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En las tripas de Sevilla

“La ciudad está más hueca de lo que creemos”, te cuentan mientras preparan el equipo, “si la gente supiera cómo es Torneo por debajo o Arjona, que sólo hay dos metros de hormigón…”. Arriba el tráfico, ¿y abajo? Pues las alcantarillas, 1.600 kilómetros que tiene bajo su cargo la Empresa Metropolitana de Aguas, Emasesa.

el 27 nov 2009 / 23:05 h.

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La luz de las linternas es la única que deja entrever el camino.

Emasesa también es la responsable de otros 400 kilómetros en la corona metropolitana. 1.600 kilómetros se dice pronto, pero te da para ir a Madrid, volver, regresar a la capital de España y todavía te sobra. Son las entrañas de Sevilla, sus tripas, el lugar por el que metemos la porquería para que no nos demos ni cuenta.

Porque porquería generamos, y mucha. En un día seco la ciudad arroja a las alcantarillas unos 290.000 metros cúbicos de aguas residuales, lo que nos daría para llenar tres veces al año el más pequeño de los embalses de Emasesa, el Gergal, con sus 35 hectómetros de capacidad. Y todo gracias a unas entrañas que, te avisan, son todo un mundo, un mundo oscuro, no precisamente perfumado y con más vida de la que nos gustaría asumir. De que por ahí abajo todo vaya como tiene que ir se encarga el servicio de Mantenimiento Preventivo de Emasesa, 63 trabajadores en total, aunque los equipos que patrullan las alcantarillas para detectar problemas antes de que den la cara lo forman cuatro empleados, dos arriba y dos abajo. “Los niños de colectores”, les dicen los compañeros, aunque uno de los más veteranos, José González Beleño, “Pepe para los amigos”, no se anda por las ramas al presentarse: “Soy un ratón de cloaca”.Pepe es uno de los guías en este recorrido por las entrañas de la ciudad, a las que en este caso se entrará por unos de los colectores del Puerto, el que está justo detrás de lo que en su día fue el instituto Murillo, en la calle Santiago Montoto. La visita obliga a tomar medidas aparatosas (mono y guantes aislantes, botas trucheras, respirador, medidor de gases…), tantas que aquello parece que estamos en Chernobil tras el desastre nuclear o que nos preparamos para recibir al ovni de Encuentros en la tercera fase.Se enganchan los arneses y para abajo, con unos movimientos ralentizados por el peso del equipo.

Ya en el subsuelo empiezan a derrumbarse las leyendas urbanas, la primera que no hay cocodrilos. “Con lo que tiene que comer un bicho de esos ahí abajo no tendría para vivir, es muy raro hasta ver una rata”, explica Beleño.

Esto entronca con el segundo mito que se cae: no vemos una rata, aunque tampoco es que estuviéramos deseando, la verdad. Para nuestra tranquilidad, nos aclaran que si nos vamos a alcantarillas más pequeñas sí que las encontraremos sin problemas.

Pero este colector es bastante holgado, 5,20 metros desde el techo hasta el fondo de la fosa, todo un lujo si tenemos en cuenta que los trabajadores a veces se tienen que meter en estrecheces de 1,5 metros. De esas dimensiones para abajo, los controles se hacen metiendo cámaras para ver cómo están las cosas.

¿Y las cucarachas? “Las cucarachas existen y están dentro, sí, pero no son infinitas”, cuenta Miguel Ángel Téllez, el responsable del departamento. Eso no tranquiliza, no, pero al final la cosa no es para tanto, se ve alguna que otra pero nada alarmante. Así que por aquí todo controlado. ¿Y el olor? “Hombre, no huele a rosas, pero no es un olor especialmente malo”, apostilla Téllez, y mira por donde resulta que es así: una vez que los detectores descartan que haya gases peligrosos uno puede hasta quitarse la máscara. “Se respira descomposición, ácido sulfhídrico, que es lo más corrosivo y lo que se come el hormigón”, el material presente en el 85% de la red.

Hay también un 5% de gres, mientras que el 10% restante incluye distintos componentes como el ladrillo, sobre todo en los tramos más antiguos de una red que tiene más de 30 años en más de su 70%.La alcantarilla al final viene a ser como una calle (el canal, que aquí tiene 1,20 metros de profundidad) por la que circula el agua con sus dos aceras (baquetas) de un metro de longitud.

El problema es cuando las baquetas desaparecen bajo el agua, tramos en los que es más recomendable que nunca pegarse a la pared para evitar caer en el canal.
–De todos modos, si te caes te vas a quedar pegado en el fango del fondo.
–¿Fango?
–Bueno, nosotros le decimos fango... Vamos a dejarlo ahí.
Y es que la porquería que arrastra el agua va creando una capa de mugre que, cada cierto tiempo, hay que retirar (con máquinas o con mangueras, en función del grosor del túnel) para que aquello no pierda calado.

Lo de agua, dicho sea de paso, no deja de ser un eufemismo. Aquello es un líquido oscuro, fétido, cargado de grumos y que de vez en cuando tachonan grandes manchas de grasa. “Más de una empresa cree que el mejor lugar para dejar sus vertidos es la alcantarilla”, aclara Beleño.Tamarguillo. Antonio Llorente, técnico de Diagnóstico de Saneamiento, explica que un gran colector como en el que estamos viene a ser como un río (de aguas fecales, eso sí) con sus afluentes y todo.

De hecho, éste en concreto viene a sustituir el trazado del Tamarguillo, que junto al Guadalquivir y el Tagarete ha ejercido durante siglos de alcantarilla principal de la ciudad. Sevilla, dicho sea de paso, no es propicia para facilitar las cosas a la red de alcantarillado porque tiene muy pocas pendientes.

La patrulla termina el recorrido, que como era sencillito no escondía ninguno de los problemas que se encuentran los operarios: raíces que destrozan el subsuelo, tapones que provocan palos o bolsas, elementos rotos o dislocados, o corroídos por un ambiente dañino que se come el hormigón. Al final uno no tiene ni la sensación de que se estuviese tan oscuro, será por las linteras. Y además, teníamos a Beleño: “Yo soy amigo de las cucarachas”.

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