Cofradías

El regalo de despedida de Monteseirín

El alcalde repartió en la salida de la Hiniesta insignias del Giraldillo.

el 28 mar 2010 / 21:08 h.

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Anoche, en las colas de los autobuses, en la parada del Metro, caminando cada cofrade a su casa, una única queja para el Domingo de Ramos: las quemaduras del sol abrasador en la piel. Mucho tono gamba en contraste con los colores de la temporada. Al que parecía no molestarle el Lorenzo era al alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, vestido de frac, en la que parece ser su última presidencia de honor ante la patrona de la Corporación Municipal, la Virgen de la Hiniesta.

Monteseirín, con el fajín con la bandera de España, no abandonó la sonrisa en todo el recorrido. Antes de salir de la iglesia de San Julián explicaba la que después sería la novedad de su estación de penitencia, que no fue ir junto al que ha sido su rival político en los últimos años, Juan Ignacio Zoido, y con el que estuvo en paz durante todo el camino. El regalo de Sánchez Monteseirín para quien se acercara a saludarlo fue un pin del Giraldillo. "Es que siempre me quedaba un poco cortado por no dar ni caramelos ni estampitas", explicaba el alcalde.

En la calle, casi ni un reproche al regidor, salvo por usar el móvil antes de salir con la comitiva, y sí muchos niños que se acercaban para recoger su insignia. Nada de amargura y mucho amor. Saludos, más risas y reparto de apretones de manos también para Zoido.
El buen tiempo afectó al ánimo, porque ni siquiera en las colas de los autobuses se formaron grandes motines contra la huelga: el usuario llegaba, leía el cartel con el título "Los trabajadores de Tussam informan" y a esperar al autobús, incluso con alguna consigna a favor de los conductores. Dentro, llenos por la falta de oferta, eso sí, la actitud conciliadora seguía con la cesión de asientos a los más cansados por el ajetreo capillita.

Muchas ramas de olivo, como es propio, y las iglesias a mediodía igualmente repletas. Precisamente en el autobús una turista llegada del País Vasco resumía su visión de la ciudad: "Aquí hay una parroquia y una terraza cada dos pasos". Y efectivamente, los bares también estaban llenos hasta la bandera. Estrenos también de muchos locales de hostelería hasta ayer cerrados que quieren empezar su agosto en marzo. En la calle Feria se contaban varios. Algún cosmopolita aprovechó para ir a comer a un japonés con el programa de mano junto a los palillos y a la salsa de soja y con el camarero pendiente del plan para ver el máximo posible de cofradías por la tarde.

De lo que se perdía la cuenta un año más era de las sillitas plegables made in China. Pocas colocadas en las primeras filas y muchas apoyadas en las paredes. Muy conjuntadas iban algunas muchachas con el respaldo de su asiento a juego con los zapatos. Este año, a pesar del calor, han vencido en la categoría calzado las merceditas. Pocas sandalias y alguna que otra bota, pero look más primaveral que otra cosa, bien es verdad que muchos iban despojados de sus chaquetas, que iban bien dobladitas en el brazo, donde también sobraban.
En las esperas, la sombra era el lado bueno, la mejor zona para no perderse un detalle de este misterio o aquel palio. Desde la altura de un balcón cualquiera, los colores más llamativos el morado, el azul cobalto y las gamas de rojos y rosas. Poca concesión al negro en un día luminoso que parecía una pasarela de gafas de sol y corbatas brillantes.

Lo llamativo del día fue la facilidad para desalojar la bulla tras el paso de una hermandad. En Correduría, casi pisando los talones de la Hiniesta, una cuadrilla de Lipasam adecentaba la calle, con muchas botellas de agua tiradas y cáscaras de pipas.

Los tonos de los móviles, otro clásico contemporáneo, daban falsas señales entre la multitud. Si sonaba un tamboril muchos se veían en el Rocío. Si era una marcha, ya veían el paso encima.

A la hora de la cena, muchos niños ya iban roque en sus cochecitos. El olor a azahar y las estrellas sublimes en el cielo daban ganas de seguir de pastoreo en las recogidas de las hermandades. Quienes hoy tenían que trabajar remataban la jornada rememorando los mejores momentos o explicando a los pequeños qué significa cada cosa que han visto: qué simboliza la palma, qué el olivo, por qué entró Jesús en Jerusalén montado sobre una borriquita. O por qué el alcalde reparte este año pines del Giraldillo.

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