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23 héroes contra la ley Wert

Una manifestación del Instituto Politécnico en defensa de la enseñanza pública de calidad solo consiguió reunir ayer a nueve alumnos.

el 11 feb 2014 / 20:56 h.

PANCARTA Un avioncito de papel sobrevuela a los manifestantes, que acaban de llegar de regreso al instituto del que salieron veinte minutos antes. Aprovechando que hay por allí varios grupitos de chavales comiendo papas fritas y que las postrimerías del recreo empiezan a reunir a la chiquillería en el umbral, los de la comitiva se colocan en la puerta, con sus silbatos y sus pancartas de papel de estraza, para la foto de familia. El avioncito procede de una panda de cinco zangolotinos que se están partiendo de risa en la fila de atrás y acaba incrustado entre los radios de una moto aparcada al pie de la acera. Es uno de los dos o tres que han confeccionado con las octavillas que les acaban de repartir, y que vienen encabezadas con la siguiente exhortación: Joven estudiante, no te resignes, combate con nosotros/as, ¡CONSTRUYE TU FUTURO!, y las firma el Colectivo de Jóvenes Comunistas. Porque a esta iniciativa, promovida por los profesores del IES Politécnico de Los Remedios, está invitado todo el mundo: los propios docentes, los 1.500 alumnos de mañana y tarde, los padres y las madres de estos más cualesquiera otros familiares, los demás centros educativos del barrio con sus correspondientes ampas y personal, sindicatos, entidades… Además, se habían cursado correos electrónicos a los medios de comunicación (por ejemplo, a este periódico, que allí estaba), y horas antes de la manifestación, con inicio previsto a las once de la mañana, una de las grandes radios difundía el llamamiento. De resultas de lo cual, total de manifestantes: 23. Como diría Rajoy: fin de la cita. Como diría Perry Mason: señoría, no hay más preguntas. 23 al principio, luego la cosa mejoró: regresaron 29. Hacia el final del recorrido, que consistía en llegar desde la antigua calle Turia hasta República Argentina y volver por Santa Fe y Virgen de Luján, se sumaron algunos alumnos que habían estado desayunando por las inmediaciones. En total, del grueso de la manifestación (si grueso fuese la palabra), solamente nueve eran estudiantes. La orientadora Felicidad Martínez-Pais Loscertales, una de las personas que se habían estado trabajando la convocatoria junto con la jefa de estudios, Aurora Muñoz, lo tenía claro a la mitad del recorrido: «¿Qué me va a parecer esto? Muy penoso. Muy triste» Dos profesores que venían detrás en la marcha lo matizaban: «Los jóvenes… bueno, ellos tienen otros… criterios, otras formas de movilizarse». Al poco de salir, un señor mayor arroja una mirada de reproche a unos muchachos que caminan con el grupo, como echando en cara a la juventud que no se movilice por su futuro. ¡Encima que los pobres están allí, de forma excepcional! Se parecía aquello a lo de la señora mayor esa que intenta cruzar por un paso de cebra ante la indiferencia general del elemento motorizado, y cuando por fin aparece alguien educado y se detiene para que pase, es a él a quien le echa la bronca la señora. Pues por el estilo. COMIENZA LA MANILa expresión que resumía todo no era precisamente la de clamor popular. Pero esto, así contado, puede parecer una broma. Y para los organizadores, desde luego, no lo era en absoluto. Tampoco para los demás asistentes, pocos pero concienciados. Pablo y Carla, alumnos del Politécnico participantes en la marcha, no salen de su estupor ante la «alarmante» falta de respaldo estudiantil en un asunto en el que les va la vida. Parecen bien informados, y explican con mucha elocuencia y aún más ardor que están en contra de que la educación sea concebida y tratada como un valor de mercado, de que al conocimiento se le imponga un precio. Pero todos sus argumentos se estrellan contra la apabullante indiferencia general. «Cuando hay que actuar, la gente se echa para atrás», se lamenta Carla. «La gente prefiere ignorar a actuar. Ignorar siempre es más cómodo. Pero bueno, si eres sumiso y no levantas la voz, luego no tengas la hipocresía de quejarte». Pablo apostilla sus palabras y lleva el asunto a las tripas: «Me cabrea mucho que seamos tres o cuatro. Es tristísimo». Está claro que lo de combate con nosotros/as no les ha llegado a todos al corazón con la misma intensidad. La policía anda por allí, velando por el buen orden y concierto de todo. Coches, efectivos, movimiento. Pero a los manifestantes les da tanto corte ser poquitos que, aunque les cortan la calle Virgen de África para que la cosa discurra con cierta dignidad, ellos se hacen la mitad del camino por la acera. Esta es algo estrecha para tales cometidos sociales, en particular si se va con pancartas, por lo que se ven obligados a avanzar sesgados, en diagonal, añadiendo un plus de patetismo a la dramática situación. “Somos cuatro gatos, somos cuatro gatos” corean, para sacudirse el complejo, y cuando llegan a la puerta de la Escuela Politécnica Superior hacen una parada de homenaje (como las cofradías cuando mecen sus pasos ante un templo ajeno) y lanzan una invitación tan breve como estéril: «No nos mires, únete. No nos mires, únete». Al final la marcha sigue y la policía, ociosa ante lo exiguo de la protesta, se limita a vigilar que no los pillen en los pasos de peatones. DESAYUNODiez minutos antes de la hora anunciada para el comienzo de la marcha, la llovizna había cesado y eso se antojaba un buen augurio. De hecho, los paraguas no volvieron a abrirse hasta que todo acabó, un rato más tarde. Hasta la meteorología parecía ponerse de parte de quienes solo querían protestar contra la que estaba cayendo. Entonces, en esos prolegómenos, todavía cabía la esperanza de que alumnos, padres, vecinos y ciudadanos en general acudiesen aunque fuese en número bastante como para convertir la convocatoria en un puñetazo en la mesa de la autoridad educativa. Al menos, como un repiqueteo con dos dedos. Las citadas Felicidad Martínez-Pais y Aurora Muñoz, en el despacho de esta última, explicaban en esos instantes previos que habían estado mandando «correos a todo el mundo», que tenían fe en sus alumnos porque «son gente comprometida y suelen estar muy convencidos. Si les hablas de neoliberalismo no saben lo que es», dice la jefa de estudios, «pero están puestos sobre los temas de becas y tasas». Muchos de ellos son mayores de edad. Confían en que al menos un buen puñado se apunte a la comitiva. Como se comentaba antes, les va la vida en gritar que no: «Los alumnos no van a tener tutorías pero van a tener religión. Los centros públicos se van a quedar como un basurero social», profetiza Muñoz. Felicidad añade, en tono apesadumbrado: «La enseñanza es un negocio, ¿no ves que todo el mundo tiene que estar escolarizado? Pues eso, para ellos, es un negocio. Están externalizando los apoyos, los comedores... es la desatención de la enseñanza pública. Y el apoyo a la concertada en detrimento de la pública lo único que va a conseguir es aumentar las diferencias entre alumnos». En la fachada, un rótulo cuelga de una ventana: IES Politécnico. Por una enseñanza pública de calidad, universal, laica y gratuita. Dan las once.

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