La tecnología ha cambiado nuestras vidas y los teléfonos móviles inteligentes, todavía más. Resulta difícil encontrar a alguien que no lleve encima un smartphonecon acceso a internet, y ya hay que rizar el rizo demasiado para dar con alguien que ni siquiera tenga teléfono móvil y siga funcionando a la vieja usanza: el teléfono fijo de su casa y el contestador automático. Hay quienes aseguran que se puede vivir así todavía y además, bien.
El caso es que cada día que pasa, los usuarios de telefonía están cada vez más enganchados a sus teléfonos. Se consultan más de 150 veces al día simplemente para ver si hay algún mensaje, para consultar las redes sociales o para navegar por internet aunque se esté, supuestamente, charlando con otras personas en una reunión o cena de amigos, por ejemplo. De hecho, ya se están desarrollando algunas terapias para intentar erradicar este tipo de adicción y el llamado síndrome de Whatsapp, que no es otro que la ansiedad que genera no poder mirar el teléfono para ver si se ha recibido algún mensaje o si te inquieta que alguien haya leído tu mensaje pero, por la razón que sea, todavía no te ha contestado.
Por ello, los psicólogos elaboran una serie de recomendaciones básicas para aquellos que tengan esta dependencia, aunque muchos no llegan a reconocerla y son su familiares quienes deben hacerle ver que realmente están enganchados al teléfono. Así, es aconsejable desactivar el sonido de las notificaciones, alejar el teléfono del sofá y así habrá que levantarse para consultarlo. Si estás en una reunión de trabajo o en una cena con amigos, lo mejor es apagarlo para que no interfiera en las relaciones sociales cara a cara. Y si todo lo anterior no es suficiente, lo mejor es eliminar la aplicación. «Hasta hace poco se vivía sin ella y aunque sea útil, queda claro que no es apta para todo el mundo», explica la psicóloga María Dolores Mas.
Por su parte, la psicóloga Sally Andrews, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nottingham Trent, publicó un estudio a finales el pasado año en el que aseguraba que el tiempo medio de uso del teléfono móvil al día es de cinco horas al tiempo que precisaba que se trata de interacciones rápidas. Para determinarlo, instalaron una aplicación en los móviles de 23 voluntarios, de entre 18 y 33 años que examinó con detalle el uso que hacían de sus teléfonos, tanto para llamar como para servicios de mensajería, música, internet, etc.
Muchos de las personas que ya no pueden vivir sin su teléfono inteligente confiesan que aunque este aparato presenta muchas ventajas y facilite al máximo muchas de las gestiones diarias sí reconocen que a veces sienten la necesidad de alejarse de él e incluso apagarlo para desconectar completamente. «Es difícil porque crea dependencia pero sería ideal irte de viaje con tu familia un fin de semana y tenerlo apagado, o simplemente tenerlo encendido por si te llama alguien para algo importante, nada más. A veces logro hacerlo y realmente se desconecta y se aprovecha el tiempo con la familia mucho más», explica Antonio Abascal al tiempo que precisa que mucha de las aplicaciones que usa a diario le facilitan mucho la vida. Así, por ejemplo, este ingeniero sevillano comienza su jornada laboral a primera hora en su casa mientras toma el desayuno. «Ahí voy mirando ya correos de trabajo y mando también algunos. Echo un vistazo a la prensa del día y si está el tiempo inestable consulto el tiempo para ver si me puedo mojar cuando coja la moto».
Abascal también se alegra de llevar encima su teléfono cuando ha de coger un taxi, dado que lo hace a través de una aplicación; cuando ha de pedir comida a domicilio, cuando quiere escuchar la radio mientras pasea o para intentar vender en alguna aplicación de compra-venta de segunda mano alguna de las cosas que no usa en casa y a las que quiere sacarles algún dinero. «Son muy útiles pero en ocasiones me doy cuenta de que es necesario parar. Entras en un bar y ves a cuatro personas sentadas en la misma mesa y cada una de ellas está mirando el teléfono sin hablarse. O cuando vas en el metro o en el tren y ves a los pasajeros siempre con la cabeza baja sin darse cuenta del maravilloso paisaje que se están perdiendo al no mirar por la ventana. Imagino que dentro de unos años la sociedad se dará cuenta de que algo estamos haciendo mal, aunque yo sea el primero que use el teléfono mucho a lo largo del día», concluyó Abascal.
También reconoce su dependencia al teléfono móvil María José Medina, una madre de familia que trabaja como funcionaria pero que usa el teléfono móvil a todas horas. Ella misma reconoce que sus hijas alguna vez le han dicho que siempre está chateando con el teléfono, y ella lo reconoce pero de momento no puede separarse de su smartphone y de la aplicación estrella de mensajería. «Tengo varios grupos y la verdad es que la cascada de mensajes no para a lo largo del día: amigas, primos paternos, primos maternos, dos de las madres del colegio, uno por cada clase de mi hija; otro del grupo de amigos de la playa y otro con mi promoción del colegio. También siempre suele haber alguno específico que se crea para celebrar un 40 cumpleaños o un viaje en grupo con otros matrimonios. Entre todos, más de 150 mensajes a lo largo del día suelen llegar», asiente María José al tiempo que reconoce que su marido le ha pedido que use menos el teléfono, algo que ella también reconoce que debe plantearse.
Rechazo al ‘smartphone’
Lógicamente, también hay personas que no sufren esta dependencia del teléfono inteligente, fundamentalmente porque no tienen. Es el caso del médico Juan María Sánchez, un médico que muestra con orgullo su viejo teléfono Telefunken. «Hasta que este año le trajeron los Reyes Magos a mi mujer un iPhone yo no sabía qué diferencia había entre el mío y un smartphone. No he descargado una aplicación en mi vida y tampoco sé para qué se usan», explica.
Según dice, se resiste a este cambio porque prefiero evitar esa dependencia y porque confiesa que tiene los dedos «como morcillas» y si ya con el suyo pulsa «la tela equivocada» con los actuales «sería todo mucho más complicado». Sánchez también explica que a diario observa un mal uso de las nuevas tecnologías entre los pacientes que atiende en su centro de salud. «Todos los días tengo algún enfermo que me dice que se encuentra muy mal y me pide un justificante para el trabajo. Mientras lo redacto se ponen delante de mis narices a usar el dichoso Whatsapp si saber que estoy escribiendo en su historial que es un farsante que pide el justificante porque se encuentra muy muy mal. Imagina alguien que el médico se pone a mirar su teléfono mientras el paciente le cuenta sus dolencias», lamenta Sánchez, quien confía en seguir con su viejo teléfono aunque sus hijos le pidan un cambio. «Hace poco me dijo, Papá si llevarás uno no te perderías y no tienes que preguntar al taxista. Y tiene razón. A ver qué pasa»