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De Caja a Cajasol en caída libre

Séptima temporada sin alcanzar el play off por el título en el medio camino de un año que arrancó con un equipo, el de Manel Comas, que contagiaba ilusión con buen juego y resultados pero que encontró el principio del fin paradógicamente tras alcanzar su cénit con la participación en la Copa del Rey de Málaga.

el 14 sep 2009 / 22:06 h.

Séptima temporada sin alcanzar el play off por el título en el medio camino de un año que arrancó con un equipo, el de Manel Comas, que contagiaba ilusión con buen juego y resultados pero que encontró el principio del fin paradógicamente tras alcanzar su cénit con la participación en la Copa del Rey de Málaga. Luego llegó una revolución en todos los órdenes con la fusión de las cajas pero que lejos de resolver el problema lo ha agravado.

Mucho cambio pero lo esencial sigue igual. El Club Baloncesto Sevilla no logra deshacerse de su sino perdedor, tal vez porque cuando una conjunción de factores favorables e inesperados lo puso en la senda para sentar las bases de un equipo que tuviera continuidad entre los grandes, no supo aprovechar la corriente, primero por falta de atrevimiento y perspectiva, pero también por los continuos vaivenes en la cúpula directiva en un club donde el propietario lo considera un juguete caro de fin de semana, es decir, que no es prioritario, al menos en la intensidad que requiere un club de ACB que aspira a ser ganador.

Un ganador es Manel Comas, su currículum lo avala; un perdedor es Demetrius Alexander: su trayectoria le avala. Sin embargo, los consejeros del Caja prefirieron respaldar en el exabrupto dialéctico pasado de medida del técnico tras el ridículo de Madrid ante Estudiantes al talentoso como poco comprometido estadounidense, todo por una cuestión de imagen. Comas lo descalificó: Negro Atlético Fraudulento tras la imagen patética del pívot y sus compañeros en la capital. Y bajo ese argumento, los hombres del banco mandaron al bigotudo maestro a su retiro de Ibiza, después de salvar al equipo del descenso la temporada anterior y conseguir colocarlo en el escaparate de la Copa del Rey de Málaga tras doce semanas consecutivas en zona de play off, es decir, cubriendo sobradamente el gran objetivo. El exceso de carácter de Comas contra la falta del mismo de un equipo donde el coraje lo ponían dos jugadores muy perjudicados por las lesiones, Cazorla y Videnov.

Y encima el club contrata a Moncho López, que no es un dechado de contundencia precisamente. El resultado, tres victorias en 12 partidos, recorrido jalonado por la visita de Alexander al calabozo por mostrar ese carácter que se le echaba en falta en la pista de madrugada y ante la policía en un control de alcoholemia. El defendido acabó despedido también.

Pero amaneció una gran caja y todo parecía que sería distinto. Tanto quiso el club olvidar el pasado que acabó hasta con sus propias señas de indentidad, mandando al baúl de los recuerdos la camiseta verde y roja para estrenar una de color negro con ribetes dorados, bajo el argumento de modernidad y como símbolo de compromiso. Catorce partido después parece más un vaticinio de defunción. Ocho jugadores nuevos, la mayoría con un caché muy alto, un entrenador, Rubén Magnano, campeón olímpico pero sin experiencia en la ACB, en un grupo donde no hay un solo referente de la casa que transmita el orgullo de jugar en el club de su ciudad, con un director general, Oriol Humet, recién llegado igualmente y con una perspectiva muy poco clara de lo que es el baloncesto en Sevilla; arriba, un presidente que no sabe de baloncesto porque no viene del baloncesto y así las cosas, se acumulan uno tras otro años de transición en los que no sólo no se dan pasos hacia adelante en el status del equipo, sino que cada vez se retrocede hasta ponerse a los pies de la LEB.

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