Cultura

Curro lloró de felicidad en su Caracola

Alejado de los escenarios por enfermedad, el cantaor ya es Hijo Predilecto de Lebrija.

el 24 jul 2011 / 20:01 h.

El maestro Curro Malena.

La 46a Caracolá de Lebrija ha servido, entre otras muchas cosas, para lograr que el maestro del cante Curro Malena vuelva a ser un artista feliz y un hombre dichoso por haber nacido en un pueblo como Lebrija , que no olvida nunca a quienes han hecho de esta tierra un lugar con luz propia en el universo de la música y la danza.

Cuando llegamos al pueblo supimos enseguida que la noche iba a ser de fuertes emociones, y así fue al final. La emblemática Plaza del Hospitalillo, blanca de una cal luminosa y preñada de aficionados del terruño y foráneos, estaba tan hermosa que invitaba a dejarse enamorar ante la atenta mirada de la majestuosa torre de la Parroquia de Nuestra Señora de la Oliva. El maestro Curro Malena fue de los primeros en ocupar una silla junto a su esposa, María, con todos sus hijos pendientes siempre de él para que esa noche, la del pasado sábado, se le quedara grabada para siempre en la memoria.

Alejado del cante por una embolia que le ha incapacitado para ejercer su arte, el pasado martes fue nombrado Hijo Predilecto de su pueblo natal y durante varios días todo lo relacionado con la Caracolá ha girado en torno a su obra y a su persona. Era conmovedor verlo llorar cada vez que algún artista o aficionado se acercaban para darle un abrazo y felicitarlo. Fue su noche, la de un gran cantaor que ha llevado por el mundo durante cerca de medio siglo el nombre de Lebrija y el tesoro musical de esta tierra, creado por artistas que van desde aquel mítico tablajero que se hizo trianero adoptivo, Diego Fernández Flores El Lebrijano, hasta jóvenes actuales como José Valencia o Fernanda Carrasco.

Este año ha habido mesas redondas, conferencias y exposiciones, y para finalizar, el festival del pasado sábado, la Caracolá, cuya edición ha sido un homenaje al maestro, un canto a su calidad artística y a su indudable humanidad. Lamentablemente, para que no todo fuera perfecto, un individuo de la localidad vecina de Trebujena se encargó de sabotear los dos últimos días del festival provocando problemas en el equipo de sonido con un sofisticado artilugio electrónico y su teléfono móvil.

El pasado viernes, el sonido sufrió numerosos cortes y, ante la sospecha de que fueran provocados por alguien ajeno al equipo técnico, el Ayuntamiento abrió una investigación y la Guardia Civil detuvo la noche del sábado al presunto responsable, que ya ha sido puesto a disposición judicial. Naturalmente, este hecho tan lamentable no empañó una gran noche de flamenco, de un flamenco cien por cien lebrijano, salvo el ofrecido por los artistas invitados, Antonio Cortés Pantoja El Chiquetete y José el de la Tomasa, que llevaron a Lebrija los aires de Triana y la Alameda de Hércules; y los sones y compases jerezanos de Mateo Soleá, Antonio Malena y la estupenda bailaora María del Mar Moreno.

Pero era la noche de Lebrija y disfrutamos en primer lugar del espectáculo Raíces y alas, de la Escuela de Música y Danza de Lebrija y dirigido por Benito Velázquez, con un numeroso grupo de artistas locales, entre los que destacaron el veterano cantaor Curro Vargas, Luis Malena -hijo de Curro-, la cantaora Fernanda Carrasco y la bailaora Pepi Valencia. Se va uno de los grandes, pero el relevo está asegurado en Lebrija. Luego llegó la hora de los maestros, con un Chiquetete en plenas facultades, como lo está su guitarrista, Paco Cepero. Ambos nos transportaron a aquellos años en los que eran dos de los reyes de los festivales, hoy despojados de sus coronas y desplazados injustamente.

No es el caso del maestro José el de la Tomasa, que sigue al pie del cañón con la voz mejor que nunca y la cabeza equilibrada y en su sitio. Hacía años que no escuchábamos cantar tan bien y con tanta hondura al hijo de Pies de Plomo y La Tomasa. Acompañado maravillosamente por el guitarrista Antonio Carrión, cantó unas soleares enjundiosas y profundas, unas alegrías marca de la casa y unas seguiriyas para sacarlo a hombros de la Plaza del Hospitalillo y llevarlo ante las tumbas de Manuel y Pepe Torre. Pero aún hubo más arte.

Para rematar el homenaje a Curro Malena, el espectáculo Malenísimo, con cuatro de los hijos de Curro y dos grandes maestros, Mateo Soleá, que recordó por soleá a genios ya ausentes, y Antonio Malena, un gran cantaor poco aprovechado, algo que no acabamos de explicarnos. Curro aguantó toda la noche sentado en su silla y hasta se atrevió a subir al escenario ayudado por sus hijos para recibir de manos de la alcaldesa, María José Fernández -me quito el sombrero ante esta señora de la política-, el merecido homenaje de Lebrija y de las peñas flamencas de Sevilla y su provincia.

Apenas pudo dar las gracias porque la emoción ahogó sus torpes palabras, contagiando al público, que se puso en pie para que el maestro supiera que Lebrija estaba con él.

De regreso a casa, cuando los gallos comenzaban a esperezarse y las tabernas ya olían a aguardiente mañanero, café y tostada con aceite o manteca colorá, recordamos lo que un día nos dijo Antonio Mairena de Curro Malena: "Es un corazón con patas". Felicidades, Curro. Le queremos.

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