pero la culpa de que se hable de ella y no de otros no la tiene Rosalía, sino la ignorancia, y la torpeza de algunos artistas que protestan pero siguen moviéndose con maneras prehistóricas», concluye Arguijo.
Más duro se muestra su colega Antonio Ortega. «Rosalía es un producto de laboratorio, ideado para la provocación y con destino a un género idóneo: el flamenco, donde los aficionados solemos picar del cebo y levantar polémicas cuestionando todo», asevera. «Rosalía y su productor saben que aquí acaban siendo los mártires. Ya hay quienes los defienden por pena, porque los ataques son furibundos».
«Lo que es una vergüenza es que forme parte del cartel de la Bienal. Es una falta de respeto al flamenco y a los flamencos, y con dinero público», prosigue Ortega. «Otra provocación diseñada está dirigida al mundo gitano, al que con tanta facilidad se atenta. Los que están detrás de Rosalía sabían que desde algunos postulados gitanos llegaría la acusarían de apropiación cultural, como así ha sido con toda la razón del mundo. Pero ése es el negocio de esta gente, la enajenación artística, no la música. Para mí Rosalía y Refree no son un fenómeno, sino un producto desaborido».
«El debate sobre Rosalía, de si es o no es flamenca, es de los más absurdos de los últimos años», apostilla el crítico de El Correo, Manuel Bohórquez. «Flamenco no es todo el que cante una bulería o unos tangos. Se requieren unas cualidades que Rosalía no tiene, aunque posee una voz bonita y nada común. Sin embargo, apenas tiene voz y sin voz jamás se puede cantar bien lo jondo. Creo que teniendo en cuenta estas y otras cosas –la labor publicitaria que se ha llevado a cabo con ella, por ejemplo–, Rosalía es el camelo del siglo, un invento. Nada nuevo bajo el sol, porque ha habido muchas Rosalías en la historia del cante, que tras algo de ruido pasaron a mejor vida».