Cultura

El guiño de piedra

Grace Kelly desafía la mirada de los rancios desde la fachada plateresca del Ayuntamiento de Sevilla, que reluce tras su restauración.

el 06 abr 2014 / 19:48 h.

15644702Sevilla, a veces, se ríe de sí misma y nadie se da cuenta. A las ciudades carismáticas les dan esos puntos de vez en cuando, para irritación de los devotos de la Santísima Obsolescencia Coronada. Sevilla se carcajeó de sí misma erigiendo esas colosales Setas de la Encarnación que hoy quieren tirar algunos a los que les gusta más el descampado infecto que había en su lugar. Es un guiño; un deporte que la urbe, siempre tan socarrona, practica con cierta asiduidad desde hace mucho tiempo para sacudirse las pulgas de la historia y despiojarse los tópicos. Un ejemplo modesto pero singular es el que abre hoy esta nueva entrega de la ruta extravagante por la vieja Híspalis; ese recorrido que semanalmente cuenta con la experta guía de la cicerone Inmaculada Díez, a través de lugares extraños necesitados de descubrimiento, de rincones que están pidiendo a gritos que se les mire con lupa y de monumentos maravillosos que esconden un pequeño secreto o un relato fantástico tal vez no demasiado conocido. Un itinerario que hoy tiene como destino la Plaza de San Francisco, y lo que hay que observar con detenimiento es la fachada del Ayuntamiento de Sevilla, donde aguarda el relieve de un rostro muy poco plateresco, a decir verdad: el de Grace Kelly, la actriz princesa. Qué mejor momento para hacerlo que este, cuando el ruidoso trajín de los operarios afronta sus últimos días para que los palcos estén listos el Domingo de Ramos, mientras el lugar se envuelve en una bruma de martillazos, voces de peones, petardeos de carricoches y chasquidos de aluminio. Hace apenas tres semanas seguía oculta parte de esa joya arquitectónica, finalizando como estaban entonces los trabajos de restauración que le han devuelto al conjunto su esplendor pasado, comido el pobre por la contaminación de los coches y los autobuses. Pero ya luce descubierto al completo, salvo lo que hurtan a la vista las estructuras tradicionales instaladas para la Semana Santa. Cuenta Inma Díez que la ocurrencia se debe al arte del maestro escultor Manuel Echegoyán, natural de Espartinas y una de las grandes glorias que el arte del escoplo ha regalado a Sevilla a lo largo de la historia. «El caso es que en el siglo XIX se destruye el antiguo convento de San Francisco», como ya se vio aquí con la entrega dedicada a la capilla de San Onofre, «y se amplía el Ayuntamiento, que se había quedado pequeño. Por lo que se construye el lateral de la fachada que da a la Plaza de San Francisco, a imitación por supuesto del estilo plateresco. Las obras van avanzando muy lentamente «vamos, duran más de un siglo», hasta que llega la primavera de 1966. Echegoyán está labrando los medallones de esta mole inconclusa cuando se anuncia la llegada de los príncipes de Mónaco a Sevilla, en una segunda luna de miel coincidente con la Feria de Abril. Aunque el grueso de los actores y artistas de todo cuño venidos a las casetas lo harían en fecha posterior, aprovechando la eclosión del fenómeno tanto en dimensiones como en fama tras su traslado a Los Remedios, ya por aquel entonces la Feria de Abril resumía internacionalmente el embeleso de lo andaluz, y participar en ella tenía, para los extranjeros famosos, esa mezcla de descaro gitano, esnobismo dandy, erotismo torero y exotismo con patillas que tanta luz, tanto azoramiento y tanto color les daba al rostro (con la inestimable ayuda de la ingesta de manzanilla). Ava Gardner ya había hecho sus pinitos aquí con el traje de flamenca en los años cincuenta. Y ahora, de pronto, resulta que anuncian su llegada la princesa de Mónaco y Jacqueline Kennedy, enemigas íntimas segun todos los rumores. ¿Cómo ser artista y pasar de puntillas sobre eso? SEVILLA FOTOS HISTORICASPues resultó que Echegoyán, harto de pitos y mitos, de ordenos y mandos, resolvió que la belleza rubia tendría su medallón en la fachada plateresca como Manuel que él se llamaba. La decisión no debió de costarle mucho, porque el escultor estaba acostumbrado a que la autoridad le hiciera la vida imposible y estaba más o menos curado de espantos, así que, probablemente, pensaría que la ocasión era inmejorable para ello. Porque, en efecto, Echegoyán había tenido la mala suerte de que le cayese en lo alto todo el peso del franquismo: aunque sevillano, la guerra lo sorprendió en Madrid, adonde había ido huyendo un poco de la imaginería religiosa y buscándole la pista al arte contemporáneo, y allí formó filas con los republicanos. Fue esto lo que provocó que, tras la contienda, sufriese como artista las acostumbradas represalias del régimen, incluido el ninguneo artístico, hasta más

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o menos la fecha en que transcurre este relato extraordinario. Ver a Grace, 36 años, vestida de flamenca con un luminoso traje blanco y una sonrisa angelical tuvo que ser impactante para la población, y más en aquellos tiempos en que aún existía el glamour y la distancia entre espectadores y estrellas del cine era astronómica. Ellos estaban a diez años Hollywood, y verlos a apenas unos metros iba más allá de toda imaginación humana. Estaba expirando abril, y la duquesa de Alba tenía de huésped en las Dueñas a la viuda de Kennedy, que había venido también a pasearse. Fue muy comentado, porque organizó una fiesta benéfica en la Casa de Pilatos y allí coincidieron ambas celebridades norteamericanas, que por lo visto casi ni se miraron a la cara. La exprimera dama le reprochaba a la princesa que cuando asesinaron a su marido en Dallas no suspendiera su asistencia a una fiesta, y el ambiente se parecía mucho al que hay en la luna helada de Júpiter justo cuando a las tres son las dos. La Kennedy no aguantó y acabó por marcharse, mientras que la novia de James Stewart en La ventana indiscreta, que tenía más temple (véase Solo ante el peligro) se quedó hasta las tantas tocando las palmas. Si eso no merece ser inmortalizado en un ayuntamiento cualquiera, que baje Cary Grant y lo vea. «Mi opinión es que si esto se hiciera actualmente, es decir, el agregar algo como este medallón a un edificio con tanta historia, pues no me parecería del todo bien. Pero las curiosidades como esta son las que llenan de historia la ciudad y las que la hacen única», afirma la guía cultural, sabedora de que a Sevilla, cuando le da la risa, no hay quien la pare.

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