El viajero A parte de Sevilla a las ocho de la mañana, supongamos, y aterriza en Barcelona con la puntualidad exigida para un aperitivo tempranero frente a cualquier edificio de Gaudí. El tren del viajero B abandona Santa Justa en un horario similar, y alcanzará su destino -Córdoba, sin ir más lejos- en menos de cuarenta minutos. Sin embargo, es probable que A maneje más información sobre el fin de su viaje que B: tejes y manejes en el día a día, decepciones y festejos locales, esos pequeños datos que otorgan significado a la palabra rutina.
Ignoro hasta qué punto habrá trascendido -y se habrá comentado- en Sevilla la ausencia de Córdoba en el cartel de la Bienal de Arte Contemporáneo; doce días antes de su inauguración, la retirada de un importante y anónimo patrocinador privado obliga a la caída del cartel de una ciudad con la que, por cercanía, deberían multiplicarse los proyectos, conjuntos en lugar de escasear como sucede.
Suele ocurrir en asuntos relacionados con la cultura que nadie pregunta motivos, ni los debates se suscitan, pero sí que me produce curiosidad saber qué ha parecido este contratiempo a quienes -en el fondo, y con sus impuestos- respaldan Biacs3. Aun consciente de que los asuntos relacionados con la cultura no importan a las masas, imagino que se habrá causado -igual que en Córdoba, o eso leo en la distancia- cierto revuelo: la lógica lo dicta.
Los medios de transporte nos permiten malgastar el tiempo mínimo en el transporte de una ciudad a otra: un madrileño disfrutará en apenas media hora de un café en Toledo, Segovia o Guadalajara, en una hora en Valladolid o Ciudad Real, y estiren las rutas si amplían el horario. Sin embargo, lo desconocemos todo de los otros: yo soy andaluza, sí, pero desconozco qué escriben en Cádiz o en Jaén. Tres años viviendo fuera me justifican, o eso creo, pero no nos engañemos: una ciudad está tan lejos -y tan cerca- como queramos. Un salto de AVE separa a Córdoba y Sevilla: qué lástima permitir que el tren pase de largo.
