Con esa fidelidad a la contradicción que impera en el corazón de todo literato que se precie, hacía años que Marina Jiménez venía soñando y temiendo el día de la presentación de su primera novela. Las ceremonias públicas más o menos solemnes y los actos sociales impuestos, como es el caso de las puestas de largo de los autores, tienen un puntito profanador de la intimidad que los hace especialmente perturbadores para cualquier mentalidad sanamente constituida. Pero, al mismo tiempo, eso significa que uno ha puesto un libro en el mundo. Así que el duelo emocional está servido. Apenas un par de semanas antes de la dichosa fecha, ella acabaría confesando esa ansia y ese espanto en un café de Mateos Gago, mientras en un aspaviento igualmente novelesco se echaba encima el zumo de naranja en el trance de preparar las que serían sus primeras palabras oficiales como escritora. Tu nombre en la ventana, publicada ahora en Pura Tinta, era esa criatura largamente buscada y esperada de la que ahora tocaba explicar algo en público, que viene a ser algo así como responder a esa clásica y estúpida pregunta que dice cuéntame algo de ti. Y lo primero que se le venía a la cabeza era que le parecía mentira. «Llevo años tratando de enviar mi manuscrito a varias editoriales, pero como quien compra un cupón o echa una quiniela, sin verdaderamente pensar que esto era factible».
Lo repetiría algunas noches más tarde en La Carbonería, donde ya con su libro en la mano, aún caliente de la imprenta tras haberlo recibido al fin esa misma mañana, la periodista sevillana lograba reprimir con una deliciosa naturalidad sus ganas de salir volando de allí, en una especie de réplica alada de la bohemia o, al menos, de la individualidad, ese tesoro incomprensiblemente enterrado por el común de la especie. Ser, en fin, ese pajarillo con el que se abre su novela, un gorrión al que nadie pide explicaciones y del que nadie las espera, y salir volando por el ventanal abierto para posarse en un naranjo, o en la barandilla de un puente, a picotear ideas con las que seguir construyendo relatos, su relato, fuera de las inaceptables presiones y opresiones protocolizadas de la socialización humana y comercial.
En su novela, que más que ser de amor está ambientada en el amor, Marina Jiménez muestra todo su arsenal de principios y pasiones y los pone al servicio de la búsqueda, que es la palabra que resume la pasión por vivir, es decir, la esencia de la obra. Para ello cita a Jorge Bucay y le pide prestadas estas palabras: Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que necesariamente sabe qué es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda. «Creo que todo el mundo aquí va a sentirse identificado con esta historia, porque la novela va de buscadores y todos buscamos algo», explica la autora. «Nuestra vida es una sucesión de metas, de objetivos, de plazos, de goles a porterías, y de eso va esto. De una persona que intenta escaparse de un mundo en el que a pesar de tener todas las comodidades, no está cómoda. De un mundo en el que a pesar de tener todo para vivir, se da cuenta de que lo que le falta es la propia vida. Ella sale corriendo, se va a rescatar su propia vida y se encuentra con el pasado y con una serie de historias pendientes de otra época que sin embargo responden a muchas preguntas de su presente. Una historia de amor complicado, pero muy bonito, muy puro».
Entre sus muchas búsquedas, Marina ha intentado enfrentarse con sinceridad a una pregunta terrible. «A veces, supongo que nos pasa a todos, pienso que para qué. Para qué escribir, para qué publicar, con lo difícil que está todo. Lo que ocurre es que hay paraqués paralizantes y paraqués rebeldes, que te sirven para coger impulso y darte cuenta de que ni siquiera hay que responder a esa pregunta». Pero si hubiera que hacerlo, cita unos versos de Walt Whitman que, bajo el título No te detengas, recuerdan: No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. / No dejes de creer que las palabras y las poesías / sí pueden cambiar el mundo.
Tu nombre en la ventana es el resultado de asumir este mandato fielmente durante largo tiempo. «Hace unos cuatro o cinco años, mi madre se operó y yo me había llevado al hospital el kit de noche en vela: una mochila con comida, libros, el ordenador, y me senté con una página de word en blanco. Comencé a hilar palabras, de palabras a frases, de frases a párrafos y cuando me quise dar cuenta acaba de hacer el primer capítulo de una novela». A partir de ahí, la construcción de la obra le llevó más de dos años, «con mil y una transformaciones, cambios de palabras, arrepentimientos, emociones, bueno, todo un caos literario. Yo creo que uno nunca acaba de escribir una novela por la simple razón de que uno nunca es el mismo dos días seguidos», afirma. «Vamos transformándonos casi constantemente, el propio proceso de madurez, las experiencias que tenemos, pero bueno, en un determinado momento dije hasta aquí, porque si ahora empezara a leer fragmentos seguiría cambiando cosas».
Ese, y no el de la huida por el ventanal, es el verdadero vuelo de libertad de Marina Jiménez. Una escritora cuyas palabras desbordan sinceridad, asombro, emoción. Algunas de ellas llegan heridas: a veces, las líneas que escribe parecen una comitiva de soldados que vuelven de la guerra o enamorados solitarios que pasean por un parque sin importarles la lluvia en una especie de literaria forma de suicidio impostado. Pero otras son pura luz, pura pregunta, puro nervio. Palabras que ha convertido en sus alas, pero sobre todo en el mandato de escapar de todas las jaulas. Es su primera novela y ya aparece en el título la palabra ventana. No es casualidad.