Terminadas las primarias demócratas en Estados Unidos, el fenómeno Obama nos ha proporcionado varias lecturas. Una de ellas es que las ideas han acompañado su campaña, bien lejos de la parquedad a la que nos han acostumbrado los comicios europeos en los últimos años. También, una serie de ficciones que remiten al déficit democrático de los caucus o a una Presidencia que debe gobernar una Administración de grupos de intereses. Pero, sin duda, estos meses de debate han situado en primer plano el poder de los discursos, lo cual nos reencuentra con la ilusión de la palabra y con la pasión por lo público.
Visto desde nuestra realidad europea, ese proceso es una fuente de reflexiones, empezando por el porqué le hemos dedicado tanto espacio mediático; es como si pareciera ilusionarnos Estados Unidos cuando no sabemos si Obama será su presidente o ni siquiera el sentido de sus frases en clave de agenda de gobierno. Posiblemente hemos vivido la ilusión de la palabra del líder que se admira y hemos querido huir de la estulticia de quienes viven los cargos públicos como prebenda o como ejercicio tecnocrático, y acaban separando el pensamiento de la acción o haciendo la política que le dictan otros.
Así que, a la estela del fenómeno Obama, vendría bien preguntarnos si somos una sociedad de ideas, y por tanto innovadora, o si, por el contrario, estamos presos de unas formas caducas a la hora de afrontar los asuntos públicos. De ser lo segundo, es obvio que estaríamos argumentando la necesidad de la renovación y la esperanza del liderazgo. Tan sólo quedaría recordar, antes de ponernos manos a la obra, que la renovación es un concepto que tiene que ver con la innovación, y ésta no sabe ni de edad ni de género.
Director del Centro de Estudios Andaluces
