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De laguna a bulevar

La propuesta de abrir al tráfico la Alameda se convierte en la excusa perfecta para volver a pasear por un barrio lleno de vida

el 29 ene 2010 / 21:41 h.

La Alameda es centro de encuentro de jóvenes y niños.
Ensimismado, a paso lento y casi desganado por la rutina de sus días camina calle Trajano abajo uno de tantos sevillanos que recorren si no a diario, sí semanalmente, la majestuosa Alameda de Hércules. Ajeno a polémicas de peatonalización, botellones o tráfico, comienza hoy, aparentemente un día como otro cualquiera, a mirar el bulevar con otros ojos, ojos que podrían ser los suyos, ¿por qué no? Recorra con él la Alameda como si nunca lo hubiese hecho, empiece con la vista, y termine por convertirse en un alamedero más.

 

Como los guardianes de un templo divino, se alzan, dándole la bienvenida en la entrada de la plaza (cerca del cine Alameda, el primer centro en Andalucía dedicado al ocio y restauración), Hércules y Julio César, que, haciendo gala de un equilibrio circense, se mantienen en pie desde hace siglos sobre dos columnas altísimas. A su lado, desafiándolos en las alturas, el nuevo reloj instalado desde la rehabilitación del bulevar que marca el paso del tiempo, estático sólo para ellos.

Ya no corren las aguas por allí. Lo que fuera un meandro del Guadalquivir, y después una laguna propiciada por las lluvias, es hoy una explanada amarilla -por las losas del suelo- y verde -por las hojas de los álamos- por la que discurre, mañana y noche, otro tipo de río: uno joven y culto, inquieto y sensible que se hace llamar a sí mismo "Los nuevos vecinos de la Alameda". Y es que la zona no siempre fue como es hoy. "Mujeres de mala vida" -que las llamaban- y "hombres de malas costumbres" eran los dueños de las calles aledañas. La calle Joaquín Costa, dicen sus vecinos, "era foco de muchas casas de citas". En toda la Alameda se contaba nada menos que 35 prostíbulos. Por aquella época se instalaba todos los domingos un mercadillo con mucha solera (y con mucha baratija también), pero desde 2004 sólo encontrará por allí familias completas, gente paseando en bicicleta o leyendo en los bancos, niños jugando a la pelota, y mayores haciendo lo propio con el botellín en mano. Hoy y mañana domingo, si pasa por allí, podrá disfrutar por última vez de un plato de paella por tres euros, cortesía de ADEN (Asociación para la Difusión Educativa de Nutrición y Salud). Planazo de fin de semana, que "va a hacer bueno".

Aunque todavía no es la hora del arroz, quien descendía por Trajano algo cabizbajo comienza a sonreír. Y no es para menos, la Alameda por la mañana con los rayos suaves del sol de invierno está cerca de igualarse al paraíso: las terrazas de bares como Casa Paco, Badulaque o El Central (bares que han se han multiplicado en los últimos años por cien, todo sea dicho) se llenan de vida. Las dos zonas de columpios empiezan a colmarse de niños; Las bicicletas de las dos estaciones de Sevici que hay (uno en cada extremo) se pasean sobre las fuentes a ras del suelo, recién encendidas. Y las conversaciones en español se entrecruzan con las de inglés, alemán y hasta chino.

No es de extrañar. La multiculturalidad se respira en cada mesa, banco o esquina. Tanto es así, que aquello consigue atravesar los muros y alcanzar las callejuelas y es usual cruzarse en el camino con gente de nacionalidades muy diferentes. José Manuel Gómez y Méndez, Profesor de la Facultad de Comunicación, confirma lo dicho: "La Alameda es un espacio de identidad heterodoxa. Es un lugar plural, de transgresión", concluye. Y él sabe bien de lo que habla: es el secretario de la Asociación cultural Nueva Alameda, nacida en el 98 para recuperar esa identidad de la que habla, antes perdida. El tema de la "despeatonalización" lo ve claro: "Las necesidades son cambiantes, y lo que es necesario para el desarrollo de la ciudad hoy, no lo será mañana".

La Alameda de Hércules va intrínsicamente unida al concepto de vida al aire libre. La cuna indiscutible del flamenco que hoy sirve de escenario a las expresiones más libres del arte moderno, ha visto nacer y crecer a estrellas del folclore español que hasta con estatua propia cuentan en la zona norte: Manolo Caracol y la Niña de los Peines, Pastora Pavón.
En Lumbreras, 10, nació Manolo, en un corral de vecinos que hoy es un hotel, y que en frente, señal también de esa pluralidad, tiene un bazar regentado por chinos (claro). Una capilla cierra la Alameda, con misa sólo los domingos a las 11. Un teatro, una Casa de las Sirenas reformada con cientos de actividades (en el 954 904 130 le informarán de todas), una comisaría, una farmacia, una clínica veterinaria, una floristería, y todo lo que tiene un pueblo entero está allí, en unos pocos metros cuadrados; esperando.

Ahora se ve gris. Y hace frío. En verano sólo huele a calor, pero para eso habrá que esperar. Mientras tanto, ¿a qué espera?: tiene una cita en la Alameda.

De utilidad:

Qué: La Alameda de Hércules, en pie como bulevar desde 1574 gracias al Conde de Barajas, da cobijo a cientos de negocios y casas particulares, y a gentes muy particulares.
Dónde ir: A comer, a Badulaque o El Corral del Esquivel. A beber, a El Central o El Corto Maltés. A bailar, a Fun Club o Utopía. A leer, pasear, o reír, a cualquiera de los bancos.
Cómo llegar: En autobús, líneas 13 y 14.
Curiosidad: En la calle Santa Ana hay dos carteles que señalan las inundaciones que asolaron la zona en 1796 y 1961. El primero de ellos alcanza los dos metros y medio.

 

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