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Con el quejío más 'apagao'

Aquel Betis con gorra y chanclas que pretendía caminar por la placidez de la zona media en mayo se escapó ayer del ideario colectivo.

el 29 ene 2012 / 23:04 h.

Nyom y Borja Gómez corren a celebrar el 0-1 con Ighalo.

El enlutado minuto de silencio que amortajó el corazón del beticismo en memoria de Pepe Peregil, un saetero de genio y fe, sólo fue el presagio de una mañana plomiza y gris. Aquel Betis con gorra y chanclas que pretendía caminar por la placidez de la zona media en mayo se escapó ayer del ideario colectivo en el momento en el que el Graná cortocircuitó el fútbol de los discípulos de Pepe Mel, al que el gentío percibió silencioso y desolado.

El descomunal rondo rojiblanco del primer acto desnudó las vergüenzas de un plantel que transmite pavor cuando el rival bufa con firmeza cerca de una madriguera en la que Casto, soberbio y decisivo en San Mamés y el Calderón, cometió un error imperdonable. Pueril y de debutante atemorizado.

Los rivales ordenados y aseados buscan una herida en la que escupir alcohol para generar el desconcierto. Y el Betis transmitió desasosiego e inseguridad. El Granada, rejuvenecido por arte de magia y de Abel Resino, fue una especie de ciclón incontrolable que, furioso, arrasó las inermes líneas de resistencia heliopolitanas.

Mel ya no cumple con el promedio de 12 puntos cada 10 partidos y la afición sospecha de un mensaje en el que los focos siempre apuntan hacia los despachos. Con Matilla, petición del cuerpo técnico, Ustaritz, al que convencieron desde el propio vestuario, y Jefferson Montero, que iba a aportar desborde y verticalidad a raudales, condenados al olvido, el Betis se refugió en su gente más fiable.

En Mario, fichaje de Stosic, Pozuelo, producto de la inagotable cantera, Roque Santa Cruz, que recaló en La Palmera gracias a una operación de trapecistas sin cuerda, o Rubén Castro, de cuya contratación se jactó un tipo que ni gobierna ni oposita, el navarro Luis Oliver.

El peligro de la ceremonia del pulso es que cuando los focos giran sus luces hacia un lugar diferente, el otrora ganador siente el incómodo aliento de la duda. Y Mel recurrió a un charco, a una gorra y a un sinfín de metáforas para retratar una realidad que ahora inquieta y genera incertidumbre en una afición, sabia, que no busca la autocomplacencia, sino la permanencia más digna y la libertad más duradera.

El Betis, el mismo que arañó el rostro del Barça en el Camp Nou, fue una marioneta en las manos del Granada durante 45 minutos eternos en los que aquellos que parecían sombras a las órdenes de Fabri ayer ejercían de guerreros inmortales.

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