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El cante jondo es un don y Aurora Vargas lo tiene en la piel desde que nació

Los aficionados disfrutaron tanto con sus cosas nuevas como con su repertorio habitual

el 24 sep 2012 / 22:10 h.

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Aurora Vargas no engaña a nadie, como el algodón del anuncio televisivo. Nunca lo ha hecho. La cantaora de la Macarena decía como reclamo publicitario, "así soy yo", en su concierto de la Bienal, y así fue de verdad. Ni más ni menos. Algún intento hubo de hacerla triunfar en lo comercial y no dio resultado, porque lo que el aficionado quiere de esta cantaora gitana es su voz desnuda, si acaso con una buena guitarra, pongamos que la de Diego Amaya, y dos palmeros que sepan hacer buen son: el jerezano Rafita y el trianero Rafael El Eléctrico.

Así lleva Aurora treinta años en los escenarios y jamás ha defraudado a nadie. ¿Defraudan alguna vez un buen plato de jamón de bellota o un amanecer en el mar? Es difícil. Aurora Vargas tiene el don y solo las que lo tienen son capaces de cautivarte siempre, cantando, bailando y hasta sin cantar ni bailar. Con su estampa no es necesario que haga nada, solo sentarse en una silla en medio del escenario y dejar que un cenital de luz blanca muestre al público su belleza salvaje.

Pero además de ser una gitana digna de que resucitara Gonzalo Bilbao para pintarla, la cantaora sevillana tiene eso que los puristas o gitanistas llaman "metales", o sea, su sonido de voz, un sonido natural, sin artificios, sin adornos superfluos. ¿Alguna vez ha hablado con esta cantaora? Si lo ha hecho ya lo sabrá, pero si no es así y algún día tiene ese gran privilegio, se dará cuenta de que canta con la misma naturalidad que naquera. Esa es la diferencia entre Aurora Vargas y las cantaoras que falsean la voz para parecer más gitanas que La Andonda.

La cantaora tiene sus palos. Juan Valderrama me contó que un día fue a verlo a su casa de Espartinas para que le montara unas tarantas que quería incluir en su primer y único disco. El maestro lo intentó, pero me reconoció que no le resultó fácil la empresa. No es que Aurora no sea capaz de cantar una taranta, sino que se ha educado en el cante a través de unos palos determinados, los llamados gitanos, especialmete los festeros. Cuando esta mujer canta y baila por cantiñas, tangos y bulerías, entiende uno por qué Antonio Mairena solía decir que la pureza era para él sabor al paisaje. Cuando se escucha una soleá de Alcalá como mandan los cánones, se te tiene que ir el pensamiento a las cuevas del Castillo de Alcalá o a aquella plazuela donde se sentaban la Roezna, Tío Frasco y Paco el de Malena. Cuando Aurora canta por tangos o por bulerías no me veo comiéndome una pizza en Nervión Plaza, sino una puchera en un corral de Lebrija o un sopeao en la Cava de los Gitanos de Triana. Lo mismo me ocurre cuando escucho al Carbonero por fandangos o a Pericón por alegrías.

El teatro se llenó y en la calle había protestas sindicales, que se acabaron cuando comenzó el espectáculo. Aurora salió muy nerviosa ante el estreno, aunque parezca mentira por las tablas que tiene. La responsabilidad. Cantes trianeros de fragua para empezar y templar la voz. Luego, seguiriyas de los Puertos y Jerez, y malagueñas de Manuel Torre y El Mellizo.

Tardó en meterse en el concierto y pensé que no iba a ser una buena noche, que se nos iba a escapar. Dos temas nuevos, de José Gálvez, bulerías y tangos, con diez personas en el cuadro, le sirvieron para relajarse y la cantaora comenzó a sentirse a gusto. El público estaba con ella, y Curro Romero, en el patio de butacas. Tras cantar acompañada de Antonio Higuero, guitarrista flamenquísimo, Aurora se metió en las cantiñas con su fiel sonantero, Diego Amaya. Seguía tensa, pero cuando comenzó a combinar el cante con el baile empezaron a llegar los duendes y fue entonces cuando surgió esa comunicación entre artista y público, que en el flamenco lo es todo. Aurora estaba por fin en su salsa, en la fiesta, cantando a gusto y bailando de una manera tan flamenca que el Lope de Vega parecía un patio de la Cava. Nadie quería irse. Aurora, la primera. Pero había que irse y, como cada vez que canta esta fiera en Sevilla, la gente no se va a casa hasta que no se dan una pataíta por bulerías El Eléctrico y Rafita de Jerez. El teatro se venía abajo. No fue un gran espectáculo, desde el punto de vista técnico, pero nos emborrachamos de flamenco. Aurora Vargas no engaña a nadie. Su arte no tiene truco, es un don natural y solo las que lo tienen son capaces de maravillar siempre.

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