C. Prieto / C. Moya
En la noche más hermosa, la más larga, más vale estar descansado y fresco y armarse de paciencia para disfrutar de todos los rincones, de todas las imágenes, de todos los sonidos y, sobre todo, de todas las cofradías de la Semana Santa sevillana.
Aunque prácticamente todas las jornadas de esta Semana Mayor cuentan con hermandades de capa y de negro, de barrio y de Centro, este contraste se agudiza aún más en la Madrugá, en la que se vive -afortunadamente, cada vez menos- ese enfrentamiento clásico entre la Macarena y la trianera.
Pero, si viene de fuera, no se asuste, porque la pugna no irá más allá de esos piropos que muchos no pueden reprimir en el retorno de sus vírgenes, un año después, a las calles de Sevilla. Además, la Madrugá es el día del Gran Poder, el Señor de Sevilla, que vuelve a procesionar con su túnica lisa tras hacerlo el año pasado con la túnica de los cardos. Es la noche de la primitiva hermandad del Silencio, de la austeridad del Calvario, y del júbilo de Los Gitanos, que estrenará los respiraderos del palio, donado por la Duquesa de Alba.
