Cultura

De Pozoblanco a Colmenar: la muerte del Yiyo

Yiyo era una figura en ciernes a la que perseguía, como una predestinación maldita, aquella tarde trágica de Pozoblanco que había sobrecogido a toda la geografía taurina sólo un año antes.

el 16 sep 2009 / 07:53 h.

Yiyo era una figura en ciernes a la que perseguía, como una predestinación maldita, aquella tarde trágica de Pozoblanco que había sobrecogido a toda la geografía taurina sólo un año antes.

El jovencísimo diestro, uno de esos maestros precoces salidos de la Escuela de Tauromaquia de Madrid, había sido el encargado de dar muerte a Avispado, el toro de Sayalero y Bandrés que destrozó el muslo de Paquirri y lo adentró en la leyenda. Con solo 20 años bregaba por dejar atrás aquella desgracia que, de alguna forma, lo había estigmatizado. La Fiesta y el viaje del toreo seguían y el joven matador andaba empeñado en estabilizar su caché mientras preparaba su definitivo asalto a la cima.

Yiyo no estaba anunciado ese 30 de agosto de 1985 en la plaza de Colmenar Viejo. Lo llamaron a última hora para sustituir a Curro Romero, que había mandado un parte facultativo. Era una corrida a las puertas de Madrid en un año duro lleno de zancadillas empresariales por problemas de cotización. La sustitución de Romero se antojaba una oportunidad de oro para dar el campanazo a dos pasos de la corte. Burlero, un toro negro bragado y girón, estaba marcado con el hierro de Marcos Núñez.

Era el último de una tarde en la que Antoñete y José Luis Palomar habían pasado sin pena ni gloria y que transcurría en medio de un ambiente enrarecido. Pero Yiyo salió decidido a triunfar y se entregó sin fisuras cuajando una brillante faena que puso a todos de acuerdo. Resuelto a poner firma a su obra, se tiró a matar con fe, siendo alcanzado y volteado por el toro de Marcos Núñez, que le infirió un puntazo y le tiró al suelo. Rodando sobre sí mismo para librarse de una nueva cogida, Yiyo fue empitonado de lleno en el suelo. Burlero le metió el pitón por una axila, lo levantó y lo dejó de pie.

Dos pasos vacilantes, la mirada perdida y la tez cerúlea. El torero se derrumbó en brazos de la cuadrilla antes de llegar a las tablas. Ya estaba muerto, el toro le había partido en dos el corazón. En la enfermería sólo se pudo certificar su muerte.

La muerte de Yiyo volvió a paralizar España. Era el único torero en la historia que había dado muerte a dos toros homicidas: el que mató a Paquirri y el suyo propio. Pero aquella muerte no fue la última de los protagonistas de aquel cartel de Pozoblanco. Más allá de las novelerías al uso, en una sucesión de trágicas casualidades se irían sucediendo las desgracias. Juan Luis Bandrés, el ganadero y naviero algecireño, falleció asesinado en su propio despacho por un empleado enajenado. Tomás Redondo, apoderado de Yiyo, tampoco aguantó la presión y el desconsuelo y se ahorcó en su propia casa. Cada vez está más próximo el 25 aniversario de la cogida mortal de Paquirri y se avecina una tormenta de amarillismo.

Desde este periódico, intentaremos hacer un riguroso y exhaustivo repaso a los avatares de aquella tarde desgraciada. También a la dimensión de gran figura del maestro de Barbate a través de los protagonistas y testigos de su vida personal y taurina, desde la forja a la muerte.

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