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“El consumidor no está dispuesto a comprar bazofia sólo porque sea barata”

José Ignacio Arranz es director general del Foro Interalimentario, asociación sin ánimo de lucro integrada por las empresas interproveedoras de Mercadona.

el 01 abr 2013 / 09:53 h.

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José Ignacio Arranz es director general del Foro Interalimentario. - J.M. PAISANO (ATESE) José Ignacio Arranz es director general del Foro Interalimentario. - J.M. PAISANO (ATESE) Ahora es director general del Foro Interalimentario (formado por empresas interproveedoras de Mercadona), pero José Ignacio Arranz (Madrid, 1958) ha desarrollado parte relevante de su carrera en la administración vinculado a la alimentación y la seguridad alimentaria, ocupando desde 2004 la Dirección Ejecutiva de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, desde donde ha vivido varias de las crisis que más se recuerdan en España. –¿Qué es y con qué objetivos nació el Foro Interalimentario? –Es una asociación sin ánimo de lucro para informar y formar a la sociedad sobre todo lo que tenga que ver con la alimentación. Es el primer experimento que se hizo al ver que la sociedad estaba preocupada por la seguridad alimentaria. –¿Cómo evoluciona el interés del consumidor por lo que come? –En las circunstancias actuales preocupan cuestiones de corte económico como el proceso de formación de precios y qué es lo que pasa entre los eslabones de la cadena, con lo que nos hemos encontrado casi con la obligación moral de contar que tenemos un modelo basado en el entendimiento a largo plazo de los eslabones de la cadena y en una relación transparente para que todo el mundo vea lo que se hace. Es un modelo de eficiencia, competitividad y de sostenibilidad. Lo llamamos cadena sostenible. –¿La crisis ha centrado la preocupación en los precios? –El entorno social lleva a pensar antes en dificultades económicas que en un problema de salud pública. Tenemos una condición sine qua non por la que lo que no añade valor no está dentro de la cadena. Tenemos claro que con cada valor que aportas es razonable que se produzca un incremento de precio proporcional. No estamos de acuerdo con el planteamiento demagógico de precios en origen y en destino porque entonces habría que decirle al consumidor ‘coja su coche, vaya a la lonja, coja un cochino, sacrifíquelo, hágale la trazabilidad…’ Hay un proceso que cuesta dinero porque añade valor. El consumidor en el fondo lo que quisiera es que el producto le costara lo mismo que le pagan al productor primario. –¿La batalla por ahorrar costes puede mermar la calidad? –En nuestro modelo, en absoluto. La regla de oro es primero seguridad, después calidad y luego lo demás. Me da coraje cuando hay gente que cree que no es capaz de mejorar. Siempre podemos conseguir ser un poco más eficientes y ahorrar un céntimo de donde no lo esperabas. En el próximo año y medio puedo tener una posibilidad de mejora de un 70% y si no vivo con ese enfoque me aletargo. No se puede ser inmovilista y decir que esto se ha hecho así toda la vida. No se pueden criar los cerdos como en 1950 porque no es competitivo. Si no se hace bien, el consumidor te va a dar la espalda y se va a marchar. –¿Cómo cambian los hábitos? –Tenemos claro que el consumidor no negocia la seguridad alimentaria y no está dispuesto a comprar cualquier bazofia por el hecho de que sea barata. Lo que me pide un ciudadano no es deme el precio más arrastrado, sino el producto de la máxima seguridad, de la calidad más alta posible y que yo lo pueda pagar. –Abierto está el debate sobre fecha de caducidad y de consumo preferente. –Un ejercicio de eficiencia es ajustar la vida comercial a las posibilidades biológicas y químicas de los productos. El consumidor cae en el sesgo e incluso en la demagogia porque mezcla la gestión eficiente con la donación altruista. La vida comercial se calcula con mucho rigor y sobre base científico-técnica. Para los productos no perecederos se propone una fecha de consumo preferente, superada la cual no tiene por qué haber perdido ninguna cualidad. Para los perecederos se fija una fecha de caducidad sin frivolizar. Todo tiene un por qué. La sociedad no sabe que el mayor desperdicio alimentario se produce en los hogares. –¿Qué se le pasa por la cabeza al oír al ministro Arias Cañete hablar de yogures caducados? –Ahí tampoco podemos hacer sangre. Miguel Arias, de alguna manera lo que ha hecho –que yo no sé si a un ministro le corresponde o no– es erigirse portavoz del Gobierno. La calle sigue pensando que la fecha de caducidad se pone a tontas y a locas, que se podía dar un recorrido más largo, que no pasa nada. Pero no es lo mismo que tome un producto caducado un jugador de rugby rebosante de salud a que lo tome la población geriátrica o niños pequeños. La gente cuando lo escucha de un ministro piensa que le está diciendo la verdad dogmática. –No es el único. El hueso para el caldo de las vacas locas... –Yo eso lo viví directamente porque en ese momento era subdirector general de Seguridad Alimentaria. Lo que le pasó a Celia Villalobos es que confundió la médula ósea con la médula espinal. Si se trata de ser cercano, se patina. –¿Da por superada la crisis de los pepinos de Almería? –Hay dos tipos de daño. Uno de imagen, que está clarísimamente superado, y otro económico, del que el aparato europeo no ha resarcido a España y que afecta exclusivamente al mercado internacional, de exportaciones. El mercado interior lo vivió con tranquilidad y madurez. –Como experto ¿cómo cree que se ha gestionado la crisis de la carne de caballo? –Insistimos desde el primer momento para que la sociedad tuviese muy claro que no estábamos ante ningún problema de salud pública. El fraude hay que combatirlo pero los residuos son de una tasa tan ridícula que no podemos hablar de exposición. El consumidor es justo y al que le toma el pelo le abandona, pero no procede hipertrofiar la cuestión y revestirla de tintes de temor. En este terreno, juegos pocos y sustos los justos. En la alimentación se da, como en pocos sectores, eso de pagar justos por pecadores.

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