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"A Madre Purísima se le traslucía la santidad; nunca vi un paciente así"

El médico que atendió su última enfermedad evoca a la beata

el 15 sep 2010 / 19:34 h.

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Enrique Murillo atendió a Madre Purísima en su última enfermedad.

"La oncología te da la posiblidad de ver al ser humano en el límite del sufrimiento. Ella sobrellevó la enfermedad con una asombrosa alegría".


Madre María de la Purísima, la superiora de la Compañía de la Cruz a la que la Iglesia declarará beata el próximo sábado, falleció el 31 de octubre de 1998 víctima de un cáncer de hígado con metástasis generalizada. Cuatro años antes, en 1994, había sido intervenida con éxito de un cáncer de mama del que "aparentemente" se curó por completo.


El oncólogo Enrique Murillo Capitán, director médico del entonces Centro Regional de Oncología, el llamado Pabellón Vasco, fue el facultativo que más contacto tuvo con Madre Purísima durante sus últimos cuatro años de vida, aunque no fue hasta mucho tiempo después de conocerla cuando supo que aquella paciente era la superiora de la Compañía de las Hermanas de la Cruz.


"Me presentaron a la Madre en otoño del año 94. El cirujano que la intervino del cáncer de mama tenía confianza en mí para continuar su tratamiento. Durante año y pico la estuve viendo en el Pabellón Vasco y cuando me fui al hospital Virgen Macarena la seguí atendiendo allí".


A Enrique Murilo le gusta "evocar" la figura de aquella monja a la que veía "de tarde en tarde" en su consulta, en la sala de exploraciones o en la sala de espera y que por su alegría "más parecía una acompañante y no una enferma más". "Teníamos una relación médico-paciente, pero egoístamente me gustaba charlar con ella de temas vanales porque, en medio del estrés de la consulta, hablar con ella te dejaba pacificado".


Poco a poco, el especialista médico se fue dando cuenta de que "aquella hermana tenía algo especial". "Siempre me llamó la atención su sonrisa, su alegría permanente, siempre estaba sonriendo, su hablar comedido, mesurado, y también su humildad. Puede decirse que ella era la máxima autoridad de una congregación internacional y, sin embargo, allí estaba sentadita en la sala de espera aguardando a que la llamaran".


Las sesiones de quimioterapia y radioterapia habían dado sus frutos y a los ocho meses de su intervención, el médico la declaró curada. Pero en otoño de 1998, la enfermedad llamó de nuevo a su puerta.


Después de un viaje que Madre Purísima realizó por tierras argentinas para visitar las casas de Monte Quemado y Quimilí, el doctor Murillo fue llamado con cierta urgencia ante el estado de cansancio que presentaba Madre. "La ví físicamente muy desmejorada. Las pruebas clínicas y radiológicas evidenciaron que la enfermendad había vuelto". Pero esta vez con gran virulencia. "Es sorprendente porque cuando le comenté que la situación era crítica, ella encajó la noticia con la misma naturalidad que cuando las pruebas confirmaban que todo estaba bien. Creo que se limitó a decir ‘Estamos en las manos de Dios' demostrando una entrega y una disponibilidad asombrosas".


Relata Enrique Murillo que Madre María de la Purísima le inquirió entonces: "¿Cuántos meses me quedan de vida?" El silencio elocuente del médico bastó para que comprendiera la gravedad de la situación. El doctor propuso intentar "una quimioterapia de segunda línea" para alargar unos días su vida. "Creo recordar que textualmente me dijo que ‘eso no sería más que retrasar lo que tanto ansío', su encuentro con Dios. Cuando uno oye esto, piensas que aquella mujer era diferente, que estaba tocada por la santidad, que aquello no podía ser sólo obra humana".


Madre María de la Purísima se apagaba. Las hermanas consejeras de la Compañía, llamadas a la Casa central de Sevilla decidieron aceptar el consejo del médico y aplicarle el tratamiento. El doctor Murillo lo intentó con un fármaco de nueva aparición en el mercado, un derivado de los taxanos probado con éxito en experiencias clínicas. Pero el organismo de Madre no resistió el tratamiento. Horas después de su último paso por el hospital, la superiora de las Hermanas de la Cruz fallecía en la mañana del sábado 31 de octubre de 1998.


"En 42 años como especialista he tratado a muchos pacientes y a mucha gente buena, admirable, pero esta mujer tenía un plurito especial que no he visto jamás en ningún otro paciente", subraya el médico que más cerca estuvo de la nueva beata en su última enfermedad. Enrique Murillo cuenta ahora con 68 años y el sábado será una de las 64.000 personas que acudan a la ceremonia de beatificación de aquella monja que fue su paciente y que hoy tiene por "un consuelo en mi vida profesional".

"A Madre Purísima se le transparentaba la santidad, la felicidad, irradiaba paz. Era verdaderamente una santa. Ella era la personificación de lo inaccesible, de aquello que excede a nuestra comprensión. Era santa, pero fíjese, con esa santidad que ella quiere ocultar, pero inevitablemente surge porque te deja un destello".

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