Cultura

Así se enamora cualquiera

Patricia Guerrero conquista el Central con su espectáculo ‘Latidos del agua’

el 29 sep 2014 / 22:13 h.

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Latidos del agua **** Escenario: Teatro Central. Baile, coreografía y dirección: Patricia Guerrero. Baile: EduardoLeal. Guitarrista: Eugenio Iglesias. Cante: José Ángel Carmona. Piano: Alejandro Cruz Benavides. Percusión: Agustín Diassera. Trío Albéniz: José Luis Recuerda (bandurria), Ismael Ramos (laúd) y José Armillas (guitarra). Guitarra invitada: Dani de Morón. Entrada: Lleno. Patricia Guerrero deslumbró en su paso por el Teatro Central. / Foto: El Correo Patricia Guerrero deslumbró en su paso por el Teatro Central. / Foto: El Correo Una confesión de entrada: hace algunos años me enamoré de Patricia Guerrero durante un espectáculo de Rubén Olmo, en cuyo elenco participaba. Entiéndanme: no hablo de enamorarse de la belleza, que es algo abundante y muy bien repartido en el flamenco, sino de esa mezcla de gracia, fuerza y magnetismo que casi no me permitía mirar a otra parte en el escenario. Salí de allí convertido en fiel seguidor de la artista. Sin embargo, cuando el domingo volví al mismo lugar de aquella vez, el Teatro Central, temía que esa fascinación primera se desvaneciese. Sería porque era muy tarde, o porque la Bienal empieza a hacer estragos en quienes la cubrimos desde el principio, o porque uno desconfía de ciertas impresiones, lo cierto es que iba preparado para desencantarme. Pero me equivocaba. Con algunas reservas iniciales sobre las imágenes de lluvia proyectadas en una pantalla fragmentaria y la bailaora cantiñeándose bajo un paraguas, tardé en volver a mi estado de embelesamiento lo que Patricia Guerrero en olvidarse del atrezzo y empezar a bailar en condiciones, o sea, muy poco. Y a partir de ahí comenzó una hora y media de espectáculo que me quitó el sueño acumulado y casi me quita el sueño posterior, con la falta que me hacía. Tampoco quiero caer en ese tipo de crítica que abusa del elogio desmesurado hasta rayar en la adulación gratuita, y mira para otro lado ante las debilidades de una propuesta. Latidos del agua no es un espectáculo perfecto. Adolece de cierto desorden en las músicas, o al menos este espectador se perdió a veces en el vaivén de la seguiriya, la guajira, los tanguillos, el pregón de los caramelos... Y creo que a Guerrero le falta lo que solo puede dar la edad, que es experiencia vital susceptible de convertirse en pura materia artística, esto es, en sueño compartido. Por lo demás, no acierto a decir cómo me gustó más su actuación: si acompañando pasajes musicales bellísimos –aunque, ya digo, desconcertantes por momentos– o cuando le bailó al silencio, si con vestuarios más austeros o con la bata de cola; no sé si me gustó más de pies o de manos, si en solitario o a dúo con EduardoLeal –otro que también enamoró al respetable, y con quien Guerrero protagonizara un memorable paso a dos de Metáfora. No sé si me gustó más en los instantes de hondo dramatismo o cuando goza y lo revela en escena, cuando enfoca al público con la llama doble de sus ojos o cuando le da la espalda para que cada cual pinte con los pinceles de su imaginación su propio goya o su velázquez. Bailaora esta que marca la diferencia con la mayoría de su quinta, porque conoce eso tan raro que es la contención donde otros se entregan a lo que Paco Cepero llamaba hace poco «baile de ataque epiléptico». Bailaora que, aunque menuda y de aspecto frágil, parece multiplicar sus proporciones cuando aplica la fuerza de su juventud a su considerable bagaje técnico, sacando a relucir cuando procede ese genio, esa garra si se quiere, que tan a menudo identificamos con la verdadera flamencura. Bailaora veloz, con un equilibrio prodigioso y atenta a la música –¡otra rareza!– que dialogó con inteligencia y sensibilidad con todos los músicos del elenco, especialmente con el sobresaliente percusionista Agustín Diassera. Bailaora, en fin, dotada con algo difícil de mensurar, y más difícil aún de adquirir, y es aquello que Borges llamaba encanto. Pero ojo, ése es un don que condena a quien lo posee: atrae la atención de todos, al mismo tiempo que se convierte en una exigencia continua. Los citados atributos enamoran a cualquiera, pero la granadina debe saber que el amor del público, como pasa en la vida, es un fuego tirano que exige aliento continuo. Sea como fuere, la bailaora revelación de la pasada Bienal se halla en un momento dulce, y lo rentabilizó en aplausos fuertes, prolongados y con el patio de butacas en pie.

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