Brotes verdes de convivencia

Los 30 huertos sociales que el Ayuntamiento entregó hace dos meses a los jubilados y los discapacitados de Los Palacios empiezan a dar frutos más allá de las verduras para el hogar.

el 18 ene 2014 / 21:20 h.

Miguel Muñoz padre, ya jubilado, y su hijo, que está en situación de desempleo, ‘custodian’ su huerto social.  Miguel Muñoz padre, ya jubilado, y su hijo, que está en situación de desempleo, ‘custodian’ su huerto social.

Hay inversiones que lucen más que otras. En pleno apogeo de subvenciones desviadas y fondos despistados, el proyecto de Huertos Sociales que el Ayuntamiento palaciego ha desarrollado en el marco del Plan de Fomento del Empleo Estable de la Junta ha necesitado apenas 120.000 euros para convertir 3.000 metros cuadrados de una escombrera histórica en un rico vergel que ocupa, desde noviembre, a jubilados, pensionistas, personas discapacitadas e incluso escolares; que surte de frutas y verduras a un puñado de hogares; y que ha mejorado la convivencia de barrios periféricos como La Arboleda o Virgen del Rocío.

“Todo esto es nuestro”, dice con un responsable sentido del compromiso Manuel Torre, “y lo que tenemos que hacer es mantenerlo, defenderlo y acrecentarlo, porque de aquí pueden aviarse muchas casas”. Desde luego, a las familias de estos improvisados hortelanos a los que el Ayuntamiento ha cedido cien metros de tierra no les faltan ahora tomates, pimientos, cebollines, fresas, lechugas o guisantes porque aquí crecen en abundancia. “De aquí salen productos para regalar y hasta para venderlos si uno quisiera”, dice orgulloso Manuel, que pasa muchas horas no sólo en su huerto, sino echando una mano en los de sus vecinos. No está sólo; “¿Ves aquel viejo de allí?”, dice señalando a un anciano que, agachado, arranca yerbas con afán de agricultor. “Pues tres veces en semana va al hospital a engancharse a una máquina de diálisis”, añade. Nadie lo diría.

Miguel El Cuenca, trabajando en su parcela. Miguel El Cuenca, trabajando en su parcela.

“A no ser que vengan aguas exageradas como las de hace unos años que estropee todo, tendremos buenas cosechas”, asegura Miguel Muñoz, un camionero jubilado que ha encontrado en los ajos y cebollas de su huerto un motivo contra el aburrimiento y contra el desaliento de su hijo, en el paro. Natural de Lucena (Córdoba), Miguel llegó a Los Palacios para trabajar en las marismas que acababan de desalinizarse entonces, hace casi medio siglo. “Yo empecé en esas tierras”, dice señalando al llano que se abre tras el muro que rodea el pueblo y que sirve de contención a los propios huertos, junto al parque de las Marismas. “Luego me compré un camioncito y he sacado adelante a mi familia así. Quién me iba a decir a mí que iba a volver casi al mismo sitio con esta edad”, reflexiona.

Otro Miguel, apodado El Cuenca, ha aprovechado la falda del muro para seguir sembrando las tagarninas, los cardos y las acelgas de su huerto. Esta semana había comprado una bandeja con semillas de pimientos para que crecieran. “Cuando salgan los primeros, ya fuertes, los trasplanto”, explica sin levantar la mirada, escardando, colocando la goma del gotero, resguardando otros cubos llenos de otras simientes...

José María Calancha, que trabaja en uno de los huertos más vistosos de la treintena que alberga el complejo, no es jubilado, sino trabajador municipal, precisamente jardinero. “Es de mi padre, pero como él está muy mal, prácticamente lo llevo yo”, dice sonriente. “Me dicen que estoy loco, porque salgo a las tres de la tarde de trabajar y al rato estoy aquí, haciendo los lomos, sembrando o poniendo estos rosales en el camino”, dice señalando a las flores puestas junto a la valla. “A esta la vamos a llamar la calle de los rosales”, bromea un vecino que también ha puesto arbolitos de laurel.

Los huertos sociales no sólo han ocupado a jubilados. También han regalado un nuevo aliciente a parados de larga duración, a personas con discapacidades físicas y psíquicas y a varios grupos de escolares de los colegios Palenque y Nuestra Señora de las Nieves, que ya se han organizado con su cuadrante de trabajo y sus maestros para sacar lo mejor de la tierra en un proyecto educativo pionero en este pueblo famoso por productos gigantes como las sandías.

“Estos terrenos llevaban muchos años baldíos”, dice el concejal de Agricultura, Jesús Condán, “y ha sido un verdadero acierto emplearlos de este modo para sacar productos de calidad y de forma tradicional para el consumo propio, totalmente ecológicos, y que además sirven para educar en un oficio. En la Concejalía de Agricultura, de hecho, ya están decididos a ampliar los huertos sociales a otras parcelas anexas en idénticas circunstancias.

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