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El papelón de la esposa del pecador

Silda Eall Spitzer no dijo ni pío cuando apareció junto a su esposo, Elliot Spitzer, cuando el ex gobernador de Nueva York se disculpó y dimitió por su relación con una prostituta. (Foto: EFE)

el 15 sep 2009 / 01:44 h.

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Silda Eall Spitzer no dijo ni pío cuando apareció junto a su esposo, Elliot Spitzer, cuando el ex gobernador de Nueva York se disculpó y dimitió por su relación con una prostituta. Así se convirtió en el último eslabón de una cadena clásica: la esposa resignada junto al político pecador.

Su actitud desató un acalorado debate. ¿Hizo lo correcto? ¿Por qué no se quedó en casa? ¿Fue lo mejor para sus hijas? ¿Qué habría hecho yo? Esas y otras preguntas son las que se hacen estos días muchas mujeres estadounidenses tras la estoica comparecencia de la demacrada Silda.

La agraviada esposa del ex gobernador neoyorquino no es, de todos modos, la primera en encontrarse en tamaña tesitura. Entre las que se han visto en su pellejo está la senadora Hillary Clinton, que también acompañó a su marido, el entonces presidente de EEUU Bill Clinton, cuando entonó en público el mea culpa por su romance con la becaria Monica Lewinsky.

Memorable también fue la presencia de Dina Matos Mc- Greevey en el 2004 ante cámaras y taquígrafos, cuando su marido, el entonces gobernador de Nueva Jersey, Jim McGreevey, convocó a la prensa para reconocer que era gay. Y eso por no hablar de Suzanne Craig, quien se sometió el año pasado al escrutinio público cuando su marido, el senador republicano de Idaho Larry Craig, explicó el embarazoso episodio en unos cuartos de baños de un aeropuerto en los que buscó, sin éxito, una aventura homosexual.

El ritual del arrepentimiento es, según los expertos, una figura clásica en la historia política de EEUU, en la que la familia juega un papel crucial. "Cuando tu mujer está contigo eso sugiere que alguien te quiere y piensa que vales la pena", dijo Eric Dezenhall, consultor de gestión de crisis, al periódico The Washington Post. "Sin la mujer a su lado, el mensaje es de absoluta culpabilidad y vida disoluta", añadió.

Y Silda Wall Spitzer volvió a protagonizar el ritual, cuando su marido anunció esta semana la dimisión tras uno de los mayores escándalos sexuales en la reciente historia política estadounidense. Su demacrada imagen acaparó estos días portadas de periódicos y programas de televisión y avivó el debate sobre la peculiar tradición política.

Una de sus más fervientes defensoras fue la propia Matos McGreevey, que ya pasó por algo parecido con su marido. "Yo lo hice porque era mi marido. Siempre lo respaldé y lo quise. Tenía una hija y quería decirle que estaba allí por su padre", manifestó McGreevey que está ahora envuelta en medio de un polémico divorcio.

Pero no todas las mujeres comparten su opinión: "¿Por qué tienen que hacer acto de presen- cia", se preguntaba la blogger Amy Ephron esta semana en la página web huffingtonpost.com. "Lo que quiero es que una de ellas aparezca en la escalinata de la Casa Blanca o la residencia del gobernador, se plante y diga: oye, por cierto, me quedo con la casa", sugirió Ephron. Otros como el Washington Post se preguntaban cuándo la mujer agraviada tendrá un momento de lucidez y asestará un merecido guantazo al infiel, y supuestamente arrepentido, esposo.

doble angustia. A la espera de que se produzca ese hito histórico, Joanna Coles, directora de la revista femenina Marie Claire, dijo estar convencida de que a Silda Wall Spitzer, ex alumna de Harvard, no le quedaba más remedio que aparecer junto a su esposo, por quien abandonó una trayectoria como abogada.

"La gente se apresura a juzgarla, pero el trato se hace cuando uno decide dejar su carrera para que el otro siga la suya", dijo la directora de Marie Claire en declaraciones que recoge el blog Outside the Beltway. "Creo que hubiera sido raro si no hubiera estado allí. Eligió ser la mujer del gobernador y lo ha hecho de una forma muy consciente", añadió.

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