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De Alba hasta el ocaso

Cayetana de Alba representa nada más y nada menos que la historia viva de tiempos remotos en los que España era un gran Imperio donde los antepasados de la duquesa eran de los que tenían el poder. Perfil publicado el 25/09/2009)

el 25 sep 2009 / 00:31 h.

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Cayetana de Alba, caricatura de Jaime Pandelet. Cayetana de Alba, caricatura de Jaime Pandelet. Por Paqui Godoy. Tener un tatarabuelo primo y mano derecha de Fernando el Católico y conocerlos a todos antes y después de éste tiene necesariamente que notarse en la cara, con perdón. Lo mismo que guardar en tu biblioteca la primera edición de El Quijote, la primera de la Biblia en castellano y las cartas de Cristóbal Colón es para poner los pelos de punta. Pero vivir una infancia desgraciada, enviudar por dos veces y ver que los matrimonios de tus hijos fracasan uno tras otro voceados por los mercenarios del cotilleo televisivo es una broma del destino que sólo un carácter excepcional encara con sentido del humor. Ser la decimoctava duquesa de Alba tendría que equivaler a estar hecho de otra pasta. Pero no. María del Rosario Cayetana Alfonsa Victoria Eugenia Francisca Fitz-James Stuart y de Silva va para los ochenta y tres y, hasta el momento, no se le ha conocido descuido que aventure que la sangre azul intenso que circula por sus venas no sea rabiosamente humana. Quinientos años de la historia de España, Europa y América se condensan en la figura de esta anciana extravagante, pizpireta y lenguaraz que, desafiando la decrepitud, pasa sobre las convenciones como si aún fuera la belleza retozona que ha cautivado literalmente a cuanto bicho viviente se le ha podido acercar lo suficiente. Reúne doña Cayetana todos los perejiles de la España profunda y panderetil. Le gustan los toros, el flamenco, la Semana Santa, la feria y la vida social en todas sus modalidades. Se engancha la peineta como si la melena indomable se la hubieran preparado de fábrica y el más vistoso traje de flamenca sin una pizca de moderación senil. No obstante, la rama bastarda de los Estuardo que revela su apellido le otorga un nosequé del horterismo british desinhibido y excéntrico que por aquí unos consideran de dudoso gusto y otros decididamente chic. Lo mismo encarna as Grandezas de España que le da un corte de mangas a un reportero por un quítame allá esos cuernos. Y nadie le discute el estilismo, aunque el floreado imposible parezca una cortina y la pulsera de tobillo compita con las varices para dejarse ver. Dicen que cuando niña iba al colegio con una peluca de tirabuzones porque no le gustaba el corte discreto de pelo que su padre la obligaba a llevar. Muerto el duque, Cayetana se soltó la melena y hasta hoy. La duquesa es así y tiene gracia, una virtud seguramente heredada, como el título, de cuando los nombres ponían a cada uno en su lugar. En el ránking de la saga, doña Cayetana pelea en los puestos de cabeza con sus predecesores Fernando Álvarez de Toledo (tercer duque de Alba, consejero y figura notoria en las cortes y las guerras de Carlos V y Felipe II), y Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo (la decimotercera, amiga y modelo de Goya). Y no precisamente porque Picasso quisiera pintarla desnuda aunque su primermarido no lo consintió. La Duquesa de Alba es de carne rosa y ni los títulos, ni la riqueza ni el abolengo le han servido de parapeto frente al escrutinio de las cámaras y los flashes. La tragedia de la niña cuya madre murió de tisis dejándola huérfana a los ocho años y cuya casa quedó destruida por los bombardeos sobre Madrid no es nada comparada con el subidón de las audiencias cuando la duquesa quiere hablar o pide que la dejen en paz. Las costumbres cambian y la duquesa no necesita, para ser un personaje, ganar más batallas que las de la popularidad. Y ésta lo mismo se sustenta en un litigio contra los jornaleros por la administración de sus extensísimas propiedades agrarias que en la pretensión de una tercera boda a los 82 años y con una salud de mírame y nome toques. Y luego está Sevilla. Cayetana de Alba adora esta ciudad y la ha convertido en su hogar. Benefactora, mecenas, embajadora de Sevilla, su lugar en la historia estará siempre ligado a esta feria de las vanidades donde los títulos valen tanto como para no fijarse en los demás.

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