La leyenda nunca jamás narrará las peripecias de los cobardes. El fútbol moderno es una especie de religión en la que los dioses son la fortuna y el dinero. Y el Sevilla FC, el de Unai Emery, Pepe Castro y Del Nido Carrasco, necesita a un juglar que relate las aventuras de una tropa de chicos con calidad presupuesta pero sin hambre ni sed de éxitos. Una colección de joyas consagradas y por explotar que no han interpretado aún el ideario necesario para escapar de la mediocridad. Y el primer responsable del conformismo y la desidia es Emery, el hombre de los títulos y la gloria. El que recogió una herencia trampa y que consolidó los cimientos de una era de vino y rosas.

El Granada caricaturizó al Sevilla en el primer acto por una sencilla cuestión de dignidad obrera. De raza y coraje, el axioma que el SFC que reinaba en Europa grabó a fuego para no perder nunca su vitola de inmortal. El plantel de Nervión emite constantes señales de fatiga mental y ninguna voz autorizada admite que es necesaria dirigir una etapa de transición. Una época de rebeldía preñada de juventud en la que construir los éxitos del futuro inmediato sin ignorar el periplo en Europa y el torneo doméstico. La afición, soberana y que paga religiosamente por cumplir su ritual en Nervión, exige un plus para satisfacer sus deseos de repetir un banquete en la mesa de los comensales de sangre azul, una Champions que los chicos de Emery vigilan a 10 puntos, una distancia sideral para una plantilla confeccionada por y para alzar el pulgar por el Viejo Continente.

Es el momento de proteger a la cantera y de elegir a los hombres maduros que escribirán la historia del mañana. Con Sergio Rico en la meta y David Soria con los guantes empolvados, Juan Muñoz en la grada, Moi en Can Barça para escenificar la Hégira de Mahoma y el Sevilla Atlético en zona de play off de ascenso a Segunda División surge un atractivo debate sobre el destino de la fábrica: ¿Es Emery el técnico idóneo para dirigir una época de brillante transición?