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Contradecirse para seguir pensando

La circunstancia humana de que podamos pensar, actuar y equivocarnos no nos hace más vulnerables, simplemente nos hace más humanos. Si hay un precepto en nuestra vida que uno debe siempre intentar violar, enfrentarse decididamente a él, es aquél que nos conduce a querer pensar hoy exactamente lo mismo que ayer y lo mismo que antes de ayer...

el 14 sep 2009 / 20:21 h.

La circunstancia humana de que podamos pensar, actuar y equivocarnos no nos hace más vulnerables, simplemente nos hace más humanos. Si hay un precepto en nuestra vida que uno debe siempre intentar violar, enfrentarse decididamente a él, es aquél que nos conduce a querer pensar hoy exactamente lo mismo que ayer y lo mismo que antes de ayer. Pretender encaminar nuestros esfuerzos por la senda que nos conduzca a concebir el mundo real de una manera coherente, en el sentido de pensar siempre del mismo modo, y que esta visión prevalezca a lo largo de nuestra existencia, es algo patológico y, en cierto sentido, patético. Fernando Pessoa, como cronista y espectador de la vida que pasa, se decía a sí mismo que si existe un hecho extraño e inexplicable es que un individuo al que se le supone inteligencia y sensibilidad siempre se asiente sobre la misma opinión, y siempre sea coherente consigo mismo. Paul Valéry, el pensador y poeta francés, asumía que su mente como su cuerpo, así como la propia vida, se transformaban y, en consecuencia, no siempre era de su misma opinión, que ésta cambiaba como el curso de los días. No es un afán por relativizar nuestro pensamiento, es reconocer -como sugiriese Albert Einstein- que si buscamos resultados distintos, no podemos hacer, ni pensar, siempre lo mismo.

En un mundo, como el actual, en el que todo sucede tan deprisa, en el que cuesta tomarse un respiro para poder reflexionar sobre qué está pasando, en el que los procesos se aceleran de tal modo que dificultan un aterrizaje suave, tal vez sea la flexibilidad, si se quiere la contradicción misma, y no la pertinaz coherencia, la respuesta más razonable. Y esto es imprescindible, además, si muchas de las cosas que hoy ocurren, y que no nos gustan, deseamos que cambien. Sin embargo, no parece que esta conducta goce de buena aceptación y es, generalmente, despreciada o sencillamente condenada. Tal vez sea la consecuencia de la práctica marcial que trascendió los cuarteles, se instaló en las fábricas y hoy visita las alcobas del estado e incluso las estructuras mentales de una parte de la población, en especial de quienes han hecho del pensamiento un oficio. Así, como en el ejército, todos obligados a obedecer, todos obligados a interpretar, en un extraño sentido de eficacia, estabilidad y solidez encubiertas bajo el manto de la coherencia.

La vida, por suerte, o por desgracia para algunos, no soporta la música militar; es un oxímoron que ha de reinventarse continuamente, que ha de seguir combinando los elementos que en su devenir andan enfrentados, ha de seguir aceptando la ambivalencia, la fragilidad, la inconsistencia, para dotarse de sentido. Y en su lucha por la existencia, la vida, libra una dura batalla junto a la Verdad. Aquéllos que no reparan en las cosas -reflexiona el poeta portugués-, que casi ni las ven para no topar con ellas, siempre tienen la misma opinión, son los individuos íntegros y coherentes. La política y la religión están hechas del mismo palo, por eso arden tan mal ante la Verdad y la Vida.

Antonio Cano Orellana es doctor en Economía

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