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Exotismo marroquí a la mano

El Pabellón de Marruecos de la Exposición del 29, en la avenida Molini, era uno de los más pintorescos de cuantos se edificaron

el 13 jun 2014 / 21:51 h.

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PABELLON DE MARRUECOS DE LA EXPO DEL 29Por forzosa vecindad y por la honorable tradición de mantener los lazos con la ciudad de las tres culturas, Marruecos siempre ha tenido una presencia importante en Sevilla.La tuvo en la Expo’92, gracias a uno de los pabellones más vistosos de la muestra, que quedó además como uno de los diez más visitados por todos los que, en aquel año, pasaron por la Isla de la Cartuja. Su arquitectura cien por cien arábiga y su sorprendente techo descapotable hicieron el resto. Sede hoy de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, Marruecos fue, a qué dudarlo, uno de los países mejor parados de la resaca universal. Igual de bien parado salió de la Exposición Iberoamericana –pese a que el impertérrito paso de los años se empeña en lo contrario– el edificio de Marruecos, en la avenida Molini. Hoy prácticamente un desconocido a la altura del Pabellón de la Prensa o del Domecq, todos ellos creados al albur de aquella mítica muestra y que, hasta el 30 de junio, tienen abiertas sus puertas arrimando el hombro al centenario del Parque de María Luisa que se celebra en este año 2014. La primera impresión que debió recibir el sevillano de los años 20 –y que se mantiene intacta para el ciudadano del siglo XXI–al contemplar este conjunto de edificios es la de encontrarse ante un grupo de viviendas netamente marroquíes, cuyos tres arcos de herradura resultan tremendamente familiares, rodeados como están de paredes almenadas de disposición rota por las ventanas, lo que confiere al conjunto un indisimulado aspecto de fortaleza, sobresaliendo además como lo hace una torre de planta cuadrada de 30 metros de altura, en forma de alminar de una mezquita. Si hay un estilo arquitectónico reconocible en un primer golpe de vista ese es el islámico. Y aunque no sea este un pabellón tan recargado decorativamente como el construido para la Expo’92, pueden encontrarse diseminados en su interior cientos de detalles que configuran las tipologías básicas de la arquitectura marroquí. Sede actual del Servicio Municipal de Parques y Jardines, quienes estos días se acerquen por el edificio deberán verse obligados a intentar obviar que se encuentran rodeados por neutras mesas de oficinistas y despachos sin personalidad. «Han pasado muchos años y mejor que estén en uso a que sean sólo edificios que se abren de vez en cuando y huelen a viejo», opinaba ayer Roberto Sanjuan, mairenero que se había acercado erróneamente en una jornada en la que se encontraba cerrado al público (puede visitarlo gratuitamente este fin de semana y, por último, también el próximo). «Mejor así, mejor así», decía por lo bajini mientras que, como quien no quería la cosa, iba entrando cada vez más dentro, ajeno a los miradas de los que allí desarrollan su jornada laboral. Pero si marroquí es la fachada, el acceso al patio central puede sobrecoger al visitante en el mejor de los sentidos posibles. «La forja maravillosa de las rejas, la grata monotonía de los mosaicos, el frescor de la fuente, la luz, el color, producen en el ánimo sensaciones de frescor y sosiego», se recoge un tanto almibaradamente en el pasquín que se ofrece al curioso. Pero lo dicho no queda muy desencaminado. Algo de síndrome de Stendhal puede llegar a experimentarse, por ejemplo, al final del patio, en el una vez llamado Salón Moro, la estancia más noble de la casa, donde se respira un encantador gusto aristocrático, ciertamente retro. Sólo falta que el Ayuntamiento hubiera tenido a bien adobar la gracia con unos cuantos maniquíes ataviados de sultanas maneras. En prácticamente todos los pabellones del 29, y este no es una excepción, llega un momento en la visita en la que hemos de apelar obligatoriamente al poder de nuestra imaginación. En las salas que había –y hay– a cada lado del patio se disponían las exposiciones; a la derecha se encontraban la Sala de la Colonización, donde se daban a conocer productos agrícolas y mineros del país, y la Sala de Arte, con muestras de productos artísticos de la zona. «En la primera sala de la izquierda, la Sala de Historia, se mostraban hallazgos arqueológicos, y documentos que ilustraban la historia de Marruecos. La segunda sala era representativa de la zona española, en ella se instaló una galería de obras de artistas nacionales que daban a conocer paisajes, tipos y motivos del Protectorado», según puede leerse en la información que el Consistorio ha elaborado para que tengamos más a la mano lo que hubo... y no se retuvo. Subir a un mirador y entornar la mirada a las alturas son dos de las reglas básicas que rigen cualquier actividad turística. Si mira al techo verá los artesonados policromados. Pero también encontrará, en apreciable buen estado de conservación, mosaicos, zócalos de paredes y cornisas revestidas de madera labrada. Se puede afirmar sin temor a equivocarnos que el arquitecto José Gutiérrez Lescura y el pintor y artista de arte musulmán Mariano Bertuchi no repararon en gastos. Prácticamente tuvieron carta blanca para trabajar en el sentido que quisieron; o al menos, en el sentido que les permitió un holgado presupuesto de 128.876 pesetas. El Pabellón de Marruecos, que colindó con el colonial del Golfo de Guinea –hoy desaparecido– y con el todavía presente Pabellón de Colombia también tuvo, como todos los demás, un área de esparcimiento. Aquí en forma de siete bazares y un café típicamente musulmán en el que, cuentan las crónicas, el clásico té marroquí se servía con los pertinentes frondosos cogollos de hierbabuena, tal y como mandan los cánones del país vecino. También se vendía y se regateaba: objetos de cuero, pinturas, joyas y hasta las características babuchas para los menos pudientes; todo ello a la sombra de una parra que simulaba una calle moruna. Exotismo puro en la avenida Molini.

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