Toros

Curro Romero recibirá el II Premio Taurino Ayuntamiento de Sevilla

La distinción se entregará el próximo mes de septiembre, en vísperas de la feria de San Miguel

el 03 jul 2014 / 15:09 h.

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curro-romeroCurro Romero, el Faraón de Camas, ha sucedido al maestro Pepe Luis Vázquez en la nómina del premio taurino instituido por el Ayuntamiento de Sevilla, que suma su segunda edición. Esta distinción fue fallada el pasado miércoles por el jurado de periodistas, aficionados y profesionales reunidos al efecto bajo la presidencia de Gregorio Serrano, concejal delegado de Fiestas Mayores. El galardón fue creado el pasado año y tal y como apunta Serrano está destinado “a reconocer los méritos extraordinarios de un profesional en las diferentes actividades de la tauromaquia o de una persona o institución que haya destacado por su labor a favor de la difusión de los valores culturales de la Fiesta de los Toros”. Así lo recogen las bases oficiales de este premio, que de alguna manera invoca el acuerdo del pleno municipal del 30 de marzo de 2012 en el que se declaraba la Tauromaquia como “Patrimonio Inmaterial de la Ciudad”. La consecución de este reconocimiento se viene a sumar a la larga lista de honores que ha ido cosechando el diestro camero desde su retirada del toreo, en octubre del año 2000. Romero, que goza en vida de la escultura en bronce de Sebastián Santos que recuerda su particular empaque junto a la plaza de la Maestranza se ha convertido en uno de los referentes inexcusables del tronco torero sevillano. Su larga vida taurina se vio recompensada, entre otras distinciones, con su nombramiento como académico de la Real Academia Santa Isabel de Hungría de Sevilla. Hay que retroceder en el tiempo para evocar la larguísima y zigzageante carrera del torero sevillano, que ya había logrado lucrarse ambiente de torero artista en su intermitente trayectoria como novillero. Atrás habían quedado sus años como mancebo de la botica de Camas, su tardía decisión de dedicarse al toreo, las peonadas en la cercana finca Gambogaz de los Queipo de Llano y el debut en la desaparecida placita de la Pañoleta sobre la que hoy pasa uno de los viaductos de la autopista de Huelva. En aquella presentación en público –el día de Santiago se cumplirán 60 años del evento-  el mozo de Camas ya contaba con 21 años de edad, una cifra algo exagerada para los aspirantes a toreros de aquella época trascendental. Cinco años después, el 18 de marzo de 1959, Curro Romero hacía el paseíllo en la plaza de Valencia entre el recio diestro toledano Gregorio Sánchez, su padrino, y el valiente ecijano Jaime Ostos. Los toros pertenecían al hierro del Conde de la Corte. Pocos datos arroja para la historia aquella corrida fallera que transcurrió sin pena ni gloria para el camero. Pero pocas semanas después estaba anunciado en la Feria de Abril de Sevilla, con toros de Peralta, obteniendo un  resonante éxito después de haber sido espectacularmente cogido en el primer tercio de la lidia. Empezaba su historia como matador pero, ojo, también era el comienzo de la gerencia de Diodoro Canorea, que marcaría toda la carrera del camero. Esa tarde abrileña se confirmaba el larguísimo romance sevillano que había comenzado dos años antes, en aquella novillada mitificada por el tiempo, el recuerdo y las viejas crónicas en la que Curro Romero actuó en Sevilla sustituyendo al anunciado Juan García ‘Mondeño’. Era el comienzo de una relación de amor y odio, de cimas y simas que viajó entre el tormento y el éxtasis mucho antes de que Curro -que siempre gozó de buenos y fieles partidarios- se convirtiera en el personaje extrataurino que hoy es; antes de que rompiera ese halo de misterio que rodeaba su figura discreta y alejada de todos los focos sociales en los que hoy es figura inevitable. Si los 60 son los años de plenitud -no exentos de escándalos puntuales como el toro que se niega a matar en Madrid dando con sus huesos en la cárcel- los 70 y 80 son los años del Curro Romero de los almohadillazos y los escándalos que se alternan con triunfos tan aislados como resonantes que van dando forma al mito. Un mito que acaba superando al torero hasta convertirle en una pieza más del ciclo festivo sevillano, que no se podía entender sin su presencia en los carteles del Domingo de Resurrección. Precisamente esas corridas pascuales se convierten en citas de lujo -antes eran tardes de mero relleno- gracias a la persistencia del camero, cabeza obligada de un festejo que le debe mucho y al que ahora todos se quieren apuntar. Ese Curro al borde de la navaja, que convierte sus éxitos aislados en acontecimientos legendarios consigue pasar una raya invisible para situarse más allá del bien y del mal a la vez que se convierte en totem. Curro ya era el Betis. Pero Sevilla lo hizo su torero desde el principio. Al año siguiente de su alternativa había quedado inicialmente fuera de la Feria de Abril, que hubo de ampliarse a última hora para dar cabida al camero. El día del Corpus de ese  mismo 1960 abre por primera vez la Puerta del príncipe después de cortar dos orejas a un sobrero de Tassara. Esa puerta la traspasaría hasta cinco veces a lo largo de su larguísima e irregular trayectoria en la que también se anotan siete puertas grandes en plaza de Las Ventas de Madrid. Después vendrían 42 temporadas entre la genialidad y el ostracismo; entre las apoteosis y las espantadas. Curro había firmado su epílogo taurino en 1999, al cortar dos orejas por última vez en su Maestranza. Al año siguiente, poco después de la muerte de Diodoro Canorea –un empresario y amigo al que va indisolublemente unida su trayectoria- fue el adiós, precipitado por el sonado enfrentamiento con los nuevos empresarios –Curro se había caído de la feria de San Miguel de 2000 junto a Morante- que se tradujo en el festival de desagravio que se celebró en La Algaba después de intentarlo en la propia plaza de la Maestranza. Lo demás ya está en la historia. Había caído la noche y los teléfonos empezaban a echar humo. Curro anunciaba su retirada de los ruedos precisando que estaría dispuesto a torear algunos festivales. Su último traje de luces -un precioso terno verde y oro- se lo había ceñido en la plaza de Murcia el 10 de septiembre de aquel año. Después del 22 de octubre de 2000 no volvería a ponerse delante de ninguna res brava.

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