Pedro Buenaventura: descanse en paz la esencia del Betis

El histórico empleado verdiblanco fallece en Sevilla a los 86 años

30 may 2017 / 11:20 h - Actualizado: 30 may 2017 / 20:58 h.
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  • Pedro Buenaventura, escoltado por Diego Soto y José Ramón Esnaola, en el banquillo como entrenador del Betis. / El Correo
    Pedro Buenaventura, escoltado por Diego Soto y José Ramón Esnaola, en el banquillo como entrenador del Betis. / El Correo

En estos años en los que a la pobreza deportiva se le suma una escasez alarmante de referentes, futbolísticos y no futbolísticos, al Betis se le va otro trozo de su esencia. Pedro Buenaventura Gil, el gran e irrepetible Pedro Buenaventura, ha fallecido en Sevilla. Tenía 86 años y pasó casi la mitad al servicio del amor de su vida, con permiso de su señora, Carmen Ugía, y sus dos hijos, Pedro y Lorenzo, ambos béticos, como no podía ser menos. Uno es director de la cantera del club verdiblanco y otro, uno de los mejores preparadores físicos del mundo.

Pedro Buenaventura nació el 9 de diciembre de 1930 en Sevilla, en el centro, pero su vida fue Triana. Allí se enamoró, se casó y vivió hasta que su cuerpo dijo basta y se lo llevó al hospital Macarena a pasar el último momento. Se fue, qué cosas, un día después de que el Betis B consiguiese el ascenso de categoría. Él, que tanto amó y se preocupó de la cantera. El último guiño al empleado perfecto.

Pedro fue entrenador de los juveniles, coordinador de la cantera, secretario técnico, delegado de campo, administrativo y entrenador del primer equipo en cuatro etapas distintas, ni más ni menos. Era el recurso fácil, el sustituto de urgencia natural cada vez que algún otro con más relumbrón, nombre y sueldo fracasaba. Él sustituyó a Ferenc Szusza en la primera eliminatoria de Copa del año en que el Betis se proclamó campeón en el Calderón. Él acabó la campaña que clasificó al Betis para la Copa de la UEFA en 1982. Y él lo salvó del descenso en aquel mítico partido de Las Palmas pero no del descenso un año después, en la promoción de 1989 contra el Tenerife, que casi le cuesta la vida en el mismo banquillo del Villamarín. Y como encargado de los fichajes se trajo a Heliópolis a hombres como el Lobo Diarte, Alfonso o Jarni. Casi nada.

Pedro Buenaventura entró en el Betis en 1969. Entonces entrenaba al Carmona, que subió de Regional a Tercera, y acababa de lograr el título de instructor de juveniles. En un Trofeo Piscinas Sevilla, Pepe Núñez Naranjo y José María de la Concha se acercaron a él y le propusieron que trabajase para el Betis. Aceptó y empezó a entrenar al equipo juvenil por las tardes. Por las mañanas trabajaba en una industria de molduras y cuadros que había creado su familia. Estaba a media jornada, pero en realidad ya coordinaba toda la cantera menos el filial, entonces en manos de Esteban Areta.

En 1979 se marchó De la Concha y Pedro fue recomendado para la secretaría técnica por otro ilustre de la historia verdiblanca: Manuel Simó. En aquel puesto permaneció muchos años, aunque de vez en cuando tuvo que alternarlo con el de entrenador del primer equipo. Ya había debutado en la campaña 76-77, en esa primera eliminatoria copera ante el Barakaldo. Ganó por 5-1 y remontó el 1-0 adverso de la ida. Repitió en el tramo final de la 81-82: debutó contra el Cádiz en el Carranza (0-2) y acabó en el Camp Nou sobreponiéndose a un 2-0 para terminar 2-2, con lo que el Betis se metió en la UEFA. Seis años después le tocó lidiar con otra pelea muy distinta, la del descenso, que evitó in extremis, en aquella jornada final en el Insular canario a pocas horas de que la Virgen del Rocío saliese de su ermita. Un año más tarde, en 1989, no pudo ser: el Betis, con alguna que otra raíz podrida dentro del vestuario, se condenó a bajar en una esperpéntica actuación en el Heliodoro Rodríguez López (4-0) y Pedro al menos ganó en la vuelta (1-0), pero la remontada era imposible. Aquella tarde casi se murió en el banquillo, y no es ninguna metáfora ni exageración.

Pedro Buenaventura se jubiló en 1995, pero aún estuvo doce años más trabajando por y para el Betis con discreción, honradez y abnegación. Casi es el último eslabón de una raza a la que también pertenecieron hombres como De la Concha, Simó, Picchi, Aranda, Valera, Quijano, Cruz... Como todos ellos, él encarnó el amor a unos colores en el sentido más real y hermoso de la expresión.

Descanse en paz Don Pedro Buenaventura Gil.